José Peraza Hernández
CALADORA DE TODA UNA
VIDA - LOS REALEJOS BAJO
Doña Carmen
Hernández González,
(conocida por Carmita), una realejera natural del mismo, nació 20 de diciembre
de 1927, caladora de toda la vida quien es la actual protagonista de está historia de hoy, con domicilio en la calle La Alhóndiga , en la Calle Nueva , hija
legitima de Ramón Hernández Montero y de Dolores González Pérez, de este
matrimonio hubo un fruto de cuatro hijos, Ramón, María Encarnación, gemela con
Dolores, y Carmita, esta última fue la única que aprendió este arte.
Considerado oportuno rendir homenaje a esta mujer, en estas
líneas, de este mencionado municipio, que aún dedican parte de su tiempo a esta
labor tradicional desde los años de antaño. Donde las principales herramientas
son; la aguja, hilo y dedal.
Carmita
Hernández, de 79 años, tuvo que iniciarse desde su juventud para ayudar a sus
padres, en sus ratos libre, de esta forma realiza sus trabajitos, como son la
roseta vieja, madrigal, la panera y manteles. Quien siguió los andares de madre
Dolores González Pérez y de su abuela Dolores González, para poder salir
adelante en una época dura, donde había muchas necesidades y carencias, Ya no
cala, como calaba, ahora valora este oficio, y lo practica todos los días a
ratitos.
Piensa
que la juventud de hoy, muy pocas están por aprender este trabajo o arte.
Deberían de intentar por todos los medios que, esto no se pierda, que se sigan transmitiendo de generaciones en generaciones.
Comenta
que, estuvo en la escuela muy poco tiempo, y que solo aprendió escribir y leer,
un poquito, aunque fue la hija más pequeña. Dice que, las de su generación,
muchas tuvieron que dejar de estudiar, debido a la Guerra del 1936, donde todo
estaba en racionamiento.
Aquí podemos ver a
Carmita, en esta imagen, en un momento realizando su labor, donde observamos el
telar en medio de los dos palos de su bastidor, el que heredo de su madre. Y
cada día que se asienta, se acuerda de ella. Al principio, se calaba en la
sala, donde ponían una burra de madera, en aquel tiempo no había televisión,
solo radio. Hoy cala en una habitación donde pone el telar sobre las dos camas,
como si fuera las burras, de esta manera ve a rabo de ojo, la tele, le gusta
las novelas, y la oye, y así pasa los ratos.
Por último, yó, me
despido de Doña Carmen Hernández
González. Deseándole a ella, y a toda su familia que duren muchos años
más, y que sean muy felices. A quien de agradezco su amabilidad, su paciencia
por atender, en esta pincelada para el recuerdo, donde queda Homenajeado con
estas líneas, mil gracias de todo corazón. Estimados compañeros, un cordial saludo.
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