Agustín Armas Hernández.
Nuestro buen amigo Bruno Juan Álvarez
Abréu, ha destapado el baúl de los recuerdos. Ha vuelto a sacar a la luz escritos dormidos,
que en su día dedicamos, después de su
defunción, a personajes muy queridos del puerto de la cruz; que, por
su popularidad y valía, no olvidaremos
nunca. Conviene que afloren para que
las nuevas generaciones se enteren
y tomen ejemplo del bien y buen hacer de estos ciudadanos que ahora ya
no están entre nosotros. Veámos hoy, y en días sucesivos, algunos de estos escritos en recuerdos de
estas personas que tan apreciados y admirados eran en el Puerto de la Cruz y
pueblos de su entorno.
Reorganizando archivos de mi ordenador
que se me extraviaron por un fallo fortuito sin querer, me encuentro un
interesante artículo personal que en su día me mandó el amigo y convecino del
Puerto de la Cruz Agustín Armas Hernández, sobre el perfil de un portuense –
orotavense Sigfredo Reyes Martínez, hijo de Don Juan Reyes Bartlet, músico,
compositor, director, poeta, etc. (gran amigo de mi abuelo materno Bruno Abréu Rodríguez) y doña Edelmira Martínez
Reyes, de cuya unión nacieron cinco hijos: Leticia, Yolanda, Isolda, Ramiro, y
Sigfredo Reyes Martínez.
A Sigfredo le conocí siendo aún un niño
de seis o siete años, que subía en su moto a la Orotava, con sus amigos Delfín
Padrón Jordán (fallecido – mi cuñado) y Paco conocido por “El Rubio”, subían a
enamorar con tres entonces jóvenes de la Villa de La Orotava. Sigfredo y Delfín
casaron pero Paco conquistó un nuevo y definitivo amor en Icod de Los Vinos. La
Moto la dejaban en el salón industrial de mi padre Juan Álvarez Díaz en la
calle El Calvario, y cada uno iban a sus respetivos amoríos, regresando al
Puerto de la Cruz de madrugada. De este trío, en el Puerto de la Cruz, el grupo
era mucho mayor en componentes; Pepe y Enrique Martel, Domingo Perera, Pepe
Casiano, Antonio Robles, Chano Miranda, Ignacio Torrents, Peri Real, Luis
Espinosa y muchos otros.
A Sigfredo le conocí como funcionario -
apoderado del Banco Hispano del Puerto de la Cruz (había estado en las
sucursales dé; La Orotava, Icod de Los Vinos y Guía Isora) y a su padre don
Juan Reyes Bartlet como musicólogo (el autor de “María Adela”, composición
lirica popular canaria) muy amigo de mi abuelo materno y padrino Bruno Abréu
Rodríguez, músico durante muchos años de la Banda Municipal de La Orotava y de
Icod de Los Vinos.
Sigfredo se casó en el mes de Enero del
año 1958 en La Orotava con la entonces guapa y joven dama villera Ana María
Reyes Duclos, fue el primero en casarse del trío de enamorados, tuvieron cinco
hijos (Ana Edelmira, Maribel, Sigfredo, Juan y Marta Reyes y Reyes), aquí en la
Villa se quedó a vivir (antes lo hizo en Guía Isora) y aquí falleció cuando
menos lo esperábamos.
El amigo y convecino del Puerto de la
Cruz, a raíz de su muerte escribió unas semblanzas que tituló “IN MEMORIAM. DON
SIGFREDO REYES MARTÍNEZ”: “…Del enlace matrimonial, de don Juan Reyes Bartlet,
músico, compositor, director, poeta, etc. con doña Edelmira Martínez Reyes,
nacen cinco hijos. Tres féminas y dos varones. Veámoslo: Leticia, Yolanda,
Isolda, Ramiro, y Sigfredo Reyes Martínez; todos ellos muy conocidos y
respetados en nuestra ciudad, el Puerto den la Cruz. Hoy nos vamos a ocupar del
último mencionado. Y, tercero en orden de nacidos.
Vio la luz Sigfredo, por primera vez,
en Puerto de la Cruz, hace ochenta años (año de su fallecimiento). Contrajo
matrimonio con doña Ana María Reyes
Duclos. De esa unión brotan cinco retoños. Vamos con sus nombres, según están
escritos en el recordatorio que, amablemente, me cedió, su viuda: Ana Edelmira, Maribel, Sigfredo,
Juan y Marta Reyes. Este matrimonio se sentía, y siente, muy feliz con esta
prole; que, también, ha dado sus frutos; los nietos.
¡Que acontecimiento y casualidad tan bonito! Doña Edelmira y su nuera, esposa
de Sigfredo, dieron a luz el mismo
número de hijos y de sexo. Tres hembras y dos varones. Y, por si fuera poco,
coincidentes, ambas, en el primer
apellido. Reyes.
Fue este conocido y querido personaje,
portuense, en la década de los cincuenta, (siglo XX) y siguientes, el pescador
y marisquero, submarinista, más competente, hábil y audaz de aquellos tiempos
idos.
Otro experto, en estas lides, fue Pepe
Martel; cuñado de Sigfredo y acompañante en las correrías subacuáticas. ¡Que
lastima, ya no están entre nosotros!
Buscaron otros mares, más tranquilos y seguros para pescar. Los eternos.
Atraídos por el benigno clima, de las
Islas Canarias, por su mar azul y
transparente; llegaron, al Puerto de la
Cruz, una pareja de extranjeros franceses. Varón y hembra. Venían, además de a
conocer las islas, a practicar su
deporte favorito, el submarinismo. Traían en su equipaje, los últimos adelantos
para sumergirse hasta el lecho marino. Escopeta, gafas, aletas, tubo para
respirar etc., eran algunos de los bártulos que componían su equipo. Dichos
aparatos, para escudriñar y saquear las entrañas marinas, no eran conocidos,
aun, en estos peñascos nuestros. Eran recién inventados y por ende no vistos
por aquí. Algunos de estos instrumentos fueron empleados y perfeccionados en
las guerras, europeas, asiáticas etc. De estos artilugios el que más se empleo fue el tubo para respirar
bajo el agua. Más tarde llegarían las aletas, gafas, y, sobretodo, lo que sería
el gran invento, la botella de oxígeno. Con dichas Bombonas se podía estar
sumergido muchas horas, sin salir a la
superficie.
La pareja de galos, recién llegados al
puerto de la Cruz, se hospedaron en un hotel, muy cerca del mar. El
establecimiento Hotelero estaba, y esta, porque aún no ha desaparecido, Ubicado
en la zona más atractiva portuense, San
Telmo.
Los fondos marinos de la costa portuense,
en aquellos años idos, permanecían en estado virgen; No mal tratados ni
saqueados. Muy ricos en flora y fauna. Exuberante, atractivo, reproductivo. Los
peces y mariscos, los había por doquier. Bastaba acercarse a la orilla del mar
para comprobarlo. El pasear por la ribera marina era una delicia. El olor
a algas
y yodo marino embriagaba de
placer.
El tiempo amaneció muy bueno, con sol radiante y mar en calma. La playita de
San Telmo, apetecía para un baño o practicar la pesca. Así fue que, aparecieron
en San Telmo, al día siguiente de su
llegada, la pareja de franceses. Llegaron a los diez y media de la mañana.
Venían con sus atuendos de pesca. Era el
mes de Julio. La playita estaba muy bulliciosa, concurrida de bañistas. Muchos
se acercaban donde se ubicaron los
extranjeros para curiosear. Todos los
que alrededor se pusieron, quedaban perplejos viendo aquellos aparatos,
modernos, de pesca. Entre los curiosos se encontraban, Sigfredo y, su
inseparable amigo, Pepe Martel.
Así fue como empezó una bonita
amistad, de aquellos visitantes al
Puerto de la Cruz, con Sigfredo y Pepe; que no concluiría con el regreso de los
galos a su tierra, sino que se prolongó a lo largo del tiempo.
Al concluir las vacaciones, de los extranjeros, en aquel
entonces pueblito pesquero, el turismo en ciernes, Sigfredo y Pepe, los
futuros pescadores submarinistas,
compraron a los franceses, los aparatos, de inmersión marina. Fue todo un
éxito. Con Sigfredo y Martel, muchos
comieron pescado y mariscos frescos, en el Puerto de la Cruz y fuera de él.
Sigfredo Reyes Martínez siempre fue
amante de los deportes. De entre sus preferencias y prácticas, la pesca
submarina y el fútbol.
Termino su vida laboral en una entidad
bancaria, instalada, muy cerca de la popular
Plaza del Charco. ¡Descanse en la paz del Señor Jesús, mi buen amigo
Sigfredo!...”
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