Evaristo Fuentes Melián
He dormido, casi mitad y
mitad de mi tiempo de vida, en La Orotava y en el Puerto de la Cruz, La Villa y
El Puerto, en el argot popular. Y conozco el carácter de los vecinos nacidos en
ambas localidades. Referencia especial merece el vecino portuense nacido en La
Ranilla, barrio que fue de pescadores, muy mal atendidos secularmente por los
organismos públicos del ramo, hasta su desaparición como gremio consolidado.
Ahora La Ranilla está habitada por el pueblo llano, y es más contestatario que
el vecino del campo. En el campesino, nunca sabes lo que está pensando, la bruma
y la llovizna lo aplaca, lo acalla, lo atosiga; pero el del borde del mar tan
bravo como el norteño, te llama la atención, no se calla y te dice en alta voz
las verdades por delante. Es mi apreciación personal.
Había un alto índice de
analfabetismo, y la pobreza se reflejaba en que algunos habían dormido en su
infancia en un colchón en el suelo. Mientras tanto, a poca distancia, al otro
lado de esta pequeña ciudad, estaban ya edificados en la avenida de Colón y
aledaños, los hoteles de lujo con un turismo europeo de gran calidad.
Aquí, el contraste fue
apabullante desde que llegó el turismo en oleadas al Puerto de la Cruz,
especialmente a lo largo de los años 1958 a 1972. En 1958 ya estaba instalada
la primera piscina y el Lido San Telmo del inolvidable míster Gilbert; y en
1972 llegó la primera crisis mundial del petróleo, que también afectó de lleno
durante un decenio al sector turístico.
ESPECTADOR
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