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sábado, 9 de diciembre de 2017

JUAN ÉVORA, TODA UNA VIDA CON EL TEIDE

Isidoro Sánchez García

El 6 de diciembre 2017 se cumplieron 39 años de la Constitución española.  Aparte de felicitar a los Nicolás por su onomástica y a los finlandeses por los 100 años de su independencia, me puse a leer artículos periodísticos sobre la importancia de reformar la Carta Magna, adaptándola a la realidad del siglo XXI. Me acordé entonces del algoritmo: “Cada uno es hijo de su época”.

Como el tiempo estaba bueno decidí terminar en la terraza la novela TODA UNA VIDA, el “Libro del año 2014 en Alemania”, del polifacético Robert Saetarle, austriaco, nacido en 1966, acerca de un personaje muy particular, Andreas Eger, nacido en Los Alpes. Me recordó al histórico cabrero Juan Évora por “Toda una vida con el Teide” pero en una isla, Tenerife.

 A Juan Évora, natural del barrio de Chío, t.m. de Guía de Isora, lo conocí en los años de la década de 1950 cuando la familia subíamos en agosto a la caseta de O.P. en Los Azulejos o hacíamos el trayecto La Orotava-El Médano en el haiga que mi abuelo Eustaquio había traído de Venezuela. Nunca faltaba el queso de cabra que preparaba Juan. Luego cuando íbamos a cazar o de excursión con la Peña Baeza. Más tarde cuando me casé y casi me muero con la leche de cabra cruda que Juan me obsequió en agosto de 1967, en la luna de miel que disfruté poco tiempo en el Parador. La nevera de la botella de leche sin guisar era el agua de la galería de El Riachuelo que bajaba en canal hacia las fincas de los Esquivel en Adeje y transcurría por delante de su casa-refugio. Más tarde seguí saludándole cuando comencé a trabajar en el Patrimonio Forestal del Estado (PFE) y administré las fincas de Izarse y Graneritos, en Guía de Isora y Adeje, respectivamente, separadas por el barranco de Erques, ambas titularidades de la empresa británica Fyffes y consorciadas con el PFE para su repoblación forestal y coto de caza. En otros momentos, cuando abrimos  la pista de las siete cañadas del lado del Parador, al pie de Guajara, en la cañada del Capricho, y nos faltó oxígeno. Asimismo, cuando fuimos de excursión a la playa de la Arena, en Santiago del Teide, para conocer unos terrenos que había heredado de su familia isorana y querían comprarlos unos amigos empresarios turísticos del norte. Era la época de cuando en las islas las hembras heredaban la parte cercana al monte y los machos junto a la costa.

Me contó muchas anécdotas sobre la primera vez que conoció el Teide y el Pico Viejo, algunas historias de la construcción de la carretera y de la llegada de la televisión hasta el punto que fue entrevistado en alguna ocasión por Nanino Díaz Cutillas. Los conejos y los hurones, la miel y las abejas eran temas recurrentes, al igual que la atención a puntuales turistas perdidos en Boca de Tauce. Conocí también a su mujer, que de vez en cuando subía desde Chío,  y a su hijo, emigrante en Alemania, de vacaciones por la isla. Asimismo, comentábamos siempre los linderos del Parque Nacional del Teide entre La Orotava y Guia de Isora desde su declaración en 1954.

Durante muchos años, Juan fue el “Rostro Humano del Teide”, como más tarde Benito Fraga, el agente forestal de Taucho. Era amigo de todo el mundo y de manera muy especial de ingenieros (Juan Amigó, Francisco Ortuño y José Miguel González), de geólogos (Telesforo Bravo), de fotógrafos (Imeldo Bello Baeza), de pintores (Martín González y Mazuelas) y de arqueólogos (Luis D. Cuscoy y Matilde Arnay). Resaltó la marca Teide cuando el Diploma Europeo al Parque Nacional, con la amiga Catherine Lalumiére de secretaria general del Consejo de Europa. El octogenario Évora protagonizó, una vez fallecido, la campaña de marketing humano que vivió el Teide como Patrimonio Mundial. Fue en la Florida (USA) y su sobrina nieta, apellidada Évora, me hizo escribir: “Las lágrimas de Miami”, cuando recordé a su pariente Juan Évora en el escenario de la universidad del condado de Miami Dade College.

 Como Andreas, Juan permaneció fiel a la naturaleza contemplado alguna que otra puesta de sol o bebiendo leche de alguna de las cinco cabras que ordeñaba o saboreando la mejores mieles del Teide, si bien conoció la construcción de carreteras en los años de 1940, del parador de Turismo en los años de 1950 y del teleférico en los años de 1960.El actual centro etnográfico de Boca de Tauce sirve para recordar a Juan Évora en Tenerife, como a Andreas Egger lo mantiene vivo la novela de Robert Seethaler en Europa, principalmente en Austria y Alemania. En el caso de Juan Évora tengo la ventaja que lo conocí físicamente durante décadas y permanece en mi recuerdo cada vez que miro al Teide desde mi ventana portuense.

Isidoro Sánchez, ingeniero de montes

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