Javier Lima Estévez. Graduado en Historia por la ULL
Tras la etapa de decadencia experimentada por el azúcar, el
vino pasaría a convertirse en un producto de primer orden económico en Canarias
desde finales del siglo XVI e inicios del siglo XVII, siendo Tenerife la isla
que lograría alcanzar una mayor importancia, destacando el malvasía como
variedad más representativa, frente al vidueño, cuyo consumo se restringía a
servir en las mesas isleñas o exportarse a las Indias. Un aspecto relevante
dentro de la economía canaria y que no dejaría de ser reseñado por los ingleses
que llegaban hasta el archipiélago, tal y como ha expuesto el historiador
Nicolás González Lemus en relación a la visión que los ingleses otorgaban al
vino canario, analizando los relatos de Thomas Nichols (siglo XVI), Edmund
Scory (siglo XVII), George Glas (siglo XVIII), entre otros insignes viajeros ingleses
cuyos testimonios constituyen un interesante reflejo para analizar el esplendor
que llegaron a alcanzar los caldos canarios, siendo Inglaterrera el principal
consumidor.
El catedrático e historiador Antonio Bethencourt Massieu
realizaría un impresionante estudio sobre el vino bajo el título “Canarias e
Inglaterra: el comercio de vinos (1650-1800)”. Un aspecto que ha sido tratado
por diversos investigadores que no han dudado en proceder a explicar el origen,
la importancia y el final del esplendor de tal ciclo económico en las islas,
pues el vino canario sería distribuido por diversos lugares del norte de Europa
y otras posesiones españolas e inglesas en el continente americano.
Durante el siglo XVII se desarrollaría el curioso episodio
que el polifacético realejero José de
Viera y Clavijo (1731-1813) denominó “el derrame del vino”, ante la creación de
la Compañía de Canarias que pretendía obtener el control de todos los vinos,
afirmando Viera y Clavijo que en Garachico se experimentó el principal rechazo
a esa situación, derivando en un derrame del vino que acabaría ofreciendo “una
de las inundaciones más extrañas que se pueden leer en los anales del mundo”,
resaltando Antonio Bethencourt Massieu
que aún dos hechos serían claves durante el siglo XVIII en torno a la
exportación del vino: la proclamación del libre comercio con las Indias en 1778,
y la apertura del mercado americano a la exportación vinícola. Antonio Bethencourt Massieu matiza las complejidades
generadas en torno a tal producto en el plano político, así como a partir de
las diferentes plagas que acabarían por reducir prácticamente su producción.
El investigador orotavense Antonio Luque Hernández expone en
su obra “La Orotava. Corazón de Tenerife”, la importancia que el vino llegaría
a tener en el Valle de La Orotava, alcanzando el municipio orotavense uno de
los mejores niveles de prosperidad económica de Canarias. Al parecer, la
calidad de las viñas era una de las razones que influyeron en la notable
producción de vinos en La Orotava, pues éstas eran regadas, un hecho que
acabaría derivando en un aumento de la producción, anotando Antonio Luque Hernández
tales impresiones a partir de la información proporcionada por el jesuita
Mathías Sánchez respecto al cultivo de las viñas de la franja baja del Valle
orotavense, cuya obra sería estudiada por el profesor universitario de la ULL,
Francisco Fajardo Spínola. Además, el historiador Manuel Hernández González señalaría
diversos datos sobre la época dorada del vino en La Orotava a través de su artículo
sobre la evolución de ese sector en la obra “La Viña y el Vino en el Valle de
La Orotava”.
En la actualidad, podemos observar diferentes ejemplos a lo
largo de La Orotava de un período de esplendor no tan lejano y cuyos ecos
llegan hasta nosotros a través de diversas bodegas y vinos del valle
orotavense.
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