Salvador García Llanos
Hay una llamativa
foto en blanco y negro de la portuense calle Santo Domingo circulando en facebook, la red social donde la nostalgia no solo ha
encontrado acomodo sino que se desliza e velocidad desorbitada para rememorar
hechos, paisajes y personajes del ayer.
Debe ser de los años
sesenta, cuando el sentido de la circulación del tráfico rodado era aún
ascendente y cuando estaba adoquinada, por supuesto. Las guaguas subían desde
El Fielato, en las cercanías del refugio pesquero, y ponían rumbo al
empaquetado de los Betancor después de atravesar Zamora para enfilar la Punta
de la carretera y empezar a surcar las carreteras más próximas.
De ese testimonio
gráfico, hay que recordar Santo Domingo antes de juntarse con La Marina. Las
viejas edificaciones cederían puesto a modernos inmuebles: cambió, y de qué
manera, la tipología constructiva.
En la foto se ve Casa
Baute, donde el vaso de vino rápido y los chicharros fritos anticipaban el
sabor y el ambiente marinero de un apreciado rincón de la ciudad. Y el hueco en
la alineación de casas que marcaba el callejón de Pacheco, antes de la casa de
los Hidalgo, milagrosamente superviviente. Y el taller de mecánica de los Pérez
donde don Manuel y sus hijos y nietos arreglaban todo lo inarreglable, artistas
de la chapa, pintura, electricidad y lo que hiciera falta. Aún parece que esté
ahí, con su inconfundible mono azul supervisándolo todo. Y El Presidio, donde
Antonio Palmero, tan serio siempre, servía cuartas de vino y excelentes
productos gastronómicos. Y la Imprenta Rodríguez, donde el trantran de las máquinas y el aroma a tinta trascendían una
auténtica academia del saber, la de don Jesús Hernández, el Maestro, con sus
clases y sus ensayos teatrales y artísticos. Y el ‘Dominique’, uno de los
primeros pub gay que tuvo la ciudad. Y la casa de doña Matilde, con aquella
frondosa vegetación que se advertía desde el exterior. Y la Casa Miranda, con
sus balcones a tres vías y por donde circulaba el mar atlántico en su
irrefrenable canto de libertad, guardando la historia. Y el convento, su
original escalinata de acceso, suplemento de una fachada señorial. Y la trasera
del hotel Monopol, con el tiempo modernizada y abierta como para seguir, desde
lugar privilegiado, trayectos procesionales y manifestaciones ciudadanas. Por
Santo Domingo, en efecto, pasaron y
pasan la Cruz fundacional y el Gran Poder y la Virgen del Carmen. Al terminar
la vía, la frescura y el frío de la Punta del viento invitan a la
contemplación, al disfrute o al resguardo. A la izquierda, el paseo San Telmo,
con el muro, siempre el muro.
Ahora, la calle
remodelada tiene sentido de tránsito rodado descendente, desde Zamora, que la
antecede. Pero esa, es otra gráfica.
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