El pasado año 2009 se dieron los primeros pasos para
refundar la antigua Hermandad del Rosario, una de las más antiguas de Güímar y
la más numerosa, que estuvo vinculada al Convento de Santo Domingo en Soriano
mientras éste existió y luego a la parroquia de San Pedro Apóstol. Por ello
vamos a dedicar este trabajo a dicho colectivo, que también tuvo un
significativo protagonismo en la Semana Santa güimarera. Asimismo, vamos a
recordar los orígenes de una de las imágenes más antiguas de ésta, el “Señor de
la Corona de Espinas”, hoy conocida como “Señor de las Tribulaciones”, que se
venera en Güímar desde 1782, primero en el convento dominico y luego en la
iglesia de San Pedro, donde continúa.
A comienzos de 1649, los vecinos de Güímar, con el apoyo de
su beneficiado don Juan Díaz de Lugo, solicitaron licencia al obispo de
Canarias don Francisco Sánchez de Villanueva para la fundación de un convento
dominico, pues, al hallarse amenazadas casi constantemente por los moros las
costas y playas de Candelaria (lo que obligaba a los religiosos a ausentarse
con la Santa Imagen de la Virgen), les parecía muy oportuno fabricar en Güímar
un convento que, estando en paraje tan inmediato y tan seguro, pudiese servir
de pronto y decente asilo a la imagen de Ntra. Sra. de Candelaria en caso de
rebato. Y el 8 de julio de dicho año, dicho prelado, después de consultar al
Cabildo Catedral, emitió un decreto favorable a la construcción. Tras lo cual,
la Orden de Predicadores envió a la Sagrada Congregación de Religiosos el
expediente para su estudio y aprobación, que finalmente fue concedida por el
Papa Urbano VIII. Así surgió el “Convento del Señor Santo Domingo en Soriano de
Güímar”, que fue construido en terrenos del capitán don Feliciano de Gallegos
Espínola.
La imagen de la Virgen del Rosario y su antigua Hermandad
Según informó el prior fray Antonio de la Cruz a don
Francisco Escolar y Serrano para confeccionar su Estadística, en el convento de
Santo Domingo existía en 1802 una cofradía de Jesús y otra de Nuestra Señora
del Rosario, fundada en 1649 y sostenida con las limosnas de los fieles. Si esa
es la fecha de la fundación de la Hermandad del Rosario, coincidente con la del
convento, es casi seguro que la imagen de la Virgen del Rosario ya se había
incorporado a la capilla del convento en la segunda mitad del siglo XVII.
Casi desde sus inicios, la Hermandad de la Virgen del
Rosario, con su Cofradía anexa, arraigó con fuerza en el pueblo güimarero,
incorporándose a ella un elevado número de miembros, tanto masculinos como
femeninos, que celebraban anualmente una festividad de notable importancia y
significación local. Y por lo general, los hermanos y hermanas, o sus
familiares más inmediatos, recibían sepultura en la capilla del convento, tal
como dejaban dispuesto en sus testamentos.
El 15 de mayo de 1729, el prior provincial de la Orden de
Predicadores, fray Luis Tomás Leal, dio licencia al vicario del convento de
Güímar, fray Juan de Castañeda, para instituir a la Hermandad del Santísimo
Rosario por patrona de la capilla mayor de dicho Convento. Y el 3 de julio inmediato
se otorgó la carta de donación del correspondiente Patronato, para que dicha
Hermandad, como dueña y patrona de la mencionada capilla mayor pudiese gozar de
las preeminencias y derechos que le correspondían. Así, se acordó que el Jueves
Santo se diese a cada hermano mayor una llave y otra al Conde de la Gomera y
Marqués de Adeje, como patrono general de todos los conventos de la provincia;
que en las funciones en que concurriese dicha Hermandad sólo se habría de dar
la Paz a los dos hermanos mayores, como preeminencia, para que en atención a
ella fuesen puntuales en su asistencia a las funciones. Y con respecto a los
sepulcros de la citada capilla mayor, se reservaron las dos sepulturas que
tenían y siempre había ofrendado las familias de los alféreces don Juan Delgado
Trinidad y don Diego Alonso Bencomo, en atención a que dicha capilla había sido
fabricada por el suegro de ambos, don Sebastián Hernández de Oliva, “para que
como dueños de dichas dos sepulturas usen para siempre de ellas, con la libre
elección de sepultarse en ellas sus hijos y herederos”.
En 1734 se abrieron autos eclesiásticos ante el vicario de
la ciudad de La Laguna y su partido por el convento dominico de Güímar contra
el beneficiado de este lugar y la Cofradía de la Misericordia de la misma
parroquia, sobre acompañamiento y derechos de los funerales y entierros, que no
se resolvió hasta 1756, en que se dictó sentencia por don Francisco Ascanio,
canónigo de la Santa Iglesia Catedral de Canaria y vicario de la ciudad de La
Laguna. Ésta fue favorable en algunos términos a cada una de las partes, pues
amparaba a la Cofradía de la Misericordia en la posesión que tenía de concurrir
a los entierros en el convento con las Hermandades del Rosario y del Santísimo
Sacramento, pero dictaba a favor del convento y en contra del beneficiado en
cuanto a los derechos que éste reclamaba, dejando a la voluntad de los
testadores o sus albaceas la libertad de elegir los acompañamientos en los
entierros y los sacerdotes que debían decir las misas del alma. Con este auto
se puso fin al litigio por los entierros, pero se mantuvo el enfrentamiento
entre el responsable de la parroquia y los frailes del convento, hasta el punto
de que en ese mismo año el beneficiado se refería a dicho establecimiento como:
“El que se quiere llamar convento sin reales órdenes de su majestad”. Y en
1760, con el deseo de poner fin a las controversias que aún se mantenían entre
la Hermandad del Rosario y la Cofradía de la Santísima Misericordia, los
miembros de la primera acordaron: “que ninguno que fuese Hermano del Santísimo
Rosario lo fuese de la Hermandad de la Santísima Misericordia, o que siendo de
la una no lo fuese de la otra, exceptuando que hubiese alguna confraternidad o
unión que a la Hermandad del Santísimo Rosario no le fuese perjudicial”. A
partir del 2 de febrero de 1766, don Domingo del Santísimo Rosario, esta
Hermandad asistiría a la función de la Purificación de María Santísima.
Desgraciadamente, el día 19 de abril de 1775 el convento de
Santo Domingo en Soriano de Güímar sufrió un tremendo incendio que destruyó
completamente la iglesia y la imagen de la Virgen sufrió graves desperfectos,
siendo restaurada por el afamado escultor don José Rodríguez de la Oliva, tal
como quedó recogido en una inscripción de dicha imagen. Pero en 1777 ya estaba
reconstruida la capilla y parte del convento, de modo que pudieron volver a él
los religiosos dominicos, que estaban alojados en una casa particular.
Tras la reconstrucción, la Hermandad de Ntra. Sra. del Rosario
tomó nuevo impulso, en parte gracias a las limosnas que enviaban los hermanos
residentes en América y al rápido incremento en el número de miembros, con lo
que esto suponía para el cajón, tanto por la cuota de entrada y adquisición de
hachas como por las cuotas anuales. También se confeccionó un nuevo estandarte
y se construyeron dos cajones para guardar los objetos de la confraternidad.
Ésta se reunía anualmente en el mes de octubre, el día octavo de Naval, para
elegir los cargos para el año siguiente; como comisario de la misma actuaba un
sacerdote dominico, que por lo general era el prior, suprior o misionero del
Santísimo Rosario, mientras que los cargos electos se los repartían dos
hermanos mayores, dos mayordomos de puertas, un mayordomo y un depositario de
cajón, un depositario general, dos bedeles, dos avisadores y un notario o
secretario. Y como era tradición, cada Jueves Santo el comisario de la
Hermandad convocaba a sus miembros en la sala del camarín de la Virgen para
hacer las propuestas de ingreso de nuevos hermanos y estos eran recibidos por
votos secretos.
Convento de Santo Domingo en Soriano de Güímar
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Fin del litigio entre las hermandades (1781) e incorporación de la imagen del “Señor de la Corona de Espinas” (1782)
Pero enseguida volvieron las polémicas. Durante la santa y
general visita que el obispo de Canaria fray Joaquín de Herrera realizó a
Güímar en agosto de 1781, quedó enterado del litigio existente entre las
Hermandades del Santísimo Sacramento de la parroquia y la del Rosario del
convento de este lugar, que tenía su origen en las concurrencias y preferencias
de las dos Hermandades a los convites que mutuamente se prestaban, así como en
las asistencias a los entierros y otras funciones. Deseando cortar ese motivo de
disensiones en el pueblo, y sabiendo que los hermanos de una y otra hermandad
estaban deseosos de una composición amigable, el 23 de dicho mes hizo
comparecer a su presencia y la del beneficiado don Luis Ambrosio Fernández del
Castillo, al presbítero don Agustín Núñez, como apoderado de dicha Hermandad
del Santísimo, al ayudante don Pedro Martínez de Santaella, apoderado de la del
Rosario, y al capitán don Bernardo de Torres Marrero, hermano de ambas, “y en
nombre de las Hermandades determinaron quitar toda concurrencia en la Iglesia
entre las dos Hermandades= que en adelante no se conviden mutuamente ni la del
Sacramento al Rosario ni viceversa, derogando la costumbre que sobre esto haya= y que continúe
la costumbre hasta ahora establecida de que en la concurrencia en los entierros
se interpolen sin distinción de los de una Hermandad con los de la otra,
presidiendo siempre los Hermanos Mayores del Santísimo, y en su defecto, los
Hermanos más antiguos de la dicha Hermandad, para que siempre presida esta Hermandad,
y en fuerza de esta voluntaria composición y contratas, se separan enteramente
del pleito, dando por nulos, rotos y cancelados los autos hasta hoy hechos y
que se hicieren en adelante sobre lo referido, para que no hagan fé en juicio
ni fuera de él= y se obligan a no ir ni venir contra lo que aquí llevan
dispuesto, pues de lo contrario quieren ser castigados; como también se sujeta
cada uno de por sí a la multa de cien ducados que se imponen a favor de la otra
hermandad si alguno en la concurrencia suscitase alguna disputa o moviese
cualesquiera auto del que se originen disputas y pleitos entre las referidas
hermandades”. Y oído por el obispo lo propuesto por los hermanos, “lo aprobó y
mandó que se observe fielmente y se haga obedecer bajo la pena de excomunión
mayor, y bajo la misma se prohibe a cualquier hermano de dichas hermandades o
de otra alguna y también a los eclesiásticos así seculares como regulares no
hablen ni en público ni en privado de ello”.
Tras la separación de ambas hermandades, la del Rosario ya
no participaba en las procesiones de Semana Santa, por lo que buscó otro medio
con que se pudiera dar “el debido culto a Dios y Su Santísima Madre, ni la
hermandad se privara del mérito de rendirle estos sacrificios”. Así, se decidió
adquirir para la capilla del convento una imagen de la Pasión del Señor y “en
vista del buen pensamiento y deseo de estos corazones devotos, tomó a su
cuidado esta empresa para satisfacer Santos deseos que ya habían encendídose en
el corazón de don Nicolás Núñez, quien con su industria y solicitud condujo del
Hospital de Garachico la Santísima y devota Imagen del Señor representando el
misterio 3º de los Dolorosos del Santísimo Rosario en la Coronación de espinas,
bien que esto padeció como toda obra Santa algunas contradicciones, así de los
nuestros como extraños, hasta que dicho Núñez logró la licencia del Señor
Vicario de aquel partido según carta de Su Señoría para que quedase aquella
Santa Imagen dándole el culto que allá le faltaba, en el primero año que fue el
de 1782 en que se hizo la primera función con solo una procesión por nuestra
plaza y a la noche después de tinieblas predicó el Padre Comisario sólo el
motivo de la nueva función y lo que significa la Santísima Imagen; el costo de
Cera lo pagó Don Nicolás Núñez, se halló presente a dicha función por estar en
visita NMRP Provincial Fray Domingo de Mora y su compañero el MRP Lector Fray
José de San Bernardo Ladó”.
Por este motivo llegó a Güímar la imagen del “Señor de la
Corona de Espinas”, procedente del Hospital de Garachico, en donde como se ha
visto no recibía culto, y en 1782 se le hizo la primera función y procesión. De
este modo, lleva recibiendo culto en esta localidad desde hace 228 años, merced
al empeño que puso un ilustre güimarero, el capitán de Milicias don Nicolás
Núñez de Acosta (1749-1824), que había sido hermano mayor y por entonces era
depositario de cajón, quien supo vencer todas las dificultades que le surgieron
en ese proyecto de traslación.
Esta imagen se presenta bajo la iconografía popular del
“Señor de la Cañita” o “Presentación”. Es una talla completa y policromada, en
la que se advierten las huellas de los azotes, y porta sus dos atributos: la
corona de espinas y la caña. Se desconoce su procedencia, pero la Dra. Calero
Ruiz le atribuye un origen sevillano y fija su elaboración en ese mismo siglo
XVIII. La tradición popular no está muy descaminada, pues sostiene que el barco
que la transportaba desde la Península encalló en Garachico, donde fue
adquirida por las monjas Concepcionistas de dicho puerto y luego vendida a los
frailes dominicos de Güímar.
También en el año de 1782, en que vino a este convento de
prior el predicador general fray Francisco de Santo Domingo Xuárez, éste
dispuso “que sería muy agradable a la madre de Dios y que sería medio más
eficaz para sacar algún fruto de las pláticas en las noches de la Octava que se
pusiese manifiesto el Santísimo Sacramento”. En 1786, el mismo prior, “cada vez
más deseoso del lustre y majestad en las funciones del convento, propuso al
padre comisario que sería muy del gusto de la Madre de Dios que la hermandad
acompañara con sus hachas encendidas a poner patente el Santísimo Sacramento y
lo mismo para encerrarle en su tabernáculo”, y así se hizo. En este año, la
Hermandad asistía a las funciones y procesiones de los domingos del Rosario,
día y octava de Naval, oficio del primer domingo de Noviembre, función del
Martes Santo y día de la Ascensión del Señor; y por cada hermano o hermana que
moría, el convento aplicaba un oficio menor y cinco misas rezadas, que se
pagarían en el día octavo de Naval por mano del padre comisario.
Un acuerdo tomado por esa época era que al hallarse
acompañado el Monumento de Semana Santa con las dos imágenes, “pareció a todos
bien y conveniente que aún haciéndole la función el Martes se conservasen en
sus tronos hasta el Viernes Santo, concluidos los oficios y para que no se
gastase cera sino a la entrada de las procesiones, se pusieron unas candilejas
o mecheros con aceite, que era menos costo”. Y “por lo que mira a los cuatro
pesos que gastaba la hermandad en la función de Naval para fuego, ya que este
se había prohibido y que con la reedificación del convento se había adelantado
el trono en otra forma, que las mismas 30 libras de cera que se ponían en
candelones de a libra se convirtieran en cera de a tres cuartos para mayor
adorno de la iglesia”. Por entonces, dado el considerable número de agacheros
que formaban parte de la Hermandad, a partir del día octavo de Naval de 1787 se
incorporaron dos nuevos mayordomos de puertas para Agache, “porque asi se
decretó, habiendo hermanos en La Medida pidieran siempre acá los de ese barrio,
y los de El Escobonal en el suyo”.
El “Señor de la Corona de Espinas” o “de las Tribulaciones”. [Foto de José Carlos Mesa] |
El 14 de octubre 1804 se aprobaron las nuevas Constituciones de la Hermandad del Santísimo Rosario, como reforma de las antiguas. Según ellas, los hermanos mayores electos tenían obligación de presentarse a todos los actos en los que debía reunirse la Hermandad, pues eran la cabeza del cuerpo, y también debían revestirse de una entrañable caridad y amor como unos verdaderos padres. Por su parte, la función de los mayordomos era la de recoger por las puertas, un día a la semana (que era el sábado), las limosnas que voluntariamente quisieran dar todos los fieles, como también la de mostos, aguilandos, etc. Y sólo serían admitidos como hermanos los sujetos de honor y estimación que “viviesen cristianamente y con Santo temor de Dios”. En ese año, la Hermandad contaba con sesenta hermanas, que pagaban anualmente tres reales de plata.
El 14 de octubre de 1810, a propuesta del hermano mayor don
Isidro Quintero y Acosta, se acordó que la hermandad asistiese a la procesión
del segundo domingo de octubre, día octavo de la festividad de Naval, pues
hasta entonces la Virgen del Rosario salía del convento acompañada solamente
por la comunidad dominica, pero con gran concurrencia del pueblo. Y, como
curiosidad, en la Visita Pastoral efectuada a Güímar por el Dr. don Antonio
Cabrera y Ayala, beneficiado de la parroquia matriz de Lanzarote y comisionado
por el obispo Verdugo, se prohibió la asistencia del clero y las hermandades a
las comedias que se representaban alternativamente a las puertas de las
capillas de San Pedro de Arriba y San Pedro de Abajo, en las vísperas del día
del Patrono.
El traslado de la imagen del “Señor de la Corona de
Espinas” y La Hermandad del Rosario a la parroquia de San Pedro (1821-1826)
En virtud del Decreto de Desamortización de 1820, el 28 de
junio de 1821 fue suprimido el convento de Santo Domingo en Soriano, donde la
Confraternidad del Santísimo Rosario daba culto a la Virgen. Como consecuencia
de su cierre, el 8 de julio inmediato los hermanos mayores elevaron una
instancia, pues al quedar “imposibilitados de seguir como hasta aquí, solicitan
se les permita pasar a la Parroquia del mismo Pueblo con la Imagen y demas
ornamentos a ella concernientes, e igualmente con la Cofradía anexa a la misma,
y que este Cuerpo con el Pueblo ha creado”. Atendiendo a lo solicitado, en ese
mismo mes se le concedió dicha licencia, por lo que se trasladó a la iglesia
parroquial de San Pedro tanto la imagen de la Virgen del Rosario como su
Hermandad, Cofradía, cera, ornamentos y demás objetos correspondientes a sus
fondos; y el 27 dicho mes, el beneficiado don Antonio Rodríguez Torres recibió
una relación de los objetos del convento que habían pasado a la parroquia,
entre los que se encontraban dos campanas, vasos sagrados y 15 imágenes: Ntra.
Sra. del Rosario, Jesús, el Señor de la corona de Espinas y Santo Domingo con
sus andas, ropa y demás pertenencias; San Cayetano, San José, San Vicente,
Santa Lucía, San Francisco, San Sebastián, San Lázaro, Santa Catalina, San
Antonio, San Amaro y San Juan Bautista. Y el 2 de septiembre de ese mismo año
se dijo la primera misa del Rosario en la parroquia, con asistencia de la
Hermandad.
En ese reiterado año 1821, la Hermandad del Rosario era la
más numerosa de las tres existentes en Güímar, pues se componía de 138
hermanos, que pagaban anualmente cinco reales y medio de plata, y 87 hermanas,
que pagaban tres reales de plata; los fondos adquiridos por dichas cuotas se
dedicaban “a la renovación anual de sus cirios, con que asisten todas á las
funciones de Semana Santa, Resurrección, Ascensión, Corpus, del Patrono, del
Carmen, del Rosario, y la Natividad del Señor”; la Hermandad asistía también a
la de la octava del Rosario, supliendo los costos de la principal función de su
instituto; igualmente, acompañaban “con sus cirios los entierros de todos los
hermanos difuntos, poniendo en el túmulo y casa mortuoria diez y ocho cirios
encendidos, y haciendo un oficio menor por cada difunto, y un aniversario en
cada año por todos”. Además, costeaba “el guión, palio, cajones y bancos,
arandelas, etc.”. De ella pasó a ser presidente el mencionado beneficiado
servidor, don Antonio Rodríguez Torres, y las reuniones se llevaban a cabo en
la sacristía de la iglesia de San Pedro. Además, contaba con la Cofradía del
Rosario, “con aprobación de los Ordinarios y permiso de las Justicias”.
En 1822, la Hermandad del Rosario tomó un acuerdo de
concurrencia con la Hermandad del Carmen, paso previo a la futura unión de
ambas, para que asistiesen y se acompañasen recíprocamente en los días del
Carmen y Naval, y en sus octavas. Y en 1823, se reunieron los comisionados de
la Hermandad del Rosario con los del Santísimo Sacramento, con el fin de cortar
los litigios, disputas y desavenencias pendientes, y atendiendo a un decreto
del obispo, acordaron que las hermandades del Rosario y del Carmen: “hicieran
sus festividades sin convite ni asistencia recíproca con la del Santísimo, que
en el jueves y viernes Santo asistieran á los oficios de la mañana en sus
respectivas capillas, pero sin asistencia á la procesión de la tarde, como
propia de la Hermandad del Santísimo, que el día de Resurrección y Corpus
Christi asistieran en sus Capillas y concurrieran á la procesión en cuatro
alas, ocupando la primera las dos del centro, y el Rosario y Carmen las dos
colaterales, y que en fin en los entierros, por guardar siempre conformidad con
el referido decreto del R. S. Obispo, tomase la del Santísimo la ala derecha y
las otras dos la izquierda, con cuyo dictamen y resolución se conformaron los
SS., recomendando la paz, la buena armonía, y la unión fraterna que debe reinar
en tales corporaciones, cuyo piadoso instituto solo es el mejor servicio del
culto divino”. Pero los enfrentamientos continuaron y obligaron a intervenir al
alcalde don José Delgado Trinidad, quien reunió de nuevo a los comisionados en
ese mismo año: “para tratar sobre los asuntos ocurridos entre estas mismas
venerables confraternidades y reconciliar todas las desavenencias ocurridas en
la presente época, habiendo discutido el negocio, según conviene, y pesando
todas las razones en que de todas partes se fundaban, previendo asimismo los
resultados que pudiera traer consigo la desunión de estas corporaciones, en lo
que no solo padece el culto religioso, sino que nacen de aquí discordias y
rencillas opuestas á la paz y tranquilidad pública, único objeto á donde debe
dirigirse la caridad fraternal, acordaron que sigan las tres corporaciones el
orden y costumbre inmemorial, interpolándose según y como lo hacían, y que se
corten todas las disputas ocurridas”.
Y en 1825 se acordó que se pagase el sermón de la octava de
Naval de los fondos de la propia hermandad, como se hacía en la del Carmen, y
no del bolsillo de los hermanos mayores, como se acostumbraba en ésta.
Virgen del Rosario en su templo. [Foto de José Carlos Mesa] |
La Hermandad del Rosario regresa temporalmente al Convento (1826-1835) y se reintegra definitivamente a la parroquia de San Pedro (1836-1847, 1859-1941)
Tras el restablecimiento del convento el 4 de junio de
1826, la Hermandad del Rosario regresó al mismo y tomó medidas para su
revitalización, pues: “con motivo del trastorno y contratiempos que habían
precedido en la hermandad, de que todos estaban impuestos, habían rehusado la
mayor parte de ellos ni vestirse, ni pagar”.
Nueve años después, en aplicación de la nueva
Desamortización de Mendizábal, el Convento dominico de Güímar fue suprimido
definitivamente el 15 de noviembre de 1835, por lo que fray Roberto González se
vio obligado a entregar al Estado el edificio, los vasos sagrados, las alhajas
y demás enseres destinadas al culto en la capilla, que al día siguiente le
fueron entregados al beneficiado de la parroquia de San Pedro. Pero no se
incluyó lo correspondiente “á la hermandad y cofradía del Rosario por
considerárseles como ramas separadas que deben subsistir, aquella como
propiedad exclusiva de los varios particulares que forman la corporación, y
ésta del pueblo que contribuye al mantenimiento del culto con sus limosnas”;
por ello, el último prior entregó el libro en el que llevaba la cuenta de dicha
Hermandad al cura de Arafo “para que lo revisara y tomara el balance”.
Con respecto al “Señor de la Corona de Espinas”, aunque no
está documentado, lo más probable es que tras la reapertura del convento
regresase a éste, donde permanecería hasta su cierre definitivo, y con este
motivo volvería a la iglesia parroquial de San Pedro Apóstol, donde ya se quedó
y continúa al presente, ahora bajo la denominación de “Señor de las
Tribulaciones”. Esta imagen fue restaurada en 2005 por doña Elisa Campos
Domínguez y procesiona anualmente el Martes y el Viernes Santo, acompañada de
su Cofradía de Romanos, fundada entre 1945 y 1950 por don Miguel Fuertes, que
fue su mayordomo.
En 1836 se solicitó “la apertura de la capilla del
convento” y el pase de la Hermandad a la parroquia, a lo que respondió el
obispo Folgueras: “Concedemos licencia para que la Iglesia del Convento de
Santo Domingo suprimido en el lugar de Guimar continúe abierta para el culto
público con el título de ermita de Ntra. Sra. del Rosario, bajo la dirección y
gobierno del Ve. Beneficiado, sin perjuicio de los derechos Parroquiales, y
dejamos á su arbitrio la traslación á su Parroquia de la hermandad y cofradía de
la expresada Imagen, cuya festividad del Santísimo Rosario se hará en la
expresada ermita a costa de su hermandad y cofradía, sin que con pretexto
alguno, pueda celebrarse en dicha ermita otra función ninguna de dicha
hermandad y cofradía, ni de otra ninguna Imagen ô advocación”. En virtud de lo
dispuesto, la Hermandad del Rosario pasó por segunda vez a la parroquia de San
Pedro, “por convocación del Ve. Beneficiado, quedando en los mismos términos y
posesión de cómo estaba”. Pero la imagen de la Virgen del Rosario permaneció en
su antigua capilla, ahora ermita.
Así se consiguió salvar la iglesia del convento suprimido
para el culto, librándola de la irremisible ruina a que estaba destinada por su
abandono. A partir de entonces, el responsable de la misma sería el
beneficiado, Dr. don Agustín Díaz Núñez, y podía celebrarse en ella, como en
las demás de la feligresía, la misa dominical y la fiesta anual, por alguno de
los sacerdotes residentes en la localidad y adscritos a la parroquia de San
Pedro; ésta asumía la conservación de la nueva ermita del Rosario, así como la
Función de Naval o de Ntra. Sra. del Rosario, que se celebraba el primer
domingo de octubre y era costeada por la Hermandad, la cual siguió en activo,
reuniéndose en la sacristía de la parroquia de San Pedro, por lo menos hasta
1847.
Después de la desorganización de la Hermandad del Rosario
se constituyó la nueva “Confraternidad de Ntra. Sra. del Rosario y del Carmen”
de la parroquia de San Pedro, que refundía las dos anteriores, ya desaparecidas;
fue aprobada el 16 de julio de 1859 en San Ildefonso por el ministro de Gracia
y Justicia don Santiago Fernández Negrete, y se la conoció en su última época
como “Hermandad de Nuestra Señora del Carmen y Rosario”. Tras sendas crisis y
periodos de desorganización, fue reorganizada el 10 de octubre de 1914 por el
párroco don Vicente Ferrer de la Cruz y el 25 de julio de 1926 por su sucesor
don Domingo Pérez Cáceres, y permaneció en activo durante 82 años, hasta 1941.
Fuentes documentales:
Archivo Histórico Diocesano de San Cristóbal de La Laguna.
Fondo histórico Diocesano.
Documentación organizada por pueblos.
Legajo nº 57.
Archivo Histórico Provincial de Tenerife. Legajo Conventos,
C-19.
Archivo Parroquial de San Pedro Apóstol de Güímar.
Hermandades y cofradías.
Documentación de la Hermandad del Rosario [Hoy depositada
en el Archivo Histórico Diocesano de Tenerife (La Laguna)].
Calero Ruiz, C. (2003). Estudio iconográfico de la imagen
del Cristo de las Tribulaciones de la Parroquia de San Pedro Apóstol. En:
Homenaje a la Parroquia de San Pedro Apóstol, págs. 69-72. Excmo.
Ayuntamiento de Güímar.
González Chávez, C.M. (2007). La Semana Santa en Güímar:
Imágenes de la Pasión. Excmo. Ayuntamiento de Güímar, Concejalía de
Cultura. 118 pp.
Hernández Rodríguez, G. (1983). Estadística de las Islas
Canarias. 1793- 1806. De Francisco Escolar y Serrano. Tomo III. Colección
“Cuadernos Canarios de Ciencias Sociales”, 11. Centro de Investigación
Económica y Social de la Caja Insular de Ahorros de Gran Canaria, Lanzarote y
Fuerteventura. 606 pp.
[blog.octaviordelgado.es]
[1] Publicado en el Programa de la Semana Santa de Güímar.
Marzo-abril de 2010. En esa publicación se eliminaron las imágenes que
acompañaban al texto.
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