Lorenzo de Ara
Reiterativo.
Cansino. Pero negar la realidad conduce al abismo. Que el Puerto de la Cruz
necesita la puesta en marcha de muchos proyectos es una evidencia. Una
exigencia histórica de los ciudadanos. Y en justicia, esos ciudadanos están más
que hartos de la tomadura de pelo constante, de las mentiras que se suceden con
machacona fanfarronería, de tanta indolencia y de la mala gestión local que,
hay que recordar, no viene de ahora, sino de décadas atrás.
Pero el peor
enemigo que tiene el Puerto de la Cruz no está en el Cabildo, en Santa Cruz, en
el sur de la isla. No hay mano negra más allá de nuestras fronteras. Una ciudad
de apenas 8,9 kilómetros cuadrados tiene la responsabilidad de tirar hacia
delante de toda una gran comarca. Nuestro norte no puede tener futuro si el
Puerto de la Cruz se empeña en vivir enganchado al pesimismo antropológico del
que habla Lope Afonso, al pesimismo enfermizo del que un servidor viene
escribiendo hace tiempo.
¿Pesimismo?
Oh, sí. Y el más dañino.
Negar la
realidad sería un absurdo. El haraquiri de los portuenses. Demandar de este
gobierno –a veces acomplejado-, más eficacia y prontitud en la resolución de
los problemas es una obligación que no debe dejar de ejercer el ciudadano
crítico, libre y apasionado de la ciudad.
Sin embargo,
el constante moqueo, la proclive tendencia a participar de duelos ficticios,
cual plañideras que acuden en grupo a velar al cadáver (¿qué cadáver?), es uno
de los males que hoy tiene una ciudad que levanta el vuelo, que pone en la mesa
datos turísticos envidiables, y que no debe dejarse vencer por eslóganes o
fanfarronadas de los amantes del cuanto peor mejor.
Si en el
pasado puente de la Constitución el Puerto de la Cruz fue el destino más
solicitado de España, por qué hay que enterrar el dato como una mera anécdota.
Si 2017 termina con más de 900.000 visitantes, qué o quién nos obliga a
pisotear esa realidad.
Tantos y
tantos proyectos quedan por convertirse en realidad, que nadie en su sano
juicio sería capaz de pretender enturbiar dicha realidad. Muy al contrario. Hay
que estar muy encima del político local para que vea y agradezca que una
sociedad libre y crítica no acepta ni aceptará jamás el cortoplacismo, el
protagonismo en las redes sociales y, mucho menos, la dejación en las
funciones.
Pero el
pesimismo antropológico, el pesimismo enfermizo, es el que se alimenta de la
miseria, de la tragedia, de la noche perpetua, del atraso, de los errores, es
el que husmea para hallar un resquicio de suciedad en el más recóndito de los
lugares, olvidando que también existe la cultura cívica.
Es el que
clama a los cuatro vientos, “¡el Puerto de la Cruz se hunde!”.
Nuestro Puerto
de la Cruz tiene futuro, y es un futuro brillante. Depende de nosotros que el
mañana no se convierta en un aquelarre de tres al cuarto.
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