Manuel
Hernández González
En la
segunda mitad del siglo XVIII un relativamente amplio elenco de canarios se
integró dentro de la elite mantuana. Eran de origen generalmente mercantil y
sus primeros pasos los dieron en el tráfico comercial entre Canarias y
Venezuela. Un ejemplo de ello es el caso de los hermanos Blas y Tomás Paz
Castillo, que pertenecían a la burguesía agraria granadillera. Se desposaron
los dos con las hijas del Teniente Justicia Mayor de Guarenas, Antonio Díaz
Padrón, célebre por su papel en la rebelión de Juan Francisco de León. Los dos
eran grandes hacendados ganaderos y desempeñaron puestos capitales en el
Juzgado de Tierras de los Llanos. Tomás, con un hijo como heredero, aportó al
matrimonio 32 000 pesos en los hatos de Belén y San Telmo. Blas tuvo 7 hijos, entre
ellos el célebre general Juan Paz Castillo. Tenía una hacienda de caña con 32
esclavos con el título de Candelaria en el Pao. Con su influencia y la de
Marcos Rivas posibilitaron el nombramiento de varios paisanos suyos en
Tenientazgos claves al respecto en Los Llanos.
Los
hermanos Marcos y Francisco Valentín Rivas eran miembros de una familia de la
elite mercantil canaria, hijos de un capitán del comercio canario-americano y
corsario y nietos del Gobernador de Venezuela Marcos Bethencourt y Castro, fueron
cargadores en ese tráfico en sus inicios. En cuanto a su origen en Tenerife, su
tierra natal, los Rivas era un linaje burgués con aspiraciones nobiliarias, que
había escalado en la esfera social de las Islas a través del comercio y la
emigración con América. Roberto, padre de los dos Rivas que emigraron a
Venezuela, había sido capitán de mar y corsario en las Antillas, llegando a ser
Gobernador interino del Yucatán. Francisco Valentín tuvo un solo hijo, Roberto
de Rivas Garabán, abogado y profesor de la Universidad de Caracas, que
contraería matrimonio con una hija de su hermano. Marcos sería uno de los más
influyentes miembros de la oligarquía mantuana. Regidor perpetuo del Cabildo de
Caracas, figura desde 1786 en la lista de hacendados del Real Consulado.
Contrajo matrimonio con Petronila Herrera y Mariñas, hija del Maestre de Campo
y Teniente General don Pedro Miguel de Herrera y Mesones, miembro destacado de
la oligarquía caraqueña. En pocos años llegó a convertirse en un gran
propietario agrario, contando con dos haciendas de cacao de 840 hectáreas.
Obtuvo permiso para introducir en Venezuela 500 esclavos. Su política familiar
es una muestra clara de la estrategia social de las grandes familias mantuanas.
De su numerosa descendencia -tuvo 19 hijos de los cuales 8 murieron párvulos-
tres se casaron con las hermanas de Concepción Palacios, madre de Simón
Bolívar. Fueron Juan Nepomuceno, que fue Alcalde Ordinario de Caracas, Antonio
José y el General de la Independencia José Félix Rivas. Valentín, Regidor de
Caracas casó con Manuela Galindo y Rada. Dos de los varones se dedicaron a la
carrera eclesiástica, Marcos Francisco y Francisco José. De las mujeres, además
de la ya citada, casada con su primo hermano, María Candelaria casó con su
pariente el orotavense Martín Borges Ascanio Llarena y María Petronila con otro
Palacios, José Ignacio Palacios Blanco. Las otras dos, como era consustancial a
las capas nobiliarias, ingresaron en el Convento de la Concepción de Caracas.
Mercader y tratante de esclavos, adquirió varias haciendas en Chacao y Maycara.
Al casarse disponía de 40 000 pesos. Obtuvo permiso para introducir 500
esclavos. Era dueño de una hacienda en Chacao y otra en Macayra con 19 000
árboles. Hizo promesa de dar el 1´5% de sus ganancias al cuadro de la
Candelaria de Santo Domingo de La Orotava y el 1% a las ánimas del purgatorio
de Tenerife, distribuyendo por diversos conventos ese porcentaje. Entre ellos,
en el convento de San Francisco de Santa Cruz, “en la capilla de la Candelaria,
que es del mayorazgo de su casa, donde están enterrados sus padres”.
Todos ellos
fueron en diferentes ocasiones regidores, síndicos y alcaldes de Caracas.
Aliados con la oligarquía criolla y opuestos a los oficiales reales y a la
Guipuzcoana hicieron un frente común en las elecciones a las dos alcaldías
ordinarias de Caracas cuya prueba de fuego más efectiva fue la llamada
alternancia en esas varas entre criollos y europeos, vigente por la Real Cédula
de 1774, que trataba de potenciar la participación en el cabildo de los
comerciantes peninsulares. La prueba de fuego fue la designación pactada entre
criollos y canarios en las elecciones de 1775 de Juan Benítez de Lugo y Marcos
Rivas como Alcaldes ordinarios y de su hermano Francisco como Procurador
General. Al año siguiente el Gobernador Agüero, aliado de los criollos y
opositor del Intendente Ávalos, refrenda la elección de tres criollos para esos
cargos, en atención de que el año anterior habían sido ocupados por forasteros.
Los comerciantes vascos con el regidor Manuel Clemente y Francia, factor de la
Guipuzcoana, se dan cuenta de la jugada. Ponen en cuestión que los canarios
fueran verdaderamente europeos, cuestión esta que precisan al proclamarse ellos
europeos castizos. Francia no deja lugar a dudas: “el nombramiento de dos
europeos en el año pasado no fue hecho en obsequio sino en mayor agravio de
ellos (...) , no lo fue sino en la apariencia y que en la unidad de nación que
se supone entre los isleños de Canarias y españoles legítimos o castizos hubo
modo y arbitrio de hallar la distinción real entre unos y otros”. Las disputas
prosiguieron en 1777 con la elección del mercader canario Francisco López de la
Vega como Procurador General en la alternancia y su consciente renuncia por
imposibilidad económica, dando lugar a su sustitución por un criollo. La Corona
trató de solucionar el problema en beneficio de los europeos con la creación en
1777 de cuatro regidurías vitalicias para ellos sin distinción de nobleza.
Unzaga, nuevo Capitán General, con conexiones con la elite mercantil vasca,
cede una de ellas a José Fierro. Significativamente manifiesta a la Corona que
la atendió “sin embargo de ser de las Islas Canarias, en consideración a su
nacimiento y circunstancias”
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