Agapito De cruz Franco
La Diada que se celebra en Cataluña
cada 11 de septiembre bajo la señera de Aragón y en recuerdo de la caída de
Barcelona ante las tropas francesas del Rey Sol es uno de tantos hechos históricos
tergiversados por el nacional-catalanismo en su escaso siglo de existencia.
Hace muchos años que ya no es el Día de Cataluña sino el Día del
nacional-catalanismo y nada tiene que ver con aquel 11 de septiembre de 1714
con una Barcelona y su bandera blanca con la cruz griega roja de San Jordi
reivindicando la España de los Austrias en lugar de la que imponía el
imperialismo francés de Luis XIV. El hecho de que se depositen flores en el
monumento a "Rafael de Casanova",
"(cuya estatua levantó en su momento el nacionalismo de principios de
siglo)”,
es otro síntoma definitorio de lo que digo. Este señor, consejero político de
la Barcelona asediada luchó en realidad por España y Cataluña y no por la "como
dice uno de sus descendientes...", secesión como dice Luis Mª Gonzaga de
Casanova-Cárdenas. De hecho, tras la caída de Barcelona siguió viviendo tal
cual con los Borbones ejerciendo su profesión de abogado mientras que los defensores
de Barcelona se pudrían en las cárceles y declinaban cualquier prebenda ofrecida
por el vencedor. Es el caso del principal defensor de Barcelona, el castellano
General Villarroel que es a quien debieran ir a parar esas flores y que tan
solo goza de una calle transversal en el centro de la ciudad. Es así que la
Diada actual ya no representa a una ciudad, y menos a un país sino simple y
llanamente a un partido.
Hemos dado en llamar comúnmente fascismo
–independientemente de su significado original de mediados de siglo-, a todo
aquel movimiento político que usa el autoritarismo y la prepotencia y en
definitiva a cualquier forma de totalitarismo donde la libertad –de una u otra
manera- queda secuestrada y la opinión del otro no cuenta.
El fascismo además es camaleónico,
se cuela sin apenas darte cuenta como en aquel pensamiento de Bertolt Brecht. Y
lo hace con propuestas y expresiones de
lo más paradisíacas, llamando a la unidad a todos vengan de donde vengan,
usando incluso la democracia para conseguir sus fines, pero quitándose al final
la careta de forma deplorable.
La carta de Artur Mas, y varias
personas más –valga la redundancia- que publicó “El País” y dedicada a los
españoles contiene elementos preocupantes en ese sentido: La descalificación sin
más de una carta anterior de Felipe González, el confundir la parte con el todo
y hablar en nombre de la sociedad catalana lo que es opinión de uno de sus
sectores, el creerse en posesión de la verdad más absoluta, etc. Cuestiones a
añadir al uso ilegítimo, ilegal y antidemocrático de las instituciones
autonómicas en beneficio de intereses no sólo partidistas sino específicamente
separatistas (cuando el mandato que se les dio fue para gobernar la sociedad catalana y no para otra cuestión),
el descarado y escandaloso control o intento de control por parte de los
organismos de la Generalitat de los medios de comunicación públicos y privados
cara a las elecciones autonómicas en contra de las mínimas normas de la
libertad de expresión, los continuos gestos y declaraciones de determinados
partidos, en relación con la construcción de un estado catalán, de
desobediencia sí o sí al poder instituido ignorando a la sociedad catalana y
sobre todo a quienes están en contra que son más de la mitad, la permanente
confusión entre sociedad y estado (Es curioso cómo en una pasada entrevista en
TV24h al alcalde de San Vicent dels Horts, al criticar éste cómo –en su
opinión- España maltrata a Cataluña, dejaba claro que al referirse a España se
refería al Estado español no a los españoles y en relación a Cataluña ocurría
todo lo contrario, se refería a la sociedad catalana como objeto de ese
maltrato y no a la Generalitat y a los partidos independentistas que esgrimen
esa teoría que no reconoce el resto. ) En resumen “la sociedad soy yo”.
Cuando el final de la supercopa de
Europa, apareció en las pantallas de TV un hincha futbolístico con una bandera
independentista catalana manifestando que entraría al estadio con ella para
demostrar que "soy un catalán de verdad". Semejante afirmación nos
retrotrae a los años oscuros del franquismo, cuando la misma afirmación era
aplicada a ser español si aceptabas la bandera franquista del estado. Ambas
afirmaciones se sustentan en la idea totalitaria de que quien no piensa como yo
no tiene razón, y que, en este caso, es catalán quien piensa como yo y quien no
piensa como yo no lo es.
El consejero de Justicia de la
antigua Diputación del General (La Generalitat, para entendernos), llegó a
decir algo que cabreó a Aragón, Baleares y Valencia, aunque confirmó mi
percepción de que tras el proceso soberanista catalán está el fascismo de
siempre, ahora revestido con elementos pseudo-democráticos, colores vivos,
emociones irracionales, conceptos históricamente falsos –como toda construcción
nacionalista- y regado con una manipulada educación proselitista tras la
Transición.
La idea de los "paisos
catalans" que expuso ese señor (incluir en su idealista estado nacional
parte de Aragón, Valencia, parte de Murcia, un par de islas del Mediterráneo,
parte de Francia, Baleares, etc.) es una idea que ha existido siempre en el
siglo y un poco más de vida del nacional-independentismo catalán, el deseo de
expandir su nación, como así lo deseaban también los fascismos de mediados del
siglo XX (No olvidemos que el nacional-catalanismo es anterior y surge a
finales del XIX y principalmente a comienzos del XX).
Esta idea confunde el histórico
Reino de Aragón con los Condados Catalanes, una provincia que fue de ese Reino (Barcelona
y varios más al norte).Se confunde la parte con el todo manifestando así aparte
de un claro complejo de inferioridad, una espeluznante falta de cultura
histórica. En realidad ni siquiera Tarragona y Lérida forman parte de Cataluña,
a la que fueron asignadas como provincias tras la organización provincial a
finales del XIX, donde incluyeron también el Vall d´Arán que hasta entonces era
aragonés, como Tarragona y el Delta del Ebro.
Lugares estos como Lérida y Tarragona
con dialectos propios o el Vall d´Arán con lengua propia y que nada tienen que
ver con el catalán (idioma creado artificialmente en 1905 por Pompeu i Fabra y
compañía como vehículo político del nacionalismo). Cuando en este sentido apunta
el nacional-catalanismo que se trata de unificar la variedad de dialectos
existentes en la zona en un idioma común, se olvidan conscientemente que el
único idioma existente en esa área es el valenciano, que tuvo en el siglo XV su
Siglo de Oro. Asi que si fueran coherentes y no manipuladores debieran haber
elegido el valenciano para Cataluña y no el catalán, basado en el dialecto barceloní
y que nunca fue tal lengua. La otra lengua actual de Cataluña, aparte del
español o del dialecto barceloní (el llemosí) convertido luego en catalán es el
aranés u occitano aranés.
Resulta que la CUP -uno de los
grupos independentistas- es, parece ser, quien más esgrime esta idea del
pancatalanismo de esos fantásticos paisos catalans. Y me han dicho este verano
en la ribera del Douro que su líder es zamorano. No he salido de mi asombro y
voy a comprobar si es cierta esta afirmación porque nada peor como dice un
amigo mío que los conversos en el problema catalán. Si consigo hablar con él le
voy a proponer la idea de que consideren parte de Cataluña también Zamora o
mejor, toda España y asi acabamos con el problema. Porque puestos a fantasear,
todo vale. A mí me da igual que la capital de estos reinos esté en Madrid o
Barcelona, aunque sinceramente, preferiría
Oporto.
Les dejo con los enlaces virtuales de
mi libro impreso en papel y editado el 9-n de 2014 y que pueden ver en las
bibliotecas y encontrar aún creo en más de una librería de La Orotava. Enlaces
que circulan por Facebook gracias al saber hacer virtual de mi amigo Paco
Barreda. También hay otros similares que adaptó de mi libro Manuel González, la
cultura que no cese. Su título: “Cataluña / Catalunya / Catalonha. ¡Yo también
quiero decidir! / ¡Jo també vull decidir! / ¡Jo tanben voi decidir!”, por
Agapito de Cruz.
No hay comentarios:
Publicar un comentario