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jueves, 31 de enero de 2019

HERÁLDICA SOBRE LA HISTORIA DE: Las Órdenes de los Aztecas


José Peraza Hernández

Por regla general, cuando se habla de Heráldica se suele echar en olvido que no sólo los pueblos occidentales la utilizaban y esto, aun así, a partir del siglo XII o principios del XIII. Ya hemos dejado indicado que las Cruzadas dieron un enorme impulso al Blasón, aunque con anterioridad se hubiera utilizado, pero en casos limitados.

Pero la Heráldica no es privativa de las naciones de Europa. Otros pueblos la utilizaron también. Otro tanto ocurre con las Órdenes Militares: Conocemos "las nuestras", pero somos bastante ignorantes en lo que a otras Corporaciones de este tipo mantenían otros pueblos, algunos despectivamente denominados "salvajes". Por ejemplo: sin tener que trasladarnos a América, algo que haremos más adelante, en África, un pueblo por lo menos conocía y utilizaba la Heráldica. Nos estamos refiriéndo a la nación Zulú. Como tampoco es muy conocido el hecho de que estos nativos africanos mantuvieron un Ejército con una disciplina que poco tenía que envidiar a los europeos. Este Ejército estaba compuesto por Regimientos agrupados en los que ellos denominaban un "impi", es decir, el equivalente a una división en los ejércitos occidentales, y para diferenciarse unos de otros, es verdad que no utilizaban banderas ni estandartes, pero cada Regimiento llevaba pintados en sus escudos determinados signos heráldicos, diferenciándose así unos de otros.

En lo que respecta a América, cuando Hernán Cortes emprendió la conquista de Méjico bien sabía él que se iba a enfrentar a un poderoso Imperio. De haber encontrado unidas a las diversas razas y pueblos que lo formaban, es evidente que la conquista le habría costado mucho más, incluso es posible que no hubiera podido llevarla a cabo. Su suerte fue que la religión de los aztecas fue la causa de su perdición.

Esclavizados a dioses siempre sedientos de sangre, los aztecas no vacilaban en dominar por la fuerza a otros pueblos de su imperio para obligarles a entregarles víctimas que eran sacrificadas a fin de aplacar a sus dioses.

Se calcula que los aztecas precisaban al año más de veinte mil víctimas humanas. Adolescentes, tanto muchachos como muchachas, conocían la sangrienta Losa del Sacrificio para que los "pabas", (sacerdotes), les abrieran el pecho y arrancaran el corazón. Naturalmente, los así dominados estaban deseando que se les ofreciera la más mínima oportunidad para sacudirse el yugo azteca y vengarse de ellos. Basta el dato de que en el ejército de Hernán Cortés, llegaron a combatir más de cuarenta mil tlascalas, aliados a los españoles para derribar el aborrecido poder azteca.

Pero éste no es el tema de nuestro trabajo: el tema es que también los aztecas no sólo conocían la Heráldica y las Órdenes Militares, sino que usaban una y otras. Es conocido el escudo heráldico del emperador Moctezuma. Nadie tenía derecho a utilizarlo si no era él. Naturalmente que es muy distinto a los nuestros, pero, al fin y al cabo, la heráldica no tiene por qué ser lo mismo en todas partes. Obsérvese también la reproducción de uno de sus dioses, el peor y más sanguinario de todos: Huitzilopóchtli, fastuosamente adornado con plumas de quetzal, que en lengua azteca significa "pájaro mosca".

Pero el detalle que queremos hacer resaltar es el escudo, porque aún de extraña forma, de eso se trata, que aparece en la pintura, siempre, en cuantas reproducciones hemos contemplado de este dios de la guerra, la forma y el dibujo es el mismo. Una extraña cruz de cinco brazos y el círculo de aros amarillos, con una faldilla en su parte inferior adornada con lo que podríamos denominar roeles. Hay una miniatura en el manuscrito B. A33-042 de la Biblioteca Nacional de Madrid donde asimismo puede observarse la reproducción de un combate entre españoles y aztecas. Se ven perfectamente los escudos de los caballeros de Hernán Cortés, con sus blasones pintados en ellos, pero el dato curioso es que en los escudos de los aztecas asimismo pueden observarse pinturas y en cada uno, el dibujo es distinto, o sea que, parece fuera de toda duda que correspondía al que lo manejaba, distintivo suyo o de su familia o fracción tribal, lo que en definitiva cuenta también es heráldica.

En lo que respecta a las Órdenes Militares, el Imperio azteca también las tenía: en la reproducción de un guerrero, una miniatura que se conserva en el Códice de fray Bernardino de Sahagún y se encuentra en la Real Academia de Historia de Madrid, se ve perfectamente al guerrero empuñando un escudo pintado y por si quedara alguna duda, al pie de dicho grabado se dice: "Azteca del tiempo de la conquista provisto de escudo y espada y adornado con los emblemas de su cofradía". Efectivamente en el Imperio Azteca, que se conozca, existían lo que podríamos denominar como tres Órdenes Militares, al menos que nosotros sepamos: los "Guerreros de Cholula", cuerpo militar escogido, al que no todos tenían entrada; los "Caballeros Águila", otro cuerpo asimismo militar en el que únicamente podían ingresar aquellos que pertenecieran a la nobleza del Imperio. Como distintivo utilizaban un casco imitando la cabeza de un águila y, finalmente, los denominados "Voluntarios de la Muerte", que cubrían su cuerpo con la piel de un jaguar. Este detalle se observa en otra miniatura que reproduce un combate entre aztecas y españoles, y puede verse con toda claridad a uno de los guerreros que cubre su cuerpo con la piel de dicho felino. Hay más: en ese mismo dibujo puede verse también como los escudos de los guerreros, ostentan signos distintos.

El escudo de la nación mejicana no es sino la herencia de aquel que ya utilizaron los aztecas para representar su ciudad, la rica e inmensa Tenochtitlán. Narra la leyenda que un águila, en la que se había reencarnado el dios Huitzilopóchtli fue a posarse en un cactus llevando en el pico una serpiente. Esta imagen que perdura en el escudo de Méjico, no es otra cosa que el legado heráldico de los aztecas.

En una de las páginas de un códice mejicano enviado a Francia para explicar la situación de Tenochtitlán, ya aparece el dibujo del águila con la serpiente en el pico posada sobre un cactus que crece en un islote. Y en lo que respecta a Genealogía, los aztecas también se preocupaban de ella: El emperador Moctezuma, poseía la relación completa de sus antepasados y en una pintura mejicana sobre una hoja de pita, se encuentran los seis últimos emperadores aztecas.

Resulta sumamente curioso ver como los primeros aztecas convertidos al cristianismo escribieron el Credo por medio de dibujos. Quede para los historiadores la narración de la conquista de Méjico. Siempre se habla de Moctezuma como un hombre de gran dignidad y refinada cortesía. Quizás fuera así: pero lo que es evidente es que fue la víctima de sus propios sanguinarios dioses.

Cuando pidió a Hernán Cortés que se reuniera con él en el "teocall" estaba condenando a su pueblo a la derrota. Cortés llegó al templo y subió las 114 gradas que conducían hasta su terraza más alta. A medida que se iba acercando a la cima, su impresión era mayor. Se estaban celebrando los sacrificios. Moctezuma recibía a las víctimas en una especie de altar, rodeado de sacerdotes y de una puñalada abría el pecho de las víctimas para arrancarles el corazón. Aquel espectáculo fue más que suficiente para que Hernán Cortés, decidiera en su fuero interno acabar con tales sacrificios y para conseguirlo sólo existía un camino: la conquista de todo un Imperio.

miércoles, 30 de enero de 2019

HERÁLDICA SOBRE LA HISTORIA DE: Las Cruzadas Marinas


José Peraza Hernández

Conocidas son las cruzadas llevadas a cabo por los reyes cristianos contra los musulmanes en Tierra Santa, destinadas a la recuperación de Jerusalén del poder otomano, pero no tanto aquellas otras que, siendo también Cruzadas, tuvieron por escenario el mar. Una de estas Cruzadas fue la llevada a efecto por Ramón Berenguer III, Conde de Barcelona. La conquista de la isla de Mallorca es conocida históricamente. Esta conquista tuvo carácter de Cruzada dado que el Papa Pascual II concedió las indulgencias de Cruzada para la empresa militar.

Ocurría que las Islas Baleares, en poder de los musulmanes, se habían convertido en un auténtico nido de piratas que llegaban a hacer casi imposible la navegación por el Mediterráneo, tal era su actividad. El comercio se veía seriamente amenazado por los piratas berberiscos y eso fue lo que motivó la decisión de intentar la conquista de las Baleares. Proclamada la Cruzada, acudieron, a la desembocadura del Arno, gentes de todas las partes de Italia, llevando todo tipo de naves, bien pertrechadas de elementos de guerra. La flota partió a mediados de agosto del año 1.113, deteniéndose algunos días en la isla de Cerdeña. Una vez que emprendieron la navegación una tempestad hizo a las naves arribar a las costas de Cataluña y los tripulantes cayeron en el error de confundirlas con las de Mallorca.

Cuando se percataron de su equivocación, decidieron enviar una embajada a Ramón Berenguer III, el cual no sólo la atendió, sino que se personó en San Feliú de Guixols, lugar donde la flota se había congregado y hay que decir que en ella iban como pasajeros varios obispos.

Ante el Conde de Cataluña, le expusieron sus propósitos anunciándole el carácter de Cruzada promulgada por el Papa, al tiempo que solicitaban su ayuda. El conde, tras de meditarlo, accedió a la petición y los cruzados, muy contentos con la promesa, decidieron nombrarle jefe de la expedición.

Una nueva Cruzada, esta vez por mar, forzosamente tenía que despertar el entusiasmo de aquellos hombres acostumbrados, como estaban, al combate contra los sarracenos. La concentración de naves se efectuó en el puerto de Salou, pero el invierno estaba en pleno apogeo y los jefes pensaron que no era la estación más propicia para navegar: una tempestad inoportuna podía echar por tierra todos sus esfuerzos, por lo que decidieron esperar hasta la primavera.

Pero la espera produjo algunos resultados negativos: muchos nobles italianos, desalentados, decidieron regresar a su patria, llevándose las naves con las que iban a colaborar en la Cruzada, así como a sus hombres de armas.

Por el contrario, el Conde de Barcelona, totalmente decidido a emprender la acción, procuró, por todos los medios, reforzar sus efectivos con más barcos y más combatientes. El Papa, con el fin de que no cundiera el desánimo, hizo una nueva proclamación de Cruzada y envió a Barcelona como Legado al Cardenal Bosón para animar y concertar los esfuerzos de todos.


El Cardenal, reuniendo a los jefes de la expedición, les hizo llegar el mensaje del Sumo Pontífice: la Cruzada que se debía emprender tenía las mismas indulgencias y el mismo carácter que cuantas se emprendieron por tierra en Palestina.

En la primavera del año 1.114 regresó a Barcelona la flota pisana de modo que llegaron a reunirse hasta quinientas naves, emprendiendo la ruta el día de la natividad de San Juan Bautista, el 24 de junio.

La flota, pasó junto a la isla Dragonera, llegando a Ibiza y, de inmediato, desembarcó el ejército que cubrió la llanura frente a la ciudad. Pero la vieja urbe, fenicia, cartaginesa, romana y ahora bajo el poder musulmán, constituía una fortaleza defendida por una triple muralla.

No fueron pocos los días que hubo que ocupar en el asalto, hecho de armas en el que se distinguieron, por su arrojo, los cruzados italianos al grito de "Dios lo quiere", utilizado ya en las Cruzadas de Tierra Santa. Pero el Conde de Barcelona y sus vasallos se habían reservado el ataque al tercer recinto amurallado, el más inexpugnable de todos. Tales fueron los empujes de los catalanes, que la fortaleza terminó rindiéndose.

Se procedió a demoler las fortificaciones e Ibiza quedó abandonada, emprendiendo los Cruzados la marcha hacia Mallorca. El 21 de agosto del año 1.114 avistaron la bahía de Palma. La conquista de esta ciudad fue aún más difícil que la de Ibiza, pues la defensa dirigida por el Walí, Nazaredolo, llegó a extremos increíbles de tenacidad y heroísmo.

En el ataque, al primer recinto amurallado, resultó herido el propio Conde Ramón Berenguer. En la embestida al segundo recinto amurallado, los defensores ofrecieron rendirse a cambio de que les fueran respetadas sus vidas. El Conde de Barcelona, quiso acceder a ello, pero los cruzados se negaron en rotundo. Ramón Berenguer, muy disgustado, estuvo a punto de retirarse con sus hombres de armas, pero no le quedó más remedio que unirse con sus huestes a los atacantes con la intención de proteger las vidas de los que se entregaran sin resistencia.

La última y peor de todas las batallas fue el asalto a la Almudaina y a la Zuda que los musulmanes, sabiendo que no existía cuartel y que, caso de ser vencidos iban a ser pasados a cuchillo por los asaltantes, la defendieron, con el valor que da la desesperación, prefiriéndo morir en combate antes que ser degollados una vez hechos cautivos.

El Conde Ramón Berenguer había tenido razón al mostrase proclive a conceder lo que los defensores pedían que, no era tanto; tan sólo que sus vidas fueran respetadas. Pero las brutalidades de los restantes cruzados impidieron un compromiso que tanta sangre habría ahorrado. Fue preciso tomar torre por torre, en una batalla que parecía no tener fin, hasta que, en los primeros días de abril de 1.115, la ciudad quedó en poder de los cruzados. Los cruzados italianos, una vez aniquilados los enemigos y destruido el refugio de los piratas que tanto daño hacían a su comercio por el Mediterráneo, ya no pensaron en otra cosa que no fuera regresar a su patria para disfrutar del cuantioso botín del que se habían apoderado.

A los requerimientos del enviado del Papa que les recordaba, una y otra vez, el carácter de Cruzada de la empresa, hicieron oídos sordos.

Influyeron también mucho en su decisión, las noticias que llegaban de que el califa de los almohades, Yusuff, estaba preparando una poderosa flota para reconquistar la isla y vengar a sangre y fuego la derrota recibida.

Por otra parte, el Conde de Barcelona se sentía amenazado por los moros de la Península, los de Valencia, y al quedarse solo tampoco estaba en condiciones de dejar en Mallorca una potente guarnición que fuera capaz de rechazar los ataques que, sin la menor duda, emprendería el califa Yusuff. Por lo tanto, se reembarcó con sus hombres y la isla quedó abandonada, de modo que muy pronto fue nuevamente ocupada por los musulmanes.

De este modo lo que en un principio se inició como Cruzada a fin de reconquistar definitivamente un territorio ocupado por los enemigos de la fe cristiana vino a quedar en una expedición de castigo, sin más beneficios ni provechos, que el botín que los cruzados italianos se llevaron a su patria. Poco provecho sacó el Conde Ramón Berenguer del hecho: haberse portado como fiel hijo de la Iglesia atendiendo la petición de Cruzada efectuada por el Papa.

ENCRUCIJADA VENEZOLANA


Salvador García Llanos

Cada vez más intrincada la situación en la Venezuela hermana. La prudencia debe seguir siendo norma a medida que se van sucediendo los acontecimientos y se amontonan las declaraciones que ponen de relieve las contradicciones en un escenario de fractura social y económica.

La fracasada revolución chavomadurista ha encontrado esta vez una alternativa real que está desarrollando una estrategia inédita e inesperada: primero, con un político joven, desconocido, osado, valiente y emprendedor, dispuesto a arriesgar con tal de producir lo que para una parte del pueblo sería una liberación. Nada ver con la Mesa de la Unidad Democrática (MUD) ni con los viejos/nuevos partidos, Juan Guaidó, el presidente interino o encargado de la República, autoproclamado, es protagonista de un tránsito histórico. Desde el punto de vista formal, son admisibles los reparos a su meteórico proceder desde que afrontó, hace apenas una semana, la que podía entenderse como una aventura.

Pero desde el régimen no pueden echar culpas ni irrespeto desde que haya protagonizado las vulneraciones, los incumplimientos y los gruesos abusos de poder que ha ido acumulando hace muchos años. Ya solo le queda el adoctrinamiento atroz y el victimismo desesperado, que no le importa esgrimir con dolo inconmensurable para mantener las soldaduras de una sociedad preocupada, por encima de todo, en sobrevivir. Hasta ahora, el régimen tenía a su favor todo el cisma de la oposición, todas sus debilidades estructurales y todas las ambiciones personales que dieron al traste con no pocas ilusiones y esperanzas después de haber demostrado en las urnas que sí se puede.

Pero esta vez se ha encontrado una respuesta que quiere hablar de tú a tú a un gobierno agotado, sin ideas y sin capacidad de iniciativa, sin credibilidad. Una actitud clarividente y consciente de que hay que sembrar en el mismo terreno donde se mueve el cuasi omnímodo poder militar. Por eso hablan de amnistía en un hipotético escenario de recuperación plena de los convencionalismos democráticos y de la normalidad institucional, tras la celebración de nuevas elecciones libres y transparentes, en la que lo más importante será garantizar derechos y evitar trampas. Y por eso fueron a informar a los mismísimos puestos de guardia militares, aunque sus ocupantes despejaran quemando los documentos y los borradores. Cabe deducir que son los primeros pasos de una estrategia de más amplio alcance y que podrá evolucionar o alargarse en función de la concurrencia de los actores internacionales, atentos a los intereses y al petróleo, por decirlo, en una palabra. Porque igual eso es lo que se está fraguando en un marco geoestratégico: una escalada de tensión y una guerra fría para mantener a los pueblos en un puño, para forzar la capacidad diplomática y negociadora en busca de un acuerdo pacífico y satisfactorio.

Es proceso muy pero que muy incierto. Venezuela se ha convertido en un callejón donde hay muchas sombras. Ver la luz y las salidas no es nada fácil, desde luego. Por eso, prudencia. Porque es una controversia interna que deben resolver los venezolanos y porque no es deseable una intervención de potencias extranjeras, una solución impuesta a la fuerza que ojalá ni signifique un derramamiento de sangre. El bravo pueblo del himno ya ha

martes, 29 de enero de 2019

UNA MOVILIZACIÓN EDUCATIVA


Salvador García Llanos

Es inquietante que la ola de derechización envuelva a los jóvenes que, desideologizados, indolentes, sin valores y todo eso, creen que van a seguir accediendo fácilmente a los bienes de provisión y consumo. Preocupa que, acríticos y tal, la política -mejor dicho, la democracia- les traiga sin cuidado. Deprime que figuras históricas que basaron su desempeño en el golpismo, el autoritarismo o la represión ilimitada sean personajes de cabecera y sujetos admirables.

Esto se nos va. O se ha ido ya. Por eso, hay que reparar en pensamientos como el del filósofo y pedagogo español José Antonio Marina quien recientemente ha vuelto a insistir en la necesidad de una movilización de la sociedad civil -principalmente de la comunidad educativa- con tal de hacer ver a la clase política que cumpla sus compromisos respecto a la juventud y ofrezca algo más que una batería de medidas coyunturales o conectadas con las demandas de la moda y del consumismo llevadero.

O se asume que la clave es la educación para lograr amplios sectores ciudadanos críticos e inconformistas, dispuestos a aportar lo que cabe exigir para producir los avances sociales, o aquí no hay nada que hacer. La educación es un asunto de todos para impedir el fracaso escolar, para aliviar el sentimiento de soledad, para prevenir las inadaptaciones sociales y los comportamientos que confluyan en lacras como el machismo criminal, para no sentir ni palpar el desconcierto o la impotencia de padres y docentes, para superar las brechas de la desigualdad, para robustecer las instituciones educativas básicas, para hacer un adecuado uso de recursos económicos, sociales, intelectuales y personales y para invertirlos en un generoso y activo compromiso social.

O se toma conciencia y se es sensible, variando sustancialmente la actitud seguida hasta ahora, o el escenario será cada vez más tenebroso. No habría horizontes, está claro. El profesor Marina ha sido rotundo sobre el particular: “España perdió el tren de la Ilustración y el de la Industrialización. Si España pierde el tren del aprendizaje, nos convertimos en el bar de copas de Europa. Y yo, para mis alumnos, no lo quiero. De manera que hay que empezar a decirle a la sociedad: <>. Podemos tener un problema de paro juvenil crónico gravísimo porque no estamos poniendo las medidas necesarias para atajarlo y es un asunto de una gran injusticia social”.

Por tanto, hay que hablar de inclusión educativa, de predisposición de padres y tutores, de autonomía pedagógica. Pero también de motivación, de talento, de creatividad, de emprendimiento y de convivencia productiva para afrontar el futuro inmediato con una mínima solvencia si no se quiere que los vacíos y las realidades inciertas -puede que deseadas por actores interesados en que así sea- predominen agravando sin remedio los males que nos aquejan.

José Antonio Marina, con toda razón, y al calor de su experiencia, propone esa movilización de la sociedad para crear espacios de participación, de intercomunicación y de corresponsabilidad con tal de mejorar la calidad educativa de barrios, pueblos y ciudades.

Lo que no puede ocurrir es que las cosas sigan como hasta ahora, con esa indolencia extendida, sin alicientes y sin compromisos fehacientes que permitan hacer los seguimientos pertinentes y evaluar las tareas que hay que acometer, para corregir, si es necesario.

Movilicémonos, que será positivo, ya lo verán.

HERÁLDICA SOBRE LA HISTORIA DE: La Orden de la Estrella


José Peraza Hernández

Finalizada la Reconquista española, extinguido el espíritu de las Cruzadas, la época de las grandes Órdenes Militares, parecía entrar ya en franco declive. En realidad, su utilidad había dejado de existir y a los reyes les molestaba bastante el poder acumulado por dichas Órdenes que entendían iba en detrimento de la corona.

Esto es lo que los Reyes Católicos hicieron en España y lo que, por regla general, se comenzó a efectuar en todos aquellos países donde pervivían Órdenes Militares. Pero hubo una excepción: en plena decadencia de dichas Instituciones y cuando ya las que se creaban eran a título meramente honorífico, basta el ejemplo de la Jarretera británica, el rey de Francia, Juan II, concibió y llevó a efecto la fundación de una Orden Militar que, según sus deseos, "estaría formada por jinetes de valor y nobleza bien probada", entendiendo que era conveniente formar un cuerpo de Caballería bien armada que se convirtiera en la fuerza de "élite" de sus ejércitos. Hagamos una advertencia antes de continuar: Al tratarse de una Orden extranjera, no la hubiéramos destacado de no ser que algo tuvo que ver con nuestro país, en especial con el reino de Navarra.

Juan II, creó la Orden de la Estrella: Para ingresar en ella se precisaba acreditar la nobleza y estar dispuesto siempre a la defensa de su rey y su país. En contraste con otras Órdenes, en ésta el elemento religioso no se tuvo en cuenta para nada. No se trató de crear una organización de combatientes mitad monjes, mitad soldados. No hubo conventos de la Orden, ni sus componentes estaban obligados a ningún voto que les impidiera el matrimonio, ni estaban sujetos a autoridad eclesiástica alguna. El juramento que hacían era el de lealtad a su rey. Está perfectamente claro que lo que Juan II pretendió, fue formar un cuerpo militar bien organizado, formado por caballeros que tuvieran en alto honor pertenecer al mismo.

La creación de la Orden de la Estrella tuvo un fundamento clave: La Guerra de los Cien Años.

Todo empezó cuando el rey inglés, Eduardo III, decidió desembarcar en suelo francés, reclamando la Corona de dicho país para él. Gobernante frío, realista y cuya máxima era "las cosas son como son", el monarca británico desembarcó en Cotentin, saqueó Caen y llegó rápidamente a los alrededores de París. Sin embargo, la toma de la capital francesa no era fácil y los ingleses se desviaron hacia el Norte, donde se enfrentaron al ejército francés. Los ingleses los derrotaron, asentándose en la plaza de Calais que conservarían durante siglos.

Muerto el rey francés, Felipe IV, ascendió al trono su hijo Juan II. Este era un príncipe bueno, pero tímido, que estuvo toda su vida dominado por su yerno, el rey de Navarra, conocido generalmente como Carlos "el Malo". Fue en estos momentos cuando a Juan II se le ocurrió la creación de una Orden de Caballería que se convirtiera en la principal fuerza en la lucha contra los ingleses.

Reanudada la lucha, fueron los franceses los que atacaron, llevando al frente a los Caballeros de la recién creada Orden de la Estrella, una imponente masa de caballería militar. El que se les enfrentó fue el Príncipe de Gales, llamado el "Príncipe Negro", por el color de la armadura que portaba. No está de más dar algunos datos de este personaje, porque también combatió en España, aliado del rey de Castilla Pedro I, "el Cruel". Eduardo, Príncipe de Gales, era el hijo primogénito del rey de Inglaterra, Eduardo III. Desde un comienzo se reveló como un guerrero que pasó la mayor parte de su vida luchando por implantar los dominios de los Plantagenet en Francia.

En el año 1.366, intervino en la guerra civil castellana entre Pedro I y Enrique de Trastámara, a favor del primero. A cambio de su ayuda militar, Pedro I, se comprometió a darle el Señorío de Vizcaya y quinientos cincuenta mil florines.

El ejército inglés del Príncipe Negro derrotó a Trastámara en Nájera y restableció a Pedro I en su trono, pero el monarca castellano no cumplió lo pactado, ante lo cual, el Príncipe Negro, regresó a Gascuña.

Pero antes de estas acciones, el Príncipe Negro, en Francia, asoló desde Burdeos todo el sur de este país, hasta el Languedoc, y dirigiéndose a Poitiers se enfrentó al ejército francés que opuso Juan II.

Ésta era la ocasión para que interviniera, como fuerza de la caballería de la Orden de la Estrella. En Poitiers, los soldados del Príncipe Negro destrozaron a la brillante Caballería de Juan II. Las impetuosas, pero alocadas cargas de los caballeros de la Estrella se estrellaron ante los atrincheramientos y los ballesteros de la infantería inglesa que sembraron la muerte y el desconcierto en las filas de los atacantes. Para colmo de desgracias, Juan II, cayó prisionero de los ingleses que lo condujeron a Londres.

Poitiers representó el fracaso de la anacrónica caballería feudal, muy útil en los siglos pasados, pero que en los presentes ya iba conociendo los cambios que introducían las nuevas tácticas de unas guerras muy diferentes a las antiguas.

La Orden de la Estrella constituyó, pues, la última tentativa de mantener viva esta tradición. Después de la batalla de Poitiers, quedó muy diezmada, hasta el punto que dejó de significar peligro alguno para los invasores ingleses.

La cautividad del rey y la escasa edad de su heredero Carlos, abrieron, para la monarquía francesa, un periodo de enorme inestabilidad. Esteban Marcel, preboste de los mercaderes de París intentó llevar a la burguesía a un lugar preeminente convirtiéndo los Estados Generales en una especie de Asamblea Legislativa; Parlamento Inglés o las Cortes de los Estados de Aragón, para lo cual organizó una milicia popular, dotándola de un emblema: una caperuza rojiazul. Ante la Orden de la Estrella, ya en plena decadencia surgía otra especie de Orden Militar de carácter eminentemente popular. Simultáneamente se desencadenó un levantamiento campesino. Las turbas denominados los "jacques",(los cualquiera), se lanzaron, por espacio de veinte días a una violenta revuelta antiseñorial con su triste secuela de saqueos e incendios de castillos y violentos asesinatos.

Los nobles franceses solicitaron la ayuda de Carlos "el Malo", rey de Navarra. Este no lo dudó mucho y procedió a reprimir la revuelta con una dureza increíble. La represión Señorial fue tremenda y dejó al rey de Navarra situado como un paladín de la ley y el orden.

La actitud de Carlos ante lo que quedaba de la Orden de la Estrella fue de absoluto desprecio. ¿Para qué servía si ya no era capaz de reprimir el levantamiento de unos cuantos revoltosos? El monarca navarro que poseía extensos territorios en el Sur de Francia era un rey astuto que cambiaba de alianzas según le convenía. Unas veces se aliaba con los ingleses y otras con los franceses.

Muerto Juan II, el trono francés recayó en Carlos V, rey de Francia, quien, conociendo muy bien al otro Carlos, el navarro, no se fiaba ni poco ni mucho de él.

El monarca francés, aprovechando una tregua con los ingleses, decidió ajustar cuentas con Carlos "el Malo". En la batalla ya no participaron los Caballeros de la Estrella, pues la Orden estaba prácticamente extinguida. Fue Bertrand du Guesclin quien mandó las tropas francesas que infligieron la derrota a Carlos "el Malo".

Pero estos hechos corresponden a la historia: En lo que a nosotros respecta de lo único que nos ha interesado tratar es de la breve existencia de una de las últimas Órdenes Militares europeas.

lunes, 28 de enero de 2019

HERÁLDICA SOBRE LA HISTORIA DE: Los Maestres de Montesa


José Peraza Hernández

La Orden de Montesa fue creada por una bula Papal de fecha 10 de junio de 1.317, vísperas del apóstol San Bernabé, que empieza con las siguientes palabras: "Pia Matris Ecclesia cura, de fidelium salute solicita", pero el verdadero fundador y creador de la orden fue el rey don Jaime II de Aragón, quien les cedió el castillo de Montesa, enclavado en territorio valenciano, frontera con los sarracenos de aquella parte. Y de allí habrían de partir los caballeros de la Orden que se denominó de Santa María de Montesa.

Pero las dificultades no fueron pocas. Los jueces ejecutores, de la bula pontificia, iban dando largas al asunto, motivados por sus particulares intereses que les hacían caer en continuas discrepancias. Y es que había una gran dificultad: según la bula de fundación, era al Maestre de Calatrava a quien le correspondía la creación de la nueva Orden y el armar caballeros y hacer vestir el hábito a los caballeros montesanos. El rey don Jaime, con tiempo, había escrito al Maestre calatravo para que apresurara su acción, pero éste que hacía muy poco caso a su rey natural, que era el de Castilla, y muchísimo menos a otro monarca extraño, como era el de Aragón, ni se dignó contestar a aquellas cartas. Tornó a escribir el rey y tampoco obtuvo contestación, lo que no debía extrañarle porque el Papa también se había dirigido al Maestre de Calatrava sin que este se dignara darle una respuesta. El rey se dirigió al Papa para que apremiara al desobediente calatravo. El Pontífice pasó el encargo al arzobispo de Valencia y a este prelado le sucedió exactamente lo mismo cuando trató de comunicarse con el Maestre de Calatrava.

El arzobispo de Valencia, harto ante aquel silencio, decidió cortar por lo sano y envió a Castilla, en busca del Maestre calatravo, al Abad del Monasterio de Nuestra Señora de Benifazá, de la Orden del Cister. Este buen prelado halló al Maestre en la villa de Martos. Ante las pretensiones del recién llegado, se negó a acudir a Valencia, alegando sus obligaciones para la custodia de la frontera que su rey le tenía encomendada. En cuanto a lo de no contestar a las cartas, el Maestre alegaba que él era hombre de espada y no de pluma y que obedecía mejor las órdenes del Papa matando moros que perdiendo el tiempo creando una nueva orden Militar. Y lo que latía en el fondo de todo aquel asunto era que a la Orden de Calatrava no le sentaba muy bien ceder las posesiones de Aragón a otra Orden y hasta contemplaba con horror la citada fundación de Montesa. Al fin, cedió, enviando a Valencia a un procurador suyo, don Gonzalo Gómez.

Se acabó nombrando primer Maestre de la nueva Orden a don Guillén de Eril, hombre ya anciano, pero muy experimentado en las artes militares y no cediendo a nadie en nobleza porque descendía nada menos que don Berenguer Roger de Eril, uno de los llamados "Nueve de la Fama", en Cataluña. Poco le duró el cargo a Eril, porque a los setenta días de haber sido elegido, entregaba su alma a Dios. El segundo fue don Arnaldo de Soler, que tampoco dejó gran huella en la recién creada Orden. El tercero fue don Pedro de Thous y este sí que fue distinto porque era hombre acostumbrado a la brega y no le asustaba batalla más o menos. Participó en la batalla de las Navas de Tolosa y tal sería su ayuda, que el rey se la agradeció mucho, teniéndolo a partir de entonces en mucha estima.

Le sucedió otro Maestre que prestó muy buenos servicios al rey de Aragón, don Pedro "el Ceremonioso". Se hallaba el reino de Valencia alborotado por la sublevación denominada de "la Unión", por la que algunos nobles valencianos, apoyándose en el pueblo, deseaban emanciparse de la tutela del Reino de Aragón constituyéndose en Reino independiente. Razón tenían los valencianos en sus justas quejas y los muchos agravios sufridos. Encomendó, el rey de Aragón, al Maestre de Montesa que metiera en cintura a los sediciosos. De esta guerra a la que se llamó, de la Unión, no hablaremos. Está en la historia. Únicamente diremos que los montesanos fueron baza muy importante para que el rey don Pedro de Aragón venciera a los sublevados de Valencia. A la hora del castigo, utilizó un método muy especial. No hizo que el verdugo, o los verdugos, utilizaran la espada ni el hacha para decapitar a los jefes de la Unión. Tampoco los ahorcó. Resulta que había una gran campana que utilizaban los unionistas para llamar a sus Juntas. El rey Pedro "el Ceremonioso" hizo que esta campana fuera fundida y a los principales cabecillas les hizo tragar el bronce derretido.

Como en las otras Órdenes Militares, en esta también existieron Maestres cuyo final fue bastante lastimoso. Al décimo, don Felipe Vivas de Cañamás, sin que se sepa por qué, unos asesinos le dieron veneno. Pasó el séptimo que fue don Gilaberto de Monsaviu, que dió paso al octavo Maestre, don Luis Duspuig. Fue un hombre que conquistó para la Corona de Aragón el reino de Nápoles. Estuvo en todas las empresas, que fueron muchas, de Italia. Tomó por su esfuerzo a Bicari, escalando la muralla y en ella se mantuvo mucho tiempo en medio de los dardos que le disparaban. Y como el terreno era resbaladizo y apenas si se podía sostener, se hizo sostener por las puntas de las lanzas de sus caballeros. Permaneció fiel al rey, don Juan II, en cuantas turbulencias tuvieron efecto en su reinado. La Orden de Montesa se convirtió en la principal fuerza militar defensora del Trono.

Pero ya los reyes comenzaban a tomar parte activa en la elección de los Maestres. A la muerte del Maestre Duspuig, la Orden nombró nuevo Maestre a don Felipe Díaz de Cañamás, pero el rey Fernando "el Católico", impuso, como tal, a don Felipe de Aragón y Navarra, sobrino suyo, así que revocando el anterior nombramiento dió el cargo a su pariente. Ahora que entraban don Fernando y doña Isabel en el último acto de la conquista de Granada, el nuevo Maestre de Montesa al frente sus caballeros fue el primero en el peligro y el más valiente en la batalla. Cercó y tomó a Vera. Pasó a Muxacar, cerca de Cartagena y asimismo la rindió. Innumerables plazas fuertes sucumbieron ante el ataque de los caballeros de Montesa y pasando a mayores, el Maestre y los suyos llegaron hasta Baza. Allí se dió una fuerte batalla. Peleaban los montesanos para vencer, pero las huestes de moros que se le enfrentaron eran mucho más numerosas que ellos y peleaban con gran fiereza. Hubo que iniciar la retirada, pero desconociendo el terreno, muchos se perdían para caer muertos a lanzazos por los moros. En aquellos momentos no le faltó el valor al Maestre, pero un arcabuzazo disparado a poca distancia puso fin a su vida y a sus proezas cuando sólo contaba treinta y dos años.

Y llegamos al último Maestre, don Pedro Luis Garcerán de Boria, electo a los diecisiete años. Fue un valiente y leal servidor del rey Felipe II, alcanzando las más famosas dignidades y altos empleos. Pero, al cabo de algún tiempo, renunció al maestrazgo en favor del rey pidiendo al Pontífice que incorporara la Orden de Montesa a la Corona. Así se hizo por una bula de Sixto V expedida en Roma siendo el 15 de marzo de 1.587, que daba por concluída la dignidad del Maestre.

Acabó la Orden de Montesa como Caballería Militar y desde aquel momento quedó incorporada al Estado. Su carrera no fue muy larga, pero su gloria, sí fue grande. Tuvo Maestres que fueron valerosos caballeros, dignos de toda alabanza y sus miembros siempre se caracterizaron por su culto al honor. Vivió dos siglos y medio para entrar en la Historia de España. Y, en realidad, si murió como organización religiosa-militar, no lo hizo como entidad honorífica: Vive y vivirá su bandera, la Cruz de San Jorge, como memoria de sus hazañas.

domingo, 27 de enero de 2019

HERÁLDICA SOBRE LA HISTORIA DE: Los Maestres de Santiago


José Peraza Hernández

Cuarenta Maestres tuvo la orden de Santiago. El primero fue Pedro Fernández, en el año 1.170. Su primera acción fue contrarrestar el ataque de los moros que talaban toda la comarca de Cáceres, uniéndose a Fernando II de León, marchando hacia Coria, para resolverse en dirección a Cáceres, arrebatándosela a los moros para encaminarse en seguida hacia Badajoz y el Castillo de Almograf en la ribera del Tajo. Pero no pasó mucho tiempo sin que a los musulmanes les llegaran refuerzos de África, los almohades, al frente de los cuales vino su Emir Usuff-Aben-Yacob. Con tales fuerzas pronto volvieron a hacerse dueños de todo lo perdido en Extremadura. Entonces, los Caballeros de la Orden de Santiago se pasaron a Castilla para ponerse a las órdenes del Rey Alfonso VIII. La Villa de Mora fue la primera posesión de la orden y antes de que pasara mucho tiempo ya habían conquistado el castillo de Alarilla, entrando en tierras de moros para llegar hasta Ruete, talándolo todo a su paso.

Regresaron a su punto de partida con un buen número de prisioneros y gran botín por lo cual satisfecho el Monarca les dió la villa de Uclés en el año 1.174, en recompensa de sus servicios. Don Pedro Fernández marchó a Roma para que el Papa le confirmase la autorización papal para su Orden de Caballería. Una vez en Castilla, ayudó al rey Alfonso a recuperar lo que le había arrebatado Sancho V de Navarra en tierras de La Rioja. Planeó después la conquista de Cuenca, a la que sitió, durando el asedio nueve meses hasta que la guarnición mora no tuvo más remedio que rendirse. Ganadas también para el rey cristiano fueron Alarcón y otras poblaciones, siendo premiada la Orden de Santiago con ricas heredades. Fue por este tiempo cuando, según algunas crónicas partió el Maestre de Santiago don Pedro Fernández, junto con algunos de sus caballeros a Tierra Santa, a fin de fundar allí también la Orden. Existe el dato de que Bohemundo, rey de Antioquía, en 1.180 donó al Maestre varios castillos y lugares y en feudo todo el territorio que ganara a los moros. Pero poniendo como condición de que la campaña debía emprenderse de inmediato, a lo que no pudo comprometerse el Maestre que emprendió el regreso a España.

Poco después la orden acompañó al rey Alfonso VIII hacia Andalucía, y próximos a Córdoba dieron con los caballeros de la Orden de Calatrava quienes sostenían que aquellos territorios correspondían a su jurisdicción. Los de Santiago se avinieron a razones y firmaron la paz y concordia perpetua con la otra Orden de Caballería, a la cual cedieron la villa de Alcobella, sita entre San Esteban de Gormáz y Osma, así como cien maravedises de oro, en prueba de buena voluntad, así como la villa de Ocaña. Después se entrevistaron con los Templarios y Hospitalarios, comprometiéndose los respectivos Maestres a prestarse mutua ayuda.

La Orden de Santiago se dividió en dos provincias, con dos priores, la de San Marcos estuvo bajo el reino de León, y después la de Córdoba y Sevilla para los caballeros allí residentes. Se ocupó también don Pedro Fernández de la redención de cautivos y ya tenía la Orden dos casas destinadas a este fin cuando le sobrevino la muerte en el año 1.184. Viene después la larga lista de Maestres de esta Orden. Al IX, don Martín Peláez Barragán, se dice que lo mataron los moros, pero cierto es que nada se sabe por verdad histórica. El XIII, don Rodrigo Iñiguez, dejó el Maestrazgo de la Orden por voluntad propia sin que se conozcan los motivos que tuvo para determinar tal resolución. El XV, don Gonzalo Ruiz Girón, ya por los años 1.275-1280, encontró su fin a causa de una imprudencia o un acto de temeridad, según se mire. Estando en batalla contra los moros, le cortaron el paso cien jinetes enemigos y, hombre de bravo corazón como era, se lanzó en su contra, sin mirar si cabalgaba solo o era seguido por sus caballeros. Naturalmente, murió en el empeño. El VIII, don Gonzalo Pérez Martel no pudo llevar a cabo grandes hazañas porque tuvo la mala fortuna de caerse de su caballo, falleciendo en el acto. El Maestre que hacía el número XXIII, don Vasco López (año 1.338) no duró mucho: reunidos los freires en Capítulo, en la villa de Ocaña, le acusaron de traición y de haber labrado moneda falsa por lo que tuvo que huir a Portugal eso sí, llevándose con él ganados y alhajas que pertenecían a la orden.


En lo que se refiere al XXV Maestre, don Fadrique, hermanastro del Rey de Castilla don Pedro, tuvo mal fin porque acusado de traidor por el Monarca, murió acribillado a las flechas disparadas por los ballesteros del Rey. El que hacía el número XXXI, don Pedro Muñíz de Godoy, murió en un enfrentamiento con los portugueses. El XXXV fue don Álvaro de Luna, y su fin fue también violento. Favorito en un principio del Rey de Castilla, cayó en desgracia debido al poco afecto que le tenía la reina. Don Álvaro no quiso darse por vencido creyendo que el viento de adversidad duraría poco. El rey le aconsejó que se alejara de Burgos.

No se avino a ello don Alvaro y para empeorar las cosas, un fraile durante el sermón del Viernes Santo lo apostrofó delante del rey y de toda la Corte. Encolerizado don Alvaro aquella misma noche hizo que fuera arrojado alevosamente desde una torre el contador Mayor del Monarca, don Alonso Pérez de Viviero, a quien culpaba de lo ocurrido, alegando que le tenía ojeriza y era quien había empujado al fraile al apostrofarlo. El rey mandó ponerle preso, y a pesar de que don Álvaro se entregó bajo seguro de vida y hacienda, fue sometido a juicio y condenado por tirano y usurpador de la Real Corona. En la Plaza Mayor de Valladolid se le dio horrible suplicio para acabar siendo degollado, dándosele sepultura en el lugar destinado a los malhechores.

El último Maestre que hace el número cuarenta fue don Alonso de Cárdenas, años 1.476-1.499. Fue hombre que sirvió lealmente a los Reyes Católicos con singular arrojo y brío, metiéndose con sus Caballeros en Portugal más de quince leguas, en tanto el rey portugués peleaba en favor de la Beltraneja. Enterado don Alonso de la muerte del Maestre de Santiago vino a entrarle el deseo de serlo él, pero la reina Isabel la Católica fue más diligente y consiguió que se aplazara la elección del nuevo Maestre. Se avino a ello don Diego y mientras se resolvía el pleito se dedicó a la suyo que fue meterse otra vez en Portugal en son de guerra. Los Reyes Católicos, agradeciendo sus servicios, accedieron a que fuera elegido Maestre de la Orden de Santiago. Desde un comienzo, este Maestre se encontró en la guerra de Granada con sus freires. Allí fueron acorralados por los moros.

Sus compañeros le hicieron ver la necesidad de huir, aprovechando las sombras de la noche, pero la respuesta del último Maestre fue esta, "no vuelvo yo las espaldas, por cierto, a estos moros, pero sí que huyo de tu ira, Señor Dios, que se ha mostrado hoy contra nosotros y te ha placido castigar nuestros pecados con las manos de estas gentes infieles". Trabajosamente consiguió ponerse a salvo. Pero allí quedaron gran número de sus compañeros, muertos, hasta el punto de que aquel lugar se le dió el nombre de "Cuestas de la matanza". Continuó luchando en la guerra contra Granada y allí estuvo hasta ver ondear sobre la Alhambra la enseña de los Reyes Católicos. Tardó muy poco en morir don Alonso, siendo el último de los Maestres de la orden de Santiago, ya que los Reyes Católicos se declararon en 1.493 Administradores de la Orden, agregando su Maestrazgo a la Corona de Castilla.

RECORDANDO A D. SEBASTIÁN PADRÓN ACOSTA, SACERDOTE, POETA E HISTORIADOR DE TEMAS ISLEÑOS,


Agustín Armas Hernández

En el libro de D. Miguel Molían García, dedicado a su amigo Sebastián Padrón acosta, sacerdote, poeta e historiador de temas isleños, en du apartado “Coplas” dice lo siguiente:

“Padrón Acosta no solo recopiló y estudió las coplas canarias, sino que el mismo escribió logradas coplas.

Coplas

En el año 1952, la Comisión de las Fiestas y Romería de San Benito Abad, de La Laguna, convocó un concurso de Coplas y estribillos, creando como premio la “Espiga de Oro” para galardonar la mejor copla.

El Jurado – formado por el escritor Domingo Cabrera Cruz como Presidente, y el poeta Emeterio Gutiérrez Albelo y el músico y también escritor Rafael Hardisson Pizarroso como Vocales-, acordó lo siguiente, según consta en el acta: “El Galardón titulado Espiga de Oro, entendemos debe adjudicarse a una de las coplas amparadas bajo el lema << Nací en un arrecife>>,[Sebastián Padrón Acosta], por el emocionado lirismo de la idea que encierra; por la afortunada fusión que en ella hallamos, del ambiente distintivo de la clásica copla hispánica con un tema o matiz netamente tinerfeño; por la sencilla fluidez y suave musicalidad de sus versos, consideramos justificada la atribución de dicha alta recompensa a la aludida copla, antes que a cualquiera otra de las demás que se han presentado con opción a premio. Dice así la copla a que nos queremos referir:

Si subes a La Laguna
Entra en el Cristo a rezar,
Para que Dios te perdone
Lo que me has hecho llorar”.

El periodista y escritor lagunero Eliseo Izquierdo, haciendo historia en 1998 de los “cincuenta años de una Romería varias veces centenaria”, nos dice que por los organizadores del certamen “al orfebre lagunero Rafael Trujillo, quien realizó un trabajo esplendido, delicado, como de filigrana, bellísimo de factura, pero… que no tenía terminado en la fecha prevista para su entrega al ganador del certamen, el escritor y sacerdote tinerfeño Sebastián Padrón Acosta. En el estuche que recogió el clérigo que representaba al autor galardonado (que se hallaba gravemente enfermo) lo que había era…una espiga natural. El orífice remató en pocos días la obra, que repetiría para convocatorias posteriores. La primera “Espiga de Oro” llegó a manos del poeta galardonado, ya en las antesalas de la muerte, quien la ofreció a la Virgen de Candelaria para que se la prendieran en su manto”.


Incluimos treinta coplas de nuestro autor, agrupadas en cuatro apartados. En el primero van las presentadas al indicado Concurso de coplas y estribillos. La primera es la que obtuvo la “Espiga de Oro” y la segunda era acreedora, según el Jurado, a un segundo premio, junto con otros autores.


En los tres apartados siguientes se incluyen coplas que publicó con posteridad en el diario La Tarde los días 6, 21 y 27 de junio de 1952.

APARECIÓ EL NIÑO


Evaristo fuentes Melián

Al fin apareció el cadáver del niño Julen (hasta en el pueblo más alejado y pequeño de Andalucía se oyen nombres de pila de otros idiomas).

Una parte importante de los medios audiovisuales y las redes sin autocontrol han llegado a un punto en que toda noticia mala está rodeada de una parafernalia, auspiciada por técnicos del idioma y la fantasía semántica y gramatical, especialistas en la deformación de la noticia, o sea, en la desinformación. En términos religiosos son de profesión: Inventores de mentiras pecaminosas. Y no son cualquier cosa; algunos de los videos y argumentos que transitaron por las redes, fueron bien estudiados y redactados con verosímil contenido. En consecuencia, muchos dudaron –-dudamos—de que el niño Julen hubiera caído por aquel pozo de 25 centímetros de diámetro.

 Para no amargar más a mis lectores, les quiero contar un par de historias falsas. Uno de mis amigos de la infancia tenía una finca en la isla de La Palma, e iba de vez en cuando; y cuando regresaba nos contaba con pelos y señales que montaba uno de los caballos de su cuadra y estaba horas y horas recorriendo al galope todas sus extensas propiedades agrícolas. Pero si lo pensabas un momento, te dabas cuenta de que estaba mintiendo. Tantas horas cabalgando, tantos kilómetros recorridos, no podían ser verdad, se hubiera ‘caído’ por el borde de la Isla Corazón, o hubiera llegado a Fuencaliente para abrasarse (con ‘ese’, que es de quemar) en las cenizas de la erupción volcánica.

 Otro amigo venía de vacaciones en verano a la playa de Martiánez con su frecuentemente alborotado oleaje. Una vez nos dijo que se iba nadando hasta la Laja de la Sal (una roca en la costa a un par de kilómetros de la playa); se lanzó cual Tarzán con la primera ola, pero dio un par de brazadas en estupendo  estilo crol,  miró al fondo y se dio la vuelta. Y al llegar a la arena exclamó, con cara de asustado y mucho teatro, que ¡había visto un tiburón!

Espectador

sábado, 26 de enero de 2019

ARISTOCRACIA POLÍTICA Y PERIODÍSTICA


Lorenzo de Ara

El húsar” es la primera novela de Arturo Pérez-Reverte. Aun siendo así, ha estado siempre entre mis preferidas de este genial autor. Entretiene muchísimo. Me pasa lo mismo con “Trafalgar”, que pasó sin pena ni gloria, pero que a un servidor de ustedes entusiasmó por su perfección narrativa, sobre todo, en lo concerniente a la descripción de lo que tiene que ver con los barcos y la vida en ellos. Ni que decir tiene que la obra completa del almeriense tiene picos de genialidad absoluta. Ahorraré la lista de títulos. Le espera el Nobel, en lucha amistosa con Javier Marías. Cuanto antes, por favor.

Es un comienzo que me place porque me cansa la política local y el periodismo local. Escribo “me cansa”, aunque podría añadir (y lo hago) “me asquea”. Más el periodismo que la política. Hay días. También la política que se ejercita (aunque engorda) en el Puerto de la Cruz, es igual de meretriz que la profesión a la que estoy condenado desde hace treinta años. O tal vez más.

Leer no es habitual entre los tipejos que me rodean. Eso se sabe por el hedor que arrastran consigo. El analfabeto funcional es un ser que tiene más parentesco con el sable que con el florete. El sable, es sabido, está bien para entrar a matar cuando la rabia consume; el florete, arma preciosista, cumple el mismo objetivo, pero su uso implica movimientos armoniosos. El analfabeto funcional es pariente del tejón de la miel. Tienen la ferocidad que siempre forma parte del ignorante con derecho al blablablá.  Sabido es que el tejón devora todo el cuerpo de la víctima, y así hace el analfabeto funcional: acaba con toda mi paciencia. En realidad, acabó hace tiempo con ella.


El analfabeto funcional es quizás el bicho más agresivo del mundo.

Tejones en la política local ha habido y habrá siempre. En el periodismo proliferan por doquier. Los viejos tejones de la profesión son incluso maestros del disfraz. Cuanto más viejo se hace, más ganan en pasarse de listos los cabrones.

Yo también me hago viejo, pero, al no ser tejón, en todo caso, un vulgar y simpático suricato, mi única defensa, al elegir la soledad, consiste en salir lo imprescindible de la guarida, con el único objeto de alimentarme y regresar a las redes de mi casa, con un sinfín de cuevas. Yoes.

El suricato recibe a los politicastros de lo local con ganas de enviarlos a tomar por culo. A los que medio valen para algo y a los que sencillamente sobran en mi vida, que es, con mucho, más valiosa y rica que la de ellos.


Y en el periodismo, sobre todo presente, el suricato desea lo mismo, apartar de sus ojos a las garrapatas, bocazas, empresarios de chichinabo al frente de un negocio sin tener puta idea de lo que significa ser empresario y, mucho menos, lo que es un medio de comunicación local en el siglo XXI.

Y todos estos males donde chapoteo a diario, son la consecuencia de la falta de lectura. Hombrecillos y mujercillas que hablan a través del ideario del partido, o periodistas que sacaron el título y jamás regresaron a la lectura por interés personal.

Es el analfabetismo bien pagado lo que trae la peste a la política y al periodismo. Yo apesto por tener que depender de ellos para sobrevivir Y sólo hay un responsable de este detritus: el firmante.

(A mi admirado escritor lo desterré de Cartagena, para ubicar su nacimiento en Almería. Pido disculpas.)

HERÁLDICA SOBRE LA HISTORIA DE: Los Maestres de Alcántara


José Peraza Hernández

Muerto el fundador de la orden, don Suero Fernández Barrientos, le sucedió en el gobierno de la misma, don Gómez Fernández, su compañero de fundación y, según la opinión de algunos, su hermano, ya con el título de prior. Ciudad Rodrigo, tras ser reconquistada del poder los moros, estaba siendo repoblada por cristianos, pero estos molestaban con sus incursiones a sus vecinos del reino de Portugal, separado ya de la Corona Leonesa. Un tanto harto el monarca portugués de aquel estado de cosas, decidió enviar una expedición de castigo que arrasara Ciudad Rodrigo, confiando el mando de la misma a su hijo y heredero, el príncipe don Sancho. Entrada que fue, la fuerza portuguesa, por tierras de León talando y devastando todo a su paso, el Prior de la Orden de Alcántara se apresuró a acudir con sus freires y vasallos, dispuesto a defender lo que consideraba su territorio. Incorporados los miembros de la Orden al ejército del rey Fernando que, advertido, acudía a enfrentarse a los intrusos, se trabó la batalla en los campos de Argañán, siendo los invasores derrotados y quedando muertos o prisioneros los portugueses que no lograron escapar con su príncipe. Victorioso, el rey Fernando, decidió dirigir sus armas contra los moros de la frontera meridional de su reino.

Traspasada la frontera y después de tomar unas cuantas villas, cayó sobre la de Alcántara, plaza fuerte que, sin embargo, no pudo resistir las arremetidas del monarca cristiano, rindiéndose. Los portugueses, queriendo aprovechar la oportunidad de que Fernando andaba ocupado en otras partes, invadieron de nuevo sus dominios, penetrando en Galicia, tomando Tuy y otros castillos, para encaminarse a marchas forzadas hacia Badajoz, con el intento de ocupar esta población, sabedor de ello, el rey Fernando, se encaminó a la capital extremeña y en las calles de Badajoz, se trabó la lucha. De nuevo, los leoneses resultan vencedores y el rey portugués en su huida, alcanza un postigo de la ciudad y tal es su aturdimiento que choca violentamente contra un madero, pegándose un golpe tan fuerte que queda con una pierna fracturada y es fácilmente hecho prisionero por las huestes leonesas.

Don Fernando no se contentó con esta victoria y aprovecha la ocasión para atacar Cáceres en poder de los moros, haciéndolos huir y conquistando la ciudad. En todas estas guerras sirvió don Gómez con sus freires y vasallos, pero el Rey no les hizo merced alguna de lo conquistado, dado que la Orden no tenía todavía rentas ni fuerzas para defenderlo y lo habría perdido. Pero le confió dominio sobre varias villas contiguas a su territorio, en la ribera del Coa, y algunas heredades. Rechazados los almohades, entraron en León y pusieron cerco a Ciudad Rodrigo en cuyo auxilio corrió el rey Fernando, apoyado, también en esta ocasión, por don Gómez y sus freires. Los cristianos, aunque inferiores en número, alcanzaron la victoria y a ello contribuyeron poderosamente los caballeros de don Gómez. Agradecido el rey por el auxilio de la Orden, declaró solemnemente que la tomaba bajo su protección y amparo, mediante un Real Privilegio. Sanción más alta obtuvo don Gómez para la Orden, al solicitar del Papa la aprobación de la misma, lo que le fue otorgado mediante bula de fecha 29 de diciembre de 1.177. Aquí es donde aparece por primera vez la dignidad de Maestre, al que todos deberían obediencia y respeto.

Don Gómez deseaba extender su Orden a Castilla y sabedor de que don Alfonso VIII, preparaba una irrupción en la Extremadura musulmana, le ofreció sus servicios que fueron aceptados. El Maestre y sus caballeros participaron en la contienda y una de las primeras plazas que reconquistaron fue la de Trujillo.


Vasallo don Gómez del Rey de Castilla asistió a las Cortes de Carrión. Se ignora si don Gómez y sus freires asistieron a la batalla de Alarcos. Perdida aquella batalla por los cristianos, los moros llegaron hasta Toledo, asediándola. En Trujillo resistieron los Caballeros de la Orden que la guardaban, pero su inferioridad numérica les obligó a rendirse. La muerte del primer Maestre don Gómez Fernández debió producirse en el año 1.200, pues en él se eligió su sucesor. El rey Alfonso de Castilla, ofreció la plaza de Alcántara a la Orden de Calatrava, por ser plaza muy codiciada por los moros y difícil de defender. Los calatravos pronto comprendieron que no les era posible atender tan dilatada frontera. Y fue entonces cuando la Orden de Perero se comprometió a defender la villa y fortaleza de Alcántara, con lo cual de allí en adelante así fue conocida: Orden de Alcántara. El transcurrir del tiempo fue dando paso a los consiguientes Maestres de esta Orden, al tiempo que aumentaba su poder. Así, el Maestre don Gonzalo-Martínez de Oviedo, decimocuarto Maestre, tuvo un miserable final. Mezclado en las intrigas de Castilla, temeroso de la ira del Rey, se refugió en el castillo de Valencia de Alcántara, sin duda con la esperanza de obtener la ayuda del rey de Portugal. Este no llegó y las tropas del Rey escalaron durante la noche las murallas del castillo, cogieron preso al Maestre don Gonzalo, que fue degollado.

Continuó la sucesión de Maestres, unos con mejor suerte que otros, hasta llegar al final, un tanto aventurero, de don Martín Yañez de Barbudo. Desastroso fue su final; un ermitaño del Santuario de Nuestra Señora de los Hitos, cerca de Alcántara, llamado Juan de Sayo, que gozaba fama de santidad, le dijo que sabía por revelación divina que habría de tomar Granada sin perder ni un solo hombre. El Maestre, concedió crédito al visionario y envió dos escuderos al rey de Granada, mofándose de su religión y retándole a singular combate entre ambos, o entre caballeros que eligiesen, siendo dobles los moros que los cristianos. Los mensajeros fueron presos y maltratados lo que enfureció al Maestre y le empujó a marchar sobre Granada. Salió la expedición, llevando delante una cruz y el pendón de la Orden. Llegó a Córdoba donde mentes sensatas quisieron disuadirle de su descabellado proyecto, pero alegó que obedecía por mandato divino, se alborotó el pueblo y hasta se le agregaron cinco mil ciudadanos, confiando ciegamente en la protección de Dios. En Egea le mataron tres caballeros y entonces acusó al ermitaño de mentiroso, pero este aseguró que en la batalla resultaría victorioso porque así se lo había revelado Dios. Entretanto, el reino de Granada ya estaba en armas: cinco mil jinetes y más de ciento veinte mil infantes esperaban al tozudo Maestre. Salieron y sorprendiendo a las huestes de don Martín Yañez hicieron tal matanza que fueron pocos los que lograron escapar, pagando, el crédulo Maestre, el crédito concedido al ermitaño. Y así se llega hasta el último Maestre de Alcántara: don Alonso de Monroy, que hacía el número trigesimosexto. Ya no hubo más. No fue la suya una vida plácida porque pronto se enemistó con los Reyes Católicos, ya que orientaba sus simpatías hacia los Reyes de Portugal. Sufrió cárcel, se fugó de ella, atravesó no pocos avatares en una época turbulenta con las luchas civiles entre los bandos de "la Beltraneja" y la más tarde reina Isabel "la Católica". Viendo acercarse sus últimos años, Monroy trató de reconciliarse con los Reyes, pero ya era tarde, porque todos sus bienes y mayorazgos habían pasado a otras manos de las que ya no era posible arrancarlos.

Don Alonso de Monroy, hasta su muerte, contando ochenta años, en 1.511, siempre fue afecto a la dinastía portuguesa. Mucho mejor le hubiera ido siendo fiel y leal vasallo de los Reyes Católicos. Con él terminó la independencia de la Orden de Alcántara, cuyos caballeros tanto y tanto colaboraron a la Reconquista.