Jerónimo David Álvarez García
"Señora: Jesús María de San José
Álvarez, última religiosa profesa que vive de su larga comunidad, desde un
triste rincón que le han dejado libre del Monasterio de Recoletas Agustinas del
Realejo de Abajo en la isla de Tenerife, y en edad de ochenta y dos años,
dirige a V.M con la mayor consideración y respeto, la reverente súplica: De que
sea restablecido su primitivo destino de casa religiosa este Convento que
ocupan hoy en su mayor parte las oficinas y salas del Ayuntamiento, escuela y
cárceles públicas.
El deseo, Señora, de tan suspirada
restauración, le ha hecho permanecer hasta el día en el molesto encierro de una
de sus celdas guardando en lo posible vida monástica, rodeada de tanto
contratiempo, y sostener a costa de mil privaciones el culto a S.M Sacramentado
de su mísera pensión.
Dígnese V.M proteger este antiguo
asilo de vírgenes, para que retirado el bullicio de negociación secular que lo
profana, vuelva a respirar algún día la inocencia en su recinto, quedando
expedita con la Real aprobación de V.M la entrada y profesión en él de la vida
religiosa. Realejo de Abajo en Tenerife, Septiembre 29 de 1852. A.L.R.P.D.V.M.”
SIVERIO
PÉREZ, José. “Los Conventos del Realejo”, p 133, 1977.
Este documento rescatado por el
padre Siverio, catalogado y custodiado actualmente en el Archivo Histórico
Diocesano de Tenerife, nos muestra en primera persona el ocaso del Convento de
San Andrés y Santa Mónica. Fundado por don Juan de Gordejuela en el siglo XVII,
como destino de las damas de su linaje y otros, fue habitado durante 150 años
por las religiosas agustinas recoletas. Su última moradora, y en varias
ocasiones priora, suplica a la Reina Isabel II su restauración a pesar de las
medidas tomadas por la primera
desamortización de ese siglo.
Estos institutos cumplieron una
múltiple función religiosa, social y económica, hasta la expansión de la
economía capitalista, que los arruinó, unida a la aparición de nuevas ideas
políticas que pugnaban con el Absolutismo y las desamortizaciones del siglo XIX
que contribuyeron a minimizar o extinguir su poder. El Convento se destino tras
su desamortización a Ayuntamiento del Realejo Bajo, escuela, juzgado, cárcel y
almacén, hasta el incendio de 1952. Nuestra protagonista, Sor Jesús María de
San José Álvarez de Castro, quedó recluida en unas mínimas dependencias, aunque
se le ofreció su traslado a otro convento, como habían hecho años atrás alguna
de sus compañeras, rechazándolo. A duras penas pudo mantener el culto al
Santísimo y a la Virgen del Carmen en su Santuario, advocación que ha llegado
hasta nosotros a pesar de las múltiples vicisitudes por las que ha pasado en
distintas épocas en este pueblo.
La religiosa nació en Güímar en
1774 y sus últimos datos biográficos son esbozados por el clérigo Juan
Crisóstomo Albelo en su acta de defunción, asentada en el Libro 7º de Difuntos
de la Parroquia de la Concepción del Realejo Bajo, en la que leemos: “La
Madre Jesús María. En veinte y seis de diciembre de mil ochocientos sesenta y
un años, el Beneficio de esta Iglesia Parroquial de Nª Sra de la Concepción del
pueblo del Realejo de Abajo condujo al cementerio del mismo, para su
enterramiento, al cadáver de soror Jesús María de San José Álvarez de Castro,
religiosa que fue del Monasterio de Recoletas de este expresado pueblo, que
falleció el día de ayer de ochenta y siete años de edad, vecina de este dicho
pueblo, hija legítima de Don Nicolás Álvarez y de Doña Ines Rosalía de Castro,
todos naturales de Güímar, tan sólo se administró el sacramento de la
extremaunción, por haberse insultado, y para que conste lo firmo. Juan
Crisóstomo Albelo. Colector”. Perteneciente a los clases acomodadas de su
época, fue destinada a vivir en clausura pues en esta se preservaba su posición
y dignidad social. Tiempo en el que los conventos eran útiles herramientas para
el control de la natalidad y la reubicación del excedente de mujeres solteras.
Aunque las fuentes sólo nos
informan de una monja profesa hacia finales de la década de 1850, la acuarela
de E. Murray nos muestra algunas legas sentadas a los pies de una anciana
monja, bien pudiera reflejar el momento de su visita u otro tiempo pretérito
referido por la religiosa. No obstante, la elevada edad de su fallecimiento y
su posición social nos hacen pensar que debió ser asistida a lo largo de toda
su vida.
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