Juan Calero Rodríguez
A
veces hay lugares en el caminar donde nos quedamos perplejos sin preguntarnos
dónde, en qué esquina, en qué gaveta quedó escondida la alegría de la vida,
para que unos inocentes niños paguen de una manera tan brutal, toda la maldad
de este mundo.
Visitar
un aeropuerto siempre me había resultado todo un jolgorio, y lo es. La cara
amable que nos recibe en cualquier territorio, o nos da la palmadita en el
hombro para que volvamos.
En días pasados, al entrar en un aeropuerto nacional, me enfrenté a la
triste estampa de presenciar a un grupo de niños, muy pequeños, totalmente
indefensos, enfermos de cáncer, de regreso de la que quizás fueran sus últimas
vacaciones acompañados por sus guías. ¡Arduo trabajo el de esas jóvenes chicas
guías! Y nos quedamos así, mudos, ante el rostro más cruel de la muerte.
Tristemente
parecía un pelotón de mutilados de la guerra, de cualquier otra guerra
improvisada por las propias mezquindades del hombre como ser social, portando
como trofeos muletas y sillas de ruedas.
Todos
los viajeros que accedían a la terminal, pasaban y miraban, nadie se detuvo
para saludarlos, hacerles alguna gracia. Yo tampoco, solo lloré. No culpemos a
los dioses del Olimpo, somos crueles. Vemos como un mal menor mientras sufren
otros cuerpos ajenos a nuestro entorno familiar y se nos hace terriblemente
pesado cuando nos afecta directamente nuestros intereses.
De
qué sirve el chovinismo latente en la sociedad cuando los medios informativos
se hacen eco durante el par de días que abarca el hablar y volver a comentar
cualquier hecho fortuito, algún desastre natural o producido por el mismo
hombre, donde y cuando hay intereses humanos o materiales de índole nacional. Y
cuando se entierran sus muertos nadie más recuerda las desgracias que se
continúan padeciendo en otras latitudes. Así vamos de acontecimiento en
acontecimiento, siendo encauzados y manipulados por los medios de comunicación
a las órdenes de determinados intereses.
Para
quién la codicia de los deseos, de la conciencia individual a la que estamos
todos sujetos.
y qué será de sus alcancías y de sus pantalones
domingueros después de una revolución
(Bertold Brecht).
Dónde
los rezos por esta humanidad contaminada, que mira a otro lado para no sufrir
la agonía de los muros de color avainillado, en niños mutilados, héroes de su
guerra.
La
palabra enmudece, no hay respuestas para tantas preguntas.
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