Evaristo Fuentes Melián
Cada uno con su mote,
he de definir algunos personajes que me encuentro en la playa.
El correcaminos.- Es un
ser humano que camina y camina cada día, aunque no hace camino al andar—como
diría Antonio Machado--porque las veredas que transita ya están hechas, llevan
consolidadas entre barranqueras desde hace siglos. Vereditas que no crían
hierba, como la del lorquiano enamorado. El correcaminos viene desde la ciudad
y recorre cada día varios kilómetros en bajada, hasta desembocar como un río
sin lava estelar visible en esta playa recoleta y abrigada. Es muy ordenado
este correcaminos y al llegar a la arena se despoja cuidadosamente de su
vestidura y se pone en ropa de deportes. Y, ¿saben lo que hace luego durante un
par de horas? Pasea, sigue caminando y deja huella a lo largo y ancho en la
arena de una playa descuidada, pero no suele bañarse en la mar océano. Es un
solitario que muy raras veces entabla conversación, trae un orden
preestablecido, cronometrado, que no le permite perder el tiempo en
palabrerías.
El vozarrón.- Es un
burgués sesentón que se está pegando la gran vida desde que yo frecuento esta
playa de arena alborotada con malformaciones. El vozarrón no deja de parlotear
toda la mañana y tiene un tronante tono de voz, con eco a lo largo de la bahía;
incluso cuando nada y se monta en un entarimado de madera flotante que anclaron
a cien metros mar adentro, el eco de su vozarrón llega hasta la orilla de la
playa. Es holgazán y dicharachero, prototipo de burgués acomodado. Y es feliz,
al menos en apariencia.
El forzudo.- Llega temprano
(9,30 horas a. m.) a la playa y es singularmente hercúleo, tiene músculos, se
cuida, aunque ya se excede en un par de kilitos de más; practica cada mañana
ejercicios gimnásticos de mil maneras. Por ejemplo, coge una pesada piedra y se
la pasa como un ‘tuya mía’ de una mano a la otra alternativamente, haciendo
flexiones con los bíceps. Es un buen
chico, maestro albañil en los ratos libres. (Continuará.
Espectador
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