Evaristo Fuentes Melián
Con la llegada masiva
de turistas europeos a las costas españolas incluida Canarias, en los felices
años sesenta del siglo XX, se acabó todo atisbo de rebelión violenta como modo
de hacer política. Quedaron residuos como ETA y el Grapo, pero eso no afectó
directamente al pueblo canario. Antonio Cubillo, q.e.p.d., y sus huestes en los
años setenta quisieron ser émulos de ese terrorífico modo de actuar y lo que
consiguieron fue alguna chapuza de principiantes y que, de rebote, hubiera un
accidente aterrador en Los Rodeos con los dos aviones jumbos en marzo de
1977.
Hay un matiz
diferenciador entre Canarias y algunas zonas de la Península. En Cataluña, por ejemplo,
la clase obrera, el proletariado ya tenía conciencia de la opresión, ya tenía
conciencia de clase desde el siglo anterior, los ramalazos de las directrices
de la revolución francesa llegaron a
Cataluña (quema de conventos en 1835 y 1909).
En Canarias, en los
prolegómenos revueltos de la guerra civil de 1936-1939, se quemaron algunas
cruces, pero fue a manos de cuatro analfabetos que de conciencia obrera tenían
lo que yo de obispo. Eran incitados por el ilustrado izquierdista del barrio o del pueblo, la situación de
desorden incontrolado auspiciaba ese tipo de sucesos puntuales. Igual pasó en
los años setenta, cuando se sustrajeron las
banderas de la parroquia capitalina de la Concepción, acción desafiante
que entra más en el concepto de pillada impactante, que de un episodio
revolucionario y/o independentista.
Como dice Julián Casanova
“…los obreros abandonaban el radicalismo ante la perspectiva de mejoras
tangibles e inmediatas, preferían el coche y la nevera, (…) el anarquismo
flaqueaba, dejaba de existir”. Pero en estos nuestros ‘islotes’, a partir de la
posguerra, la clase obrera y campesina
en general pasó del analfabetismo galopante al consumo de la nevera y el coche.
Eso se constató en especial en zonas eminentemente turísticas como el Puerto de
La Cruz y su comarca.
Espectador
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