Evaristo Fuentes Melián
La triste
noticia de la muerte de Luis León, ex conserje del Liceo, me llega al alma,
aunque yo haga mutis por el <forro> y no aparezca en los duelos. Temo que
pueda echarme a llorar y por ello no voy. Lo digo muy en serio.
A Luis León lo conocí yo más de lo que algunos puedan
suponer. Yo no soy dado a las perras de vino desde hace más de diez lustros;
antes cogí algunas tajadas de inolvidable recuerdo, y otras mejor olvidarlas
porque fueron piedras negras.
Más adelante, en los años que Luis fue conserje del
Liceo, yo tenía esporádicas pero frecuentes y jugosas conversas cortas con
Luis, a veces con algún chistecito verde de alto voltaje...
Contaré una anécdota: Una vez, una noche del Lunes de
Carnaval (con mayúscula inicial) regresaba yo a mi dormitorio en el Puerto, a
las doce de la noche, cuando me veo en solitario, ya de recalada, por la acera
de la izquierda bajando la Calle del Agua, a Luis León, andando con parsimonia
y derecho como una vela. Yo en plan de broma le toqué mi pita (la de mi coche)
reiteradas veces, mientras disminuí la velocidad de la marcha hasta casi cero;
pero Luis León, impasible el ademán, enfrascado en sí mismo, no paró su lenta
pero segura y rectilínea marcha a pie sobre la acera. No respondió a mi saludo,
ni siquiera torció la vista hacia mi coche y mi adiós clásico de bocina o pita
(claxon, en español peninsular). Seguramente, para no desviarse de su
trayectoria de ese día del año, tan señalado como es el Lunes de Carnaval.
Lo siento. Sentido pésame.
Y siento también no haber frecuentado más, con más
asiduidad, los contactos verbales siempre gratos con Luis León.
Espectador
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