Salvador García Llanos
¿Por qué molestará a algunos el aplauso de las siete, una
hora más en la península, desde ventanas y balcones? No se entiende bien, la
verdad. Ni siquiera confiriéndole el sesgo ideológico para expresar la
contrariedad. ¿Por qué esa manía persecutoria de lo que no es más que un gesto
espontáneo, una expresión de desahogo de las circunstancias que concurren y que
afectan a la práctica totalidad de la población?
Y lo que es más: aplaudir es un ejercicio libre,
voluntario, no impuesto. Aplaude quien quiere y puede, quien solo quiere
premiar o corresponder a quienes se esmeran en la pandemia para atender a los
demás, a quienes trabajan sin desmayo (a veces con escasos medios y recursos)
para salvar vidas, para trasladar a personas, para llevar enseres y comida,
para propiciar seguridad y hacer cumplir las disposiciones indispensables con
tal de contener la pandemia.
Aplaudir es un acto de desprendimiento y generosidad. A esa
hora se sale para manifestar ánimo y solidaridad con profesionales y colectivos
que impulsan, a su manera, las ganas de que esto acabe. No son palmeros
contratados. Ni mucho menos los que están respondiendo a una convocatoria de
algo o alguien en concreto. No hay otro móvil que el muy noble de de seguir
estimulando el quehacer y la entrega de quienes trabajan de forma abnegada,
fortaleciendo el sistema público sanitario y poniendo a prueba la prestación de
los servidores públicos en sus respectivos ámbitos y cometidos.
¿Qué hay de malo en aplaudir? ¿Por qué ese incomprensible
reproche a quienes lo hacen? Sobre todo, si ello va acompañado, como se ha
visto, de alguna recomendación torticera o con tintes de antipatía, por decirlo
de forma benevolente. Esa sí que es una instrumentalización. Se aplaude para
expresar gratitud.
Se ha hecho casi desde el primer día de la alarma. Como ha
sucedido en el exterior de hospitales, donde se concentra el personal sanitario,
que se emociona cuando despide, por ejemplo, a quien ha causado alta médica. Y
cuando se junta con soldados, policías o bomberos, unos frente a otros. Si por
ellos fuera, se fundirían en un abrazo para animarse, para recordar que hay que
estar así de unidos con el fin de atender el denso trabajo que aún queda hasta
que acabe la pesadilla. Particularmente emocionantes han sido los aplausos
proferidos para decir adiós a algún compañero caído en acto de servicio, nunca
mejor empleado el tópico. Porque los sentimientos existen y cuando llega la
hora de desahogarlos, se hace con motivación y sin otras estridencias que las
dictadas por el corazón y por la razón. Sin esperar nada, sin aguardar otra
cosa que la suma de más personas, de más vecinos y de más compañeros.
Aplaudir porque sí, bastaría decir. O quizá moleste porque
es sano y noble. Se suma quien quiere, quien se adhiere para ser uno más, para
saludar a los de enfrente y a los de al lado. A quienes también siguen el
‘aplausómetro’ desde las calles o desde las plazas cercanas que ni siquiera así
son los patios de vecindad de los que tanto se ha hablado en episodios y
relatos. El horno está para chismografía, para contar, al modo de cada quien,
lo que han dicho en la radio o lo que se ha visto en la tele, para contar el
fallecimiento reciente de alguien o para saludar simplemente después de
merendar o antes de cenar.
¿A quién se molesta con el aplauso sencillo? Pero si es un
flash, un sonido, un momento de alegría y catarsis en medio de tanta penuria.
Día 25 de la alarma
Hoy no saldrá el Gran Poder de Dios. Para muchos
portuenses, era el Viejito el que marcaba el comienzo de la Semana Santa. Su
procesión fue siempre muy concurrida, incluso en los años que menguó
considerablemente la asistencia a estos cultos. Vienen a la memoria tantos
cofrades, tantos componentes de la hermandad, impecablemente trajeados, y
tantos fieles acompañando a la imagen que hoy, por mor de las circunstancias,
no procesionará. El redoble seco del tambor tendrá que esperar.
Han vaciado la pila de la ñamera de la plaza y las palomas
se quedan en el bordillo sin poder beber. Algunas, las muy atrevidas, apuran la
humedad de los hoyuelos y de los pequeños charcos que restan. Los pájaros,
desde las copas de los árboles, amenizan el amanecer. Pero no hay problema: ya
han adaptado el nuevo refranero: “No por mucho madrugar vas a salir a
desayunar”.
Pendientes seguimos de la confirmación del Cabildo. A
partir del lunes se podrá pasear por zonas abiertas y avenidas marítimas,
siempre provistos de de DNI o tarjeta de residente. Se supone que tendrán que
coordinarse, si es que al final se decide la autorización. Cuidado, no sea que
la ansiedad por salir eche a perder todo el esfuerzo de confinamiento realizado
hasta ahora. Así lo expresamos en la tertulia de COPE Tenerife, reducida unos
minutos porque comparecía el obispo.
Las escenas de los mayores abandonando su internamiento
hospitalario emocionan. Qué ejemplo de entereza y de voluntad, mentes preclaras
que ya han vivido tantos reveses, tantas tribulaciones, que este trance lo
resisten y lo superan. Unos salen de pie y otros en silla de ruedas. Despiden a
su enfermero o a su médico y hablan a través de la mascarilla mientras sus
familiares y vecinos les aclaman al llegar a los exteriores de su domicilio.
Planetacanario.com, de Vicente Pérez, publica un trabajo
del fotoperiodista Moisés Pérez en el que plasma cómo los vecinos del bloque de
viviendas ‘Isla Lanzarote’, en La Vera, agradecen, con pancartas y carteles que
cuelgan de balcones y ventanas, las aportaciones de los sectores y colectivos
que se esmeran para que nade falte. Es una expresión de gratitud y solidaridad
que refleja la idiosincrasia de los portuenses. Por la tarde, circulan mensajes
e imágenes de ese barrio que preocupan. Algún incidente, alguna conflictividad
en la convivencia que ojalá no pase a mayores.
La consejería de Sanidad del Gobierno de Canarias registra
en esta fecha mil setecientos veinticinco casos acumulados de coronavirus
(hasta el término es desagradable de escribir). Por municipios, el Puerto de la
Cruz tiene treinta positivos y un fallecido.
En algún lado leemos que la poco sospechosa OCDE pone de
ejemplo a España en la lucha contra COVID 19 y Aday Ruiz, ex concejal del
Ayuntamiento de Las Palmas de Gran Canaria, hace una pregunta muy seria en su
muro de facebook: “Los medios de comunicación, habiendo sido declarados
servicios esencial, ¿se puede acoger a los ERTEs?”.
Hay mensajes, en las redes y en la mensajería móvil,
difíciles de digerir. No solo por injustos y por deformaciones de la realidad
sino por absolutamente inapropiados. Resolvemos no atenderlos ni contestarlos,
aunque no se diluyan del todo en ese tráfago incesante de la política mal
entendida.
“Soñar la recuperación”, llamativo título del texto que
publica el eurodiputado canario Juan Fernando López Aguilar en el Huffington
Post. Síntesis: la Unión Europea se juega su crédito ante el COVID 19.
Cualquier alternativa a la solidaridad tendría un coste inasumible.
Se aplazan las Jornadas Cervantinas de La Orotava. Quedan
para otoño. Tan buen trabajo bien merece una celebración que las consolide.
La luna llena que ilumina la noche silenciosa (parece que
está ahí mismo) augura el éxito.
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