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sábado, 19 de septiembre de 2015

SU MAR ERA MI MAR


José Sebastián Silvente

Está lloviendo ahora. Esta noche inacabable, de cielo atormentado y destellos de infausta fantasía, acompaña mis recuerdos, que se resisten a abandonar mi mente, enajenada por su ausencia. La luna deja sólo una estela apagada en este mar, donde sólo reman mis suspiros, y mis ojos sólo encuentran frente a frente su imagen más allá del horizonte. Las embestidas del viento contra el acantilado repiten su nombre, como cuchillos que abren una y otra vez las heridas anidadas en los confines de mi alma. Ella… de belleza eterna, a quien Juno, Minerva y Venus envidiaban, aparece a cada instante como una diosa inasequible que atormenta mi alma sin piedad, mientras muero de nostalgia; esta nostalgia que jamás entorpeció el paso de los años, prisionera de su piel y su sonrisa, y que ese pálido silencio suyo, hiriente como un conjuro, la marchita lentamente como se marchita un lirio. Su mar era mi mar, en el que se bañaban nuestros amores desnudos, impúdicos… primitivos, bajo aquellos atardeceres puros, donde se mecían nuestros cuerpos en una danza extática; donde mi brazo ceñía su cintura mientras ella posaba su cabeza sobre mi hombro y así, dejábamos salir nuestros sueños sobre aquél inmenso espejo azul en el que se miraba el sol; en el que como dos gaviotas en vuelo libre de miedos y temores volábamos hacia el nido que habíamos construido más allá del universo. Está lloviendo ahora. Esta noche inclemente de rumbo errático a donde quiera que ella esté, acompaña mis plegarias en este mar al que, huérfano de su presencia, mi vida entrego con el final que siempre deseé tener en mi callado pacto con la muerte: Que tuviera la indulgencia de no venir en busca de mi cuerpo antes de que yo hubiera muerto… sólo por su amor.

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