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sábado, 23 de mayo de 2020

DOÑA JUANA FUENTES LEÓN Y SU VENTA JUNTO AL CALVARIO


Jerónimo David Álvarez García

Advierten los historiadores De Bernardi y Guarracino en su clásico diccionario, que“desde el momento en que una parte de la población, (...) se apartó de la producción agrícola y se especializó en actividades militares, políticas, religiosas o artesanales, la ciudad comenzó a necesitar abastecerse de productos indispensables. A menudo los propios campesinos se hacían cargo de este tipo de comercio”. Su ejercicio se pierde en el tiempo y se ha desarrollado en todas las civilizaciones, en la mediterránea, por fenicios, griegos y romanos, consolidándose en Europa con la “Revolución Comercial” en torno al año mil. Otra revolución, la Industrial, difundiría el comercio mundialmente en extensión y cantidad.

            Nuestras estratégicas islas fueron objetivo de mercaderes europeos desde la Baja Edad Media. Pagos y villas no serían ajenos a la actividad; así, Realejo Bajo tuvo dignos exponentes en los Angelinos, mientras que para Realejo Alto se enumera a doña Candelaria esposa de Cristóbal “el del Bosque”, alcalde que fue del pueblo, doña Anita en la calle El Sol y el célebre don Miguel “el Sacristán”. En los años sesenta despuntaría el supermercado de Sedomir Rodríguez de la Sierra en la calle de El Medio. Este estudio nos traslada hasta San Benito, donde doña Juana y su venta junto al Calvario recaban nuestra atención. Su figura reseñada por Álvaro Hernández Díaz en “La Voz de Los Realejos” en marzo de 1995, con el título “La Venta de Doña Juana”, nos invita a analizar nuevamente, su biografía y actividad, en tiempos donde la comunicación y los suministros básicos de consumo diferían de los actuales.

            El antiguo pago de San Benito se identifica por la ermita del santo, la Chocolatería (anexa a la capilla en los años cuarenta y regentada por Maruca y Lola Oramas), su puente, la Finca de Piloto y su casona, la carretera con esbeltos eucaliptos y las multitudinarias procesiones de realejeros el Viernes Santo hacia el Calvario. Asimismo, se perpetuó en la acuarela de Alfred Diston; “Vista de Realejo Alto desde el Calvario”, obra datada a mediados del siglo XIX. Cuenta la tradición que la familia González de Chaves, terratenientes locales, es la protagonista del culto a María Auxiliadora, al rogar a una estampa de la advocación la sanación de una hija enferma; intercediendo la Virgen.

            Puesto que el Archivo Municipal de Realejo Bajo fue destruido por el incendio del Convento en 1952, nos remitimos a la Parroquia de la Concepción de ese pueblo, donde el acta de bautismo de Juana de la Concepción Fuentes y León certifica que nació el 19 de diciembre de 1894 en Tigaiga. Hija de Vicente Fuentes González y Francisca León Méndez, fueron sus hermanos: Vicente, emigrante en Cuba donde falleció en la juventud, Concepción (fallecida en la infancia), Carmen, quien enviudó prematuramente, madre de Fernando y Pedro “de Abastos”, Cipriana (abuela materna del autor), Francisca, esposa de Severiano Estévez y Luis Fuentes León, padre del profesor, músico y librero Pedro Fuentes López.


            A comienzos del siglo XX la familia se trasladó desde el barrio natal hasta San Benito, fijando allí su residencia definitiva. No tardó la mala fortuna en visitar su hogar, pues en 1908 su madre falleció a causa del tétanos tras herirse con un clavo. Nuestra protagonista, huérfana en la niñez, quedó al cuidado de sus hermanos hasta que su padre contrajo nuevo matrimonio con  Rosario Hernández Reyes. Al contrario de lo que narra el popular cuento infantil, su madrastra sería un dechado de virtudes. Posteriormente, doña Juana, mujer piadosa, decide ingresar en un convento. Su estancia en esa institución religiosa seria breve, pues enfermó de fiebres tifoideas y su delicada salud la obligó a regresar a su casa, para reponerse de la grave dolencia. Estas circunstancias favorecieron que no retornara al cenobio y se estableciera definitivamente en San Benito. Su padre Vicente, medianero y propietario (según reza su acta de defunción), falleció en 1929 dejando como herencia cinco acciones de agua a sus hijos, que proporcionaron futuras rentas. A pesar de estas  pérdidas familiares, Juana configuró su hogar con su hermana Carmen e hijos, donde desarrollaron labores de calado y costura. La familia se amplió con la estancia temporal de sus sobrinos: Juan que pernoctaba en su casa, Mercedes (su ahijada) e Isidro García Fuentes. A ellos se unió su tía Petra y en los años cincuenta completaron el núcleo familiar su hermana Cipriana con su familia.

            Al profundizar en la biografía de la protagonista, observamos como en los años veinte del pasado siglo, ya regentaba la venta ubicada junto a los recintos sacros, (doña Juana custodiaba la llave de esos lugares y encendía lámparas votivas de aceite). El buen curso del negocio conllevó que traspasara en pocos años la actividad y posteriormente adquiriera la vivienda. Vecinos suyos fueron el juez y alcalde de Realejo Alto don Pablo García y su esposa doña Herminia González. Es pertinente aclarar que su vivienda, sito junto al Calvario, fue habitada previamente por la familia Padrón González, ascendientes de doña Carmela Barroso Padrón, camarera de Nuestra Señora de los Remedios. La rentabilidad de su comercio queda patente en el Libro 5º de Actas del Ayuntamiento de Realejo Alto, en cuya sesión de 30 de agosto de 1930, se certifica que nuestra protagonista compró un solar edificable de 60 metros cuadrados en el antiguo camino de San Benito, junto a los herederos de Teresa López, por 5 pesetas el metro cuadrado, debiendo respetar la serventía existente.

            La convulsa situación política de los años treinta, influyó en la vida de doña Juana. Claro ejemplo fueron las manifestaciones que discurrían por la Carretera de San Benito y que provenían de La Montaña y Puerto de la Cruz. Nuestra protagonista y su familia serían testigos de los hechos resguardados tras las ventanas, pues los asistentes “apedreaban los cristales de las beatas y las insultaban”. En su piadosa mentalidad constató la profanación del Vía Crucis, de igual forma corroboró como un manifestante arrepentido reintegró las cruces. No sería doña Juana ajena al amor, pues en edad madura un comerciante hindú le propuso casamiento; ella rehusó la pretensión, pues según dijo: “estoy entregada al Señor”. Posteriormente, la prensa insular notificaría el fallecimiento del negociante indio en Puerto de la Cruz, sin descendencia y millonario.

            Nuestros lectores mayores podrán retrotraer a su memoria la ubicación de la venta de doña Juana junto al Calvario; al entrar en el local de blancas paredes, nos recibía el mostrador verde de madera y su pesa romana, armonizando con las estanterías de similar material y arbóreo color. O bien, las chapas metálicas publicitarias de bebidas gasificadas, como La Casera o la “Jota Canaria”. La relación de artículos disponibles bien podría ser la que sigue: queso de plato, colorante alimentario Carmencita,  latas de leche condensada La Lechera y Cuatro Vacas o bolsas de las leches industriales en polvo Lita y Millac. La máquina dispensadora de aceite refinado, sardinas saladas, bacalao en salmuera cuando terciaba, toda clase de legumbres y harinas a granel, con lugar preferente para el millo argentino y papas o batatas del país. En el horno se elaboraba el pan propio, café en grano que molía la propia ventera o diversos caldos locales envasados en gentil garrafón. Prosiguen los alcoholes como la parra, Vino Sansón, Coñac Terry o Anís del Mono que rompían el ayuno de los jornaleros en la fría mañana. Surtido de caramelos de cristal y pastillas apodadas por don José Morales Vinuesa las “jinchonas” (del verbo hinchar), que según relató al periodista Isidro Pérez Brito, alegraban los paseos domingueros de los novios hasta La Zamora. En esa época donde la actividad comercial no se regulaban con la diversificación y legislación actuales, era fácil adquirir en las ventas, analgésicos como Optalidon (antiinflamatorio y antipirético), que acarreó un episodio de intoxicación a dos niñas de la familia. Hasta la actividad ferretera fue ejercida por la protagonista, al dispensar petroleo, amén del pegamento Imedio, insecticida Flit, el jabón en pastillas Swanston, o el Jabón de Lagarto, Detespum y Flota. Para los caballeros; gel-fijador Patrico y la maquinilla manual de hoja desechable, protegida con doble envoltura de papel, marca Guillette, finalmente, las clásicas colonias Heno de Pravia y 1916.

            Su intensa actividad y genio (en su doble acepción), no impidió que los “fiados” reflejados en su libreta fueran ocasionalmente condonados. Tampoco las “tazas de agua” que brindaba a algunas clientas durante sus tertulias o los tejidos que regaló a menesterosos. Finalmente, en los años sesenta traspasó parcialmente la actividad a Saturnino Hernández, sin extinguir la primitiva.

            La nonagenaria Juana Fuentes clausuró definitivamente su venta hacia 1986 y sus últimos años transcurrieron en su domicilio junto a su hermana Cipriana. Sobrevivió a toda su generación y falleció de vejez a la avanzada edad de 99 años, el 27 de julio de 1994, acompañada de sus sobrinos, asistida por su médico, el crusantero don Manuel Pérez y confortada por su párroco don Antonio Hernández Oliva. Al día siguiente fue sepultada en el Cementerio de San Agustín, de El Mocán.

            Doña Juana simboliza esa generación que subsistió en cocinas lúgubres de pocos enseres, de almuerzo austero y frugal cena, anciana de pelo cano, vestido negro o marrón (por luto o promesa a la Virgen del Carmen) y ropa blanca en el arca. Parapetada tras el transistor de radio a pilas, atenta al Ángelus del mediodía y el Rosario vespertino, al que respondía en perfecto latín (también chapurreaba francés, fruto de su estancia en el convento). Agradezco la colaboración de sus sobrinas María Mercedes y María de los Ángeles García Fuentes y de Aurora González. Foto: MMGF.

Publicado en el Programa de Las Fiestas de Mayo de Los Realejos 2019

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