Lorenzo de Ara
Thomas
Jefferson escribió, “Una nación que espera ser ignorante y libre a la vez
espera lo que nunca ha sido ni será”.
La palabra es
una cosa peligrosa. Los académicos de la lengua tienen el trabajo más
arriesgado del mundo. ¿Bomberos? Vamos, hombre. ¿Policías? Vamos, por Dios.
¿Médicos? Puede que sí, a veces, pero tampoco. Los miembros de la RAE sí que se
juegan el pellejo. Palabras y más palabras. Estar todos los días del año
poniendo la oreja para saber cómo habla el jodido pueblo. La calle.
Las palabras
pueden llevarnos a la gloria, pero también pueden conducirnos al averno. El que
escribe se la juega. Incluso el que escribe pollabobadas. Muchas veces escribo
para matar el rato y, claro, lo que nace es una completa aberración.
Lo que nunca
he hecho, pues carezco de ingenio y de la soberbia de muchos plumillas locales,
es pretender generar opinión. Nunca lo he conseguido y tampoco lo ambiciono.
Esa responsabilidad recae en lustrosos.
Pero, coño, lo
que me asombra es que se mande callar a un pobre diablo como yo. Y, coño, que
se haga cuando lo que se escribe no coincide con el pensamiento (jajajajajaja)
político del lector. Es un absurdo.
A mí me gusta
leer a los analistas que muchas veces o siempre están en las antípodas de lo que
pienso. Me deleito, por ejemplo, cuando un buen escritor, filósofo, ensayista o
periodista me ofrece la posibilidad sagrada de saber lo que piensa de la
amenaza secesionista catalana, de la precariedad laboral, de la pobreza extrema
que atenaza a muchas familias en España, del declive de nuestra Unión Europea,
del fenómeno de la inmigración ilegal, del terrorismo yihadista, de la
violencia que genera la ultraizquierda, de la lacra social que supone el
asesinato de mujeres, etc. Leer un buen artículo, una buena opinión, un buen
análisis, un buen ensayo, es un manjar del que no dejaré de alimentarme.
Hay una
comodidad preocupante en los militantes de base de todas las formaciones
políticas. Al que no piensa de la misma manera se le insulta, se le margina, se
le ordena callar y vivir en las sombras. ¿Es comodidad o vacío neuronal? Ni una
cosa ni la otra. Es una genuflexión ante el partido. La carencia más ruinosa de
cultura democrática.
Las palabras
son mi calamidad. De lo sublime a lo ridículo solo hay un paso. Muchos
ciudadanos en las redes sociales se alimentan del odio hacia el que no comparte
sus ideales.
¡Pobres
diablos!
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