Evaristo Fuentes Melián
(Comentario sobre un reportaje de televisión emitido el 5
abril 2020). Ahora que estamos en plena campaña anti virus, es la
oportunidad para recordar algunas catástrofes históricas de mayores
dimensiones.
Una de ellas fue el hundimiento del Titanic, que
quedó depositado a cuatro mil metros de profundidad en el Atlántico
Norte. La fábrica del Titanic estuvo
condicionada por una lucha entre las grandes empresas navieras para competir, a
ver quién los hacía más grandes y más lujosos.
El Titanic zarpo de Southampton (Inglaterra), hizo escala
en Cherburgo (Francia) y en Queens Down (Irlanda), para recoger algunos
pasajeros. En total, mil trescientos pasajeros
y novecientos tripulantes. El fatal accidente se produjo a 580
kilómetros de distancia al sureste de San Juan de Terranova.
El trasatlántico Titanic se hundió la noche del 14 al 15 de
abril del año 1912. Sin embargo, no se
descubrió visualmente su lugar en el fondo del mar, hasta pasados setenta (70)
años. La primera expedición que lo descubrió fue en los años ochenta. Ha habido
un total de veinte expediciones, todas han traído su recuerdo a modo de
pequeños objetos materiales, reliquias que acompañaron al Titanic en su
hundimiento.
La última expedición, año 2019, que es la protagonista de
este reportaje que nos ocupa, fue la más y mejor preparada con tecnología
punta, muy superior a las anteriores.
Primeras preguntas:
¿Por qué el capitán del buque iba tan deprisa, a toda
máquina, por una zona del Atlántico
Norte, en que se podía tropezar (¡nunca mejor dicho!) con algún iceberg?
¿Fue la catástrofe debida a un fallo de diseño o a un fallo
de construcción?
¿Eran débiles los remaches de la estructura del barco? ¿Por
qué se soltaron al ‘enfrentarse’ con el iceberg? ¿Fueron de fabricación débil o
de colocación indebida no bien rematada? Estas preguntas quedan contestadas con
que las pruebas posteriores en laboratorios mecánicos dieron resultados
aceptables.
Anécdotas.- Si nos vamos al terreno de lo tristemente
anecdótico, tenemos el caso Benjamín Guggenheim, un señor ricachón de empresas
mineras, que embarcó con parte de la familia y sirvientes, y cuyo tataranieto
formó parte ahora invitado a la expedición de 2019. Cuando Benjamín se percató
del trágico final, entró en su camarote, dejó el salvavidas y se vistió con sus
mejores galas, dispuesto a morir en el hundimiento. Por el contrario, otro señor poderoso dio a conocer a voz en grito,
su alta categoría social, para hacerse con un sitio en la primera lancha que
fue descolgada (a pesar de que lo reglamentado es “las mujeres y los niños, primero”).
Una señora bien vestida de lujo, de la alta burguesía, fue de las primeras a
quien ayudaron a montar en una lancha. Entre estas anécdotas, se puede contar
también la de un señor muy adinerado, con empresas e influencias en varios
continentes, que cuando embarcó puso un nombre de identidad falso. Iba dando la
vuelta al mundo en varios tramos, acompañado de una amiga, sin que su esposa y
familia lo supieran. El capitán del barco, se hundió con el Titanic, como era
su deber… Ahora en estas expediciones, la bañera de su camarote apareció
completamente impoluta. El novedoso servicio de transmisiones telegráficas
(Marconi) de aquellos tiempos, apareció ahora totalmente deteriorado e
inservible.
Se comprueba que
el buque se partió y se observan miles de piezas y pequeños restos
desperdigados, a lo largo de unos 800 metros de distancia, entre la proa y la
popa.
A pesar de las miles de fotografías con tecnología punta,
sacadas de una amplia zona de varios kilómetros cuadrados en el fondo del mar,
aún quedan cientos de piezas que no se han podido recomponer ni identificar en
su totalidad por ingenieros especializados.
Aparecen intactos platos, utensilios de cocina y pertenencias personales de los
pasajeros, y hasta una puerta giratoria de los salones del barco.
El Titanic, el pecio del Titanic, correrá el peligro a lo
largo del tiempo, de verse cubierto paulatinamente de tierras movedizas, que
constituyen el fondo del mar en esa zona atlántica.
La noche del hundimiento fue una noche de calma chicha, con
un cielo lleno de estrellas pero sin luna. Los dos vigilantes de guardia
miraban hacia adelante y se percataron de que, de repente, las estrellas
empezaron a ocultarse, pero al poco rato se sorprendieron asustados, puesto
que el ocultamiento de las estrellas no
era por una nube, sino, ¡horror!, por una montaña de hielo, un enorme iceberg.
Dieron la alarma con la campana, y los timoneles intentaron a duras penas
desviar el rumbo lejos del iceberg. Pero ya era tarde y no hubo tiempo para
impedir que el iceberg rozara, rajara al buque por un costado a lo largo de
varios metros. Empezó inmediatamente a
entrar agua en cantidad. El ingeniero constructor que también iba a bordo
calculó que tardaría un par de horas en
hundirse irremediablemente.
Las distintas clases de pasajeros nunca se mezclaban, eran
compartimentos y pisos o plantas distintas, cerradas e incomunicadas entre
tercera, segunda y primera clases. Sin embargo, en los comedores de segunda
clase se comía exquisitamente, como pudieron comprobar las familias de medios
escasos y su condumio en la vida corriente.
Lamentablemente debemos hacer hincapié en la falta de
lanchas salvavidas suficientes para todos los pasajeros y tripulación al
completo en caso de accidente catastrófico; solo había lanchas aproximadamente
para la mitad. Y así quedó escrita, esta
triste historia.
Esta última expedición en 2019, ciento siete años después
del hundimiento, ha sido la más completa, con especialistas científicos de
varias ramas. Ecologistas microbianos, Historiadores visuales, Investigadores
especialistas en accidentes…
Un vehículo de última generación tecnológica fue el primero
en sumergirse con un solo tripulante. Tardó en llegar al fondo del mar, junto a
los restos del Titanic, una hora y media.
Entre pasajeros y tripulantes iban más de dos mil
personas. Mil quinientas perecieron. Se
comprueba que el buque se fracturó y se encuentran objetos personales,
vestidos, vajillas, ropa…
Habrá que realizar una segunda fase de investigación
forense. La popa está muy dañada, quedó destrozada por el impacto en el fondo
del mar. Las bacterias prosperan; se han
habituado en carámbanos de oxido a ‘comer metal’…
Aún queda erecto el pescante final de la última lancha.
Pero solo había veinte lanchas en el buque, menos de la mitad de las necesarias
para el total de pasajeros y tripulantes.
Vehículos submarinos autónomos no tripulados hicieron miles
de fotos. Fue un barrido por tiras largas, de similar modo a como se poda un terreno de césped en un extenso
jardín. También colaboraron en esta
última expedición en busca del Titanic, dos robots, cuyos nombres
<Ginger> y <Mariam> corresponden a dos mujeres que iban en el
Titanic. Son robots inteligentes, marca AMV. Estuvieron una semana recogiendo
datos. Por vez primera se puede contemplar ahora, en reproducción fotográfica
tecnificada, toda la zona del desastre, y hay cientos de piezas aún por identificar.
La proa quedó casi intacta; la popa, a casi un kilómetro de
distancia, bajó al fondo del océano haciendo círculos en rotación espiral y
quedó destrozada por el impacto.
En esta última
expedición de 2019 se fabricó una plataforma de grandes dimensiones, fabricada
con el mismo material que el Titanic, y se depositó en el fondo del mar, para
que a lo largo de los años venideros vaya siendo inspeccionado su deterioro
paulatino en nuevas expediciones futuras.
Epílogo fatal en
conclusión:
23.40 horas del día
14 de abril de 1912, y 2.15 horas de la madrugada del día 15. Eso tardó el
Titanic en hundirse para siempre.
ESPECTADOR
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