Lorenzo de Ara
¿Nadar es como montar en bicicleta? Hace ya cinco años que
no me baño en el muelle del Puerto de la Cruz.
Si no me baño en el muelle de mi padre Periquín no lo hago
en ningún otro sitio de la isla. No nado, pues, estoy seco de arriba abajo. El
roce de la mala gente me acompaña por dondequiera que voy. No hay salitre en mi
piel. Es como tener el alma condenada a vagar por Atacama.
Pero la culpa es solo mía.
Piso poco, cada vez menos mi Puerto de la Cruz. Ignoro cuál
es el motivo, o los motivos que mantienen al hijo del pescador alejado de las
calles de las que sigue enamorado: Mequinez, san Felipe. Lugares que lo son
todo para mí: muelle, plaza del Charco, barriada. ¿Por qué?
No hago vida social en La Orotava. En este bello y acogedor
pueblo pasan los días.
Cuando salgo a hacer deporte, la carretera de La Luz es el
lugar preferido. De vez en cuando me adentro por La Orotava histórica (algún día
Patrimonio de la Humanidad).
Saludo al cabrero, a los tres o cuatro caballeros que no
dan un paso atrás, a esa señora que camina ligera en dirección contraria a la
mía, pero que sonríe amable y luego se aleja. Me acerco a varios gatos
callejeros, los acaricio y les susurro: “no se acerquen demasiado a la
carretera, ¿me oyen?”. Así, un día tras otro.
Es cierto que aquí está mi familia, mis libros, mi música,
mi cine. Pero creo que no es suficiente para responder a la pegunta de por qué
no bajo todos los días a mi pueblo. ¿Por qué ya no quiero ver a mi gente? ¿De
verdad no quiero? No lo sé.
Hay personas en ese Puerto de la Cruz a las que adoro con
sobrada luminosidad. Mi hermana, mi sobrino.
Llevo sin entrar a la casa de Periquín desde que falleció.
¡Nunca más! Por dolor, porque sé, ¡claro que lo sé!, que poner un pie en ella
me obligaría a exclamar lo que en verdad deseo desde hace mucho tiempo.
Pasará el verano y una vez más la mar estará lejos. Porque
aunque pise el muelle, no bajaré a la playita. No iré a la punta con el
objetivo claro de tirarme y nadar.
Oh, nadar.
En la niñez nadaba para perder el miedo a los más fuertes
que yo.
En la “Joven Marina” mi padre daba la autorización para que
me lanzara cuando se le hacía insoportable mirar la cara de aburrimiento que
ponía su hijo.
Quería de corazón que me dedicara a la mar. Así decía él.
Adelita una madrugada le dijo: “Hoy no va, está cansadito”.
La escuché con tanta claridad.
A lo mejor es que dejé de escuchar la voz de mi madre
primero, ¡tan joven Lorenzo! Luego, hace cuatro años, el viejo patrón se
embarcó hacia la otra vida el 10 de marzo, fecha en la que nació mi madre.
¡Ahora ya juntos!
En esa salita de la casa vieja, (san Felipe número 6) quedó
para siempre algo que no he vuelto a recuperar con plenitud.
Perdí a mi madre y Dios sabe que sigo enfadado.
¿Será que mi Puerto de la Cruz no tiene la mar suficiente
para ahogar mis penas?
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