Salvador García Llanos
Hablamos de epidemias en el Puerto de la Cruz durante el
siglo XIX. También la hubo de viruelas. Veamos cómo las combatieron, siempre
con la ayuda de los testimonios aportados por Nicolás Pestana Sánchez.
El 26 de abril de 1804, a resultas de un escrito cursado
por el Marqués de Casa Cajigal, Comandante General de las Islas y presidente de
su Real Audiencia, relativo a la introducción en el municipio del denominado
“fluido vacuno”, el alcalde, Bernardo Cólogan, convocó a los facultativos en
medicina y cirugía residentes en la localidad con el fin de combinar los medios
más convenientes para propagar dicho “fluido” contra el contagio de las
viruelas.
Un día después, acudieron a la cita el Síndico Personero,
Tomás Cullen; los facultativos de medicina, Juan Emeric y Diego Armistrong; y
los practicantes de cirugía, Santiago Murga y Juan Miranda. Quedaron enterados
del contenido del oficio del Marqués de Casa Cagigal, sobre este importante
asunto de la vacuna como “…preventivo nuevamente descubierto contra las
viruelas naturales”, que deseaba se introdujese y estableciese en el Puerto,
para bien de sus vecinos.
El caso es que había que poner en práctica un método
adecuado de vacunación a fin de que la recibiesen todos los nacidos después de
que se acabó la vacuna o “fluido” que había sido adquirida por el pueblo
portuense mediante suscripción pública el pasado año 1803. Los facultativos
dictaminaron que el mejor medio de conservar el específico era administrarle
por una inoculación progresiva, impidiendo que se hiciese cómo y cuándo quisiesen
los padres o personas interesadas y proporcionando el número de los que se
vacunasen cada vez al de los que hubiese que vacunar según resultasen de los
padrones, o listas, que se formarían.
El doctor Diego Armistrong se hizo cargo de recorrer las
inmediaciones del lugar con el fin de comprobar si las vacas del país tenían o
no el grano, o fístula, de que procede el pus vacuno o de inocularlas del modo
que insinuaba el Marqués de Casa Cagigal.
Así, los niños fueron vacunados progresivamente, de tres en
tres, o de cuatro en cuatro, prohibiéndose que a ninguno se le administrase el
remedio sin permiso del alcalde, bajo la pena de 10 ducados de multa a los
facultativos en medicina y de 4 a los practicantes de cirugía. El importe de
estas multas sería aplicado a los beneficios de la misma vacuna.
De resultas de la memorable expedición de vacunas, insinuó
el Alcalde Mayor de la Villa de la Orotava, Francisco Javier Otal Palacín que
tenía, igualmente, orden de hacer partícipes de aquel beneficio a todos los pueblos
dependientes de su jurisdicción.
Como el pueblo portuense no esperaba que la ayuda de S.M.
el Rey para la vacunación se hiciese extensiva a esta provincia ultramarina, se
hizo una suscripción pública y con su producto, como ya se ha señalado, se trajo
fluido vacuno en el año 1803, consiguiendo que se vacunasen no solo los hijos
de los ricos sino también que lograsen igual beneficio los hijos de los pobres,
que fueron atendidos a expensas de los mismos suscriptores.
En este supuesto solo había de vacunarse a los nacidos
desde principios de agosto de ese año y parecía prudente aguardar unos dos o
tres meses más, a fin de que no acudiesen todos de pronto y se acabase el
específico.
Así estaban las cosas hasta que tuvo que ausentarse de la
isla y desplazarse a La Palma el doctor Armistrong, facultativo con quien se
contaba para este fin. Habiéndose prolongado su estancia con motivo de haber
visitado la isla de La Gomera para introducir allí la vacuna, no fue posible
dar principio a la obra hasta pocos días antes de haberse recibido el oficio
del Comandante General de la Islas de 11 de abril.
El alcalde costeó, en su mayor parte, de su peculio
particular, los gastos de esta nueva vacunación de niños pobres, pese a que
podía contar muy bien con la generosidad de sus vecinos, que, por lo general,
habían sido proclives a estos actos de caridad y beneficencia y que
distinguieron principalmente en las ocasiones en que se manifestaron las
viruelas.
Relata Pestana que era público y notorio que en año 1782 un
solo vecino abrió a su propia costa una especie de hospital que atendió a más
de 600 pobres. Este vecino fue Bernardo Cólogan Valois. También se sabía que,
en el año 1798, fueron inoculadas y mantenidas, por medio de otra suscripción
voluntaria, todas las personas que carecían de recursos económicos para
librarse del contagio de la viruela. Igualmente, se habían practicado los
medios sugeridos por el Ministro de Gracia y Justicia sobre administrar el
fluido a las vacas del país para ver de perpetuarse por este medio. Diego
Armistrong se trasladó, con este fin, a Icod el Alto, reconoció las vacas que
había por allí y comprobó que no estaban en el caso de poder hacérseles la
inoculación que se deseaba.
En el año 1803 fueron vacunados 146 niños de gente
acomodada y 249 de familias pobres. Estos últimos gracias a la suscripción
pública.
Día 39 de la alarma
Hasta el balcón llega el ruido del oleaje. Debe estar el
mar algo alterado. Para mañana, por cierto, se anuncian lluvias.
Pleno en el Congreso de los Diputados que seguimos en
televisión durante, prácticamente, toda la mañana. El presidente Sánchez
solicita una nueva prórroga del estado de alarma, en vísperas de una nueva
cumbre europea de la que también debe informar a la Cámara, dada la repercusión
económica de acuerdos previsibles.
El debate discurre por los cauces previsibles. Intervienen
los dos diputados canarios, Ana Oramas y Pedro Quevedo. La primera traza un
panorama apocalíptico (“...dos millones de canarios se ahogarán en el
Atlántico...” y solicita ayuda. Quevedo también la pide: un plan de choque
“ante el enorme riesgo de una fractura social”.
Quien brilla en el debate es la portavoz socialista,
Adriana Lastra. Parlamentarismo puro. Respetuosa, mesurada, firme, persuasiva…
Ha estado bien, en línea de superación.
En medio del debate una noticia triste: el fallecimiento de
Marcos Mundstock, componente del quinteto argentino Les Luthiers, al que vimos
actuar en varias ocasiones, la última de ellas en noviembre de 2018, en el
auditorio ‘Alfredo Kraus’, de Las Palmas de Gran Canaria. Dotado de una voz
inigualable, Mundstock lo era todo en el grupo que ganó el premio Princesa de
Asturias de Comunicación y Humanidades 2017. Ya para entonces no estaba Daniel
Rabinovich, otro de los integrantes de la formación. La amiga Delia Ossio
Varela habrá llorado en Buenos Aires esta sensible pérdida. “El hombre que
compuso malabarismos con el idioma español”, escribe Alex Grijelmo en El País.
Hizo reír, seguro, a todos los que le siguieron.
De aquella actuación en Las Palmas, titulada Las obras de
ayer (El refrito), dejamos constancia en este blog. Rescatamos estos párrafos:
“Les Luthiers hacen algo más que entretener. Desde el
primer minuto hasta el bis de clausura. No hay oropeles en el montaje. Cada quien,
en su esmóquin, cada quien en su papel, curtido y renovado en cientos de
presentaciones. Voces de veteranos, gestos sublimes de actores. El humor es
cosa seria como también se puede acreditar con el empleo de esos peculiares
instrumentos que son consustanciales a las actuaciones del grupo al que los
años no pesan, por cierto.
Es humor cantado, teatralizado. Un humor caústico y
desenfadado a la vez. Ironía, sarcasmos, gestos, letras intencionadas, el doble
sentido, retruécanos... Hasta el ritmo del espectáculo hace que los salmos
sectarios de Warren Sánchez conecten con los diez minutos de recuerdos finales
-una licencia a la nostalgia- en una fluidez imperceptible. Como en las grandes
obras de los grandes escenarios. Una delicia audiovisual. No es de extrañar que
en su paso por Las Palmas de Gran Canaria hayan llenado todas las noches. Cada
entrega de Les Luthiers les convierte en inmortales. La complicidad, fruto de
la comicidad, brota desde su aparición en escena y se refuerza con la breve
introducción que Marcos Mundstock -¡qué voz!- hace de cada una de las partes
del espectáculo. Si alguien anda en horas bajas o al borde de la depresión, que
tome una dosis -una sola bastaría- de la ironía 'luthieresca'.
Destilan genialidad y con eso queda todo dicho.
Especialmente, cuando es una constante. Sobre todo, cuando contrastan que el
humor es cosa seria. Hasta hacerlo conspicuo”.
Gracias, Mundstock. Nos hiciste felices.
Ya al declinar la tarde, el barítono invisible obsequia el
pasodoble “Islas Canarias”. Coincidimos con dos vecinos que sacan sus perritos
a pasear en el camino al supermercado. Uno aclara la localización del equipo de
megafonía que emite a todo volumen “Resistiré” después del aplauso de las
siete: está en un edificio de la calle Pérez Zamora. El aplauso, por cierto,
viene esta vez acompañado del paso de una guagua urbana cuyo conductor hace
sonar su potente claxon.
Otro día sin fallecidos en Canarias. A ver si remite la
pandemia.
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