Javier Lima Estévez
Las Islas Canarias han sufrido a lo largo de su historia toda
una serie de desastres naturales. Diversos testimonios han llegado hasta la
actualidad relatando los efectos de numerosos acontecimientos sobre el relieve
de nuestra geografía. Un ejemplo de ello sería la triple erupción que vivió
Tenerife entre 1704 y 1705 en las cumbres de Arafo, Güímar y Fasnia. Plagas de
langostas también han venido a sacudir a la población canaria, siendo una de
las más terribles la sufrida por la población en 1659, registrándose, en 1954,
la última invasión de tales especies. Además, grandes lluvias se vendrían a
producir durante el siglo XVIII, destacando los años 1713, 1722, 1763, 1766,
1768, 1775 y 1779, años que intercalaron con periodos de notable sequía. Casi
por esas fechas, ocurrió la mayor catástrofe natural de la que se tenga
constancia en la historia de Canarias. Diversos artículos y crónicas se han
publicado sobre tal tema desde el siglo XIX, permaneciendo en la memoria un
acontecimiento que afectó mayoritariamente a la isla de Tenerife a través de
lluvias torrenciales y vientos huracanados durante la noche del 7 al 8 de
noviembre de 1826. Un fenómeno sobre el que dejaron testimonio Sabino
Berthelot, José Agustín Álvarez Rixo o el propio beneficiado de la iglesia de
Santiago Apóstol de Los Realejos, Antonio Santiago Barrios, testigo directo de
aquel acontecimiento. Además, se ha realizado un importante documental bajo el
título El aluvión de 1826, a cargo del profesor y miembro de la Asociación
Canaria de Meteorología, José Luis Hernández, recordando y difundiendo la situación
tan dramática de tal circunstancia.
Núcleos como el Puerto de la Cruz registraron 32 muertos y
la destrucción de 31 casas, mientras que La Orotava sufrió la pérdida de 104
personas, así como en torno a 200 casas dañadas o destruidas. Por su parte, Los
Realejos perdería a 39 personas y 50 casas, una cifra que se incrementó en el
núcleo de La Guancha, lugar afectado con gran fuerza por el aluvión,
registrando la pérdida de 52 personas y cerca de un centenar de casas
destruidas o arruinadas. Icod registraría 5 personas muertas y varias casas
destruidas, mientras que el pueblo de San Juan de La Rambla se contaría un
total de 10 personas muertas y 14 casas destruidas. Un aspecto sobre el que
Miguel Ángel Pérez Padilla y Jerónimo David Álvarez García han investigado
minuciosamente con una serie de contribuciones analizando tal acontecimiento a
partir de diversas fuentes.
Igualmente, en Santa Cruz se verían afectadas centenares de
viviendas, así como innumerables pérdidas en diversos puntos de la ciudad.
Se ha escrito que las lluvias afectaron a la población con
notable violencia como resultado del aprovechamiento sin control de los montes,
los cuales eran talados para la obtención de la madera, leña y carbón. Un hecho
que, con anterioridad a 1826, había provocado algunas inundaciones sin llegar a
tal situación.
Uno de los acontecimientos que más se recuerda respecto al
aluvión de 1826 sería la desaparición de la imagen de la Virgen de Candelaria,
acto que derivaría en la adquisición por parte de los frailes dominicos de una
nueva efigie para presidir las funciones celebradas en su iglesia conventual de
Candelaria.
En definitiva, 190 años después del gran aluvión, seguimos
recordando aquel fenómeno cuya estela afectó a centenares de personas, provocando
innumerables daños materiales y generando una huella en el inconsciente popular
que llega hasta nuestros días
No hay comentarios:
Publicar un comentario