Lorenzo de Ara
Día alitúrgico.
Y se hace raro. Siempre que llega. Es un silencio apenado y
justificado. Hay muerte. Sobreabundancia de muerte.
Pero hoy una muerte nos libera. Nos hace libres del todo.
Plenitud. Muerto el hombre, ¡vivimos para siempre!
No hay Evangelio para este día.
Es como si las palabras hubiesen perdido el valor.
La fría piel se convierte en el acomodo perfecto para el
bicho.
Y, sin embargo, no es el pesimismo el que canta victoria.
No es la muerte la que arrolla. No hay guadaña cercenando pies y futuro.
Hoy, con la “Lamentación sobre Cristo muerto” de Andrea
Mantegna, tú estás obligado a vivir, condenado a vivir, atado para siempre a la
Vida. ¿Lo entiendes?
Una madre, la madre, está más pálida que el cadáver del
Hijo. El corazón atravesado por tantísimos puñales. El viejo Simeón, con el
niño en brazos, adelantó el día y la hora a las puertas del Templo. Y María
guarda las palabras, y a José, en silencio, le basta sólo con la fe para ser
padre, esposo, protector de la Familia, que también es la tuya.
Este Cristo no deja de horadar los ojos del testigo que
contempla el castigo experimentado por el cuerpo del inocente. Sin crimen, Él.
¿Dónde está el gramo de piel que se libró del castigo?
En estos días de Pasión, Muerte (mucha muerte),
Enterramiento y Resurrección del Hombre, transita por la calle el enemigo (el
Príncipe) del mundo. Será vencido, de nuevo. Enviado a las tinieblas. Ha
cambiado de nombre: coronavirus.
No sé qué mundo nos aguarda. Ignoro si el abrazo será la
mocedad perdida. Qué voy a saber yo de los besos que humedecerían desiertos y
estadísticas tan frías.
Quiero el mundo de los niños riendo y jugando en los
parques.
Un mundo con menos cosas, vale, pero con más humanismo, con
una vida plena, pobre, porque a lo mejor deberá ser la pobreza quien nos dé la
vida.
Pero el silencio de un mañana que prohíba la risa y el
juego del niño, estaría justificado en el reino de las matemáticas. Algoritmos
que sentencian a muerte a los mayores aferrados a los nietos que contagian
pasión por la vida. Por cada segundo donde el sufrimiento también es vida más
poderosa y limpia.
La vida de todos. Para todos.
¿No llora la madre la muerte del Hijo?
¿Y qué es la muerte del Hijo, madre, sino la vida nuestra?
Vivamos, pues.
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