Evaristo Fuentes Melián
Tengo en mi mesa de noche el libro escrito por un
amigo canarión---compañero de promoción de carrera y de milicia para
universitarios---donde cuenta sus estancias veraniegas infantiles en La Laja,
un paraje a la salida de la capital, Las Palmas de Gran Canaria, que luego fue
barrido del mapa--¡cómo no!—por el trazado de una autopista. Era una gozada--me
dice—su estancia de hasta cuatro meses de vacaciones en La Laja, su residencia
veraniega, rodeado de gente muy bien avenida.
Yo también
recuerdo mis veranos infantiles, adolescentes y de juventud, los mejores años
de mi vida, sin duda. Mi familia tenía
una caseta familiar de playa, y todos los veranos nos pasábamos la mañana en la
playa portuense de Martiánez; y cuando tocaba la mar llena, íbamos al charco de
La Coronela, que estaba ubicado en donde hoy termina el Lago de César Manrique.
Luego, las tardes estivales, nos las pasábamos en La
Orotava, en la zona de la Villa Arriba, donde lo urbano da paso a lo rural, con
sus barrancos y sus cuevas, y las escopetas de balines matando lagartos…
Espectador
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