Javier Lima Estévez. Historiador
La amplia obra del cronista y político portuense José
Agustín Álvarez Rixo (1796-1883) nos sitúa ante innumerables acontecimientos y
personajes de notable interés para el conocimiento de nuestro pasado. Dentro de
esa fértil producción nos encontramos con el documento “Anécdotas referentes a
la sublevación de las Américas en cuyos sucesos sufrieron y figuraron muchos
isleños canarios”. Procedemos a su consulta y análisis a través de la obra Entre la insurgencia y la fidelidad, del
Catedrático de Historia de América de la Universidad de La Laguna, Manuel
Hernández González. No duda Álvarez Rixo en iniciar su relato justificando el
motivo que le ha llevado a desarrollar su trabajo. De esa forma comienza
recordando la presencia una mañana del verano de 1820 de José Cullen y su
esposa al Puerto de la Cruz. Le sorprendió la presencia de un individuo de
negro que, nada más desembarcar en tierra “se arrodilló, se quitó el sombrero y
el solideo y besó la tierra; que, levantándose, acto continuo con notable
júbilo, comenzó a abrazar a cuantos se le presentaban conocidos o desconocidos,
con efusión semejante a la de una persona que salida de algún abismo vuelve a
la comunicación de la sociedad humana”. No dudaría en averiguar el origen de
tan misteriosa persona cuya acción se remontaba a una aventura de notable
interés, tratándose de José Reyes, presbítero natural de la isla de La Palma.
Salió desde el Puerto de la Cruz llegando a Buenos Aires. Ahí, cuando se
encontraba en una posada “apareció un piquete de tropa con un oficial del
gobierno insurgente, preguntando si por allí había pasado o se había embarcado
don José Reyes”. Tal y como apunta Álvarez Rixo, ante la búsqueda de los
soldados el sacerdote respondería que era él. Los soldados no dudaron en
avisarle que se colocara de rodillas pues iba a ser fusilado. El clérigo, con
gran miedo y múltiples dudas por esa acción, proclamaría que llegó al lugar
desde Canarias y que su función no guardaba ninguna relación con el Gobierno.
Otras personas allí presentes confirmaron su versión, logrando salvar su vida.
Desde allí marcharía a Perú y Chile hasta regresar a Tenerife, no dudando
“besar y abrazar la sosegada patria, como todo buen hijo que después de larga
ausencia vuelve a los brazos de su querida madre”. Álvarez Rixo lamentaría no
anotar otros sucesos similares desarrollados en Venezuela cuyo conocimiento
llegaron hasta su persona.
Otro momento
significativo descrito por el cronista portuense se refiere a la constitución
de una junta gubernativa por parte de los caraqueños el 19 de abril de 1810,
estableciendo las diferencias respecto a la consideración de los canarios.
Un nuevo
capítulo trataría la presencia del capitán de fragata, Domingo Monteverde,
quien nació en el municipio de La Orotava. A Monteverde le acompañaron muchos
isleños a lo largo del camino y le “preferían al jefe provincial con quien tal
vez, por la distancia, no simpatizaban aquellos habitantes.” Destacaría la
acción de Monteverde y su entrada en Caracas con isleños y criollos leales. Sin
embargo, no duda en anotar Rixo las obsesiones que poco a poco fue incorporando
en su vida el capitán. Entre sus manías, por ejemplo, destacaba que solo
accedía a oír asuntos entre las 10 u 11 de la mañana hasta las 2 de la tarde,
siendo no del todo agradable el tono que empleaba durante esas limitadas horas
de atención. Un elemento que supieron aprovechar “los astutos caudillos de los
insurgentes” para recuperar territorio en diversos puntos de Venezuela. Asimismo, apunta para la posteridad el
nombre de Manuel Fierro, natural de La Palma, estableciendo la consideración
que sobre tal persona en atención a que por sus consejos se perdió “la opinión,
las voluntades y el territorio reincorporado”. La recuperación que sufrieron
los isleños sería protagonizada por otros valerosos caudillos canarios. Al
respecto, Álvarez Rixo destaca el ejemplo del general Francisco Tomás Morales,
natural de Gran Canaria.
Una aportación
de notable interés para conocer más sobre la influencia canaria en América a
través de la investigación del polígrafo portuense José Agustín Álvarez Rixo.
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