Isidoro
Sánchez García
El
6 de diciembre 2017 se cumplieron 39 años de la Constitución española. Aparte de felicitar a los Nicolás por su onomástica
y a los finlandeses por los 100 años de su independencia, me puse a leer
artículos periodísticos sobre la importancia de reformar la Carta Magna,
adaptándola a la realidad del siglo XXI. Me acordé entonces del algoritmo:
“Cada uno es hijo de su época”.
Como el tiempo estaba bueno decidí
terminar en la terraza la novela TODA UNA VIDA, el “Libro del año 2014 en
Alemania”, del polifacético Robert Saetarle, austriaco, nacido en 1966, acerca
de un personaje muy particular, Andreas Eger, nacido en Los Alpes. Me recordó
al histórico cabrero Juan Évora por “Toda una vida con el Teide” pero en una
isla, Tenerife.
A Juan Évora, natural del barrio de Chío, t.m.
de Guía de Isora, lo conocí en los años de la década de 1950 cuando la familia
subíamos en agosto a la caseta de O.P. en Los Azulejos o hacíamos el trayecto
La Orotava-El Médano en el haiga que mi abuelo Eustaquio había traído de
Venezuela. Nunca faltaba el queso de cabra que preparaba Juan. Luego cuando
íbamos a cazar o de excursión con la Peña Baeza. Más tarde cuando me casé y
casi me muero con la leche de cabra cruda que Juan me obsequió en agosto de
1967, en la luna de miel que disfruté poco tiempo en el Parador. La nevera de
la botella de leche sin guisar era el agua de la galería de El Riachuelo que
bajaba en canal hacia las fincas de los Esquivel en Adeje y transcurría por
delante de su casa-refugio. Más tarde seguí saludándole cuando comencé a
trabajar en el Patrimonio Forestal del Estado (PFE) y administré las fincas de Izarse
y Graneritos, en Guía de Isora y Adeje, respectivamente, separadas por el
barranco de Erques, ambas titularidades de la empresa británica Fyffes y
consorciadas con el PFE para su repoblación forestal y coto de caza. En otros
momentos, cuando abrimos la pista de las
siete cañadas del lado del Parador, al pie de Guajara, en la cañada del
Capricho, y nos faltó oxígeno. Asimismo, cuando fuimos de excursión a la playa
de la Arena, en Santiago del Teide, para conocer unos terrenos que había
heredado de su familia isorana y querían comprarlos unos amigos empresarios
turísticos del norte. Era la época de cuando en las islas las hembras heredaban
la parte cercana al monte y los machos junto a la costa.
Me contó muchas anécdotas sobre la
primera vez que conoció el Teide y el Pico Viejo, algunas historias de la
construcción de la carretera y de la llegada de la televisión hasta el punto
que fue entrevistado en alguna ocasión por Nanino Díaz Cutillas. Los conejos y
los hurones, la miel y las abejas eran temas recurrentes, al igual que la
atención a puntuales turistas perdidos en Boca de Tauce. Conocí también a su
mujer, que de vez en cuando subía desde Chío,
y a su hijo, emigrante en Alemania, de vacaciones por la isla. Asimismo,
comentábamos siempre los linderos del Parque Nacional del Teide entre La
Orotava y Guia de Isora desde su declaración en 1954.
Durante muchos años, Juan fue el “Rostro
Humano del Teide”, como más tarde Benito Fraga, el agente forestal de Taucho.
Era amigo de todo el mundo y de manera muy especial de ingenieros (Juan Amigó,
Francisco Ortuño y José Miguel González), de geólogos (Telesforo Bravo), de
fotógrafos (Imeldo Bello Baeza), de pintores (Martín González y Mazuelas) y de
arqueólogos (Luis D. Cuscoy y Matilde Arnay). Resaltó la marca Teide cuando el
Diploma Europeo al Parque Nacional, con la amiga Catherine Lalumiére de
secretaria general del Consejo de Europa. El octogenario Évora protagonizó, una
vez fallecido, la campaña de marketing humano que vivió el Teide como
Patrimonio Mundial. Fue en la Florida (USA) y su sobrina nieta, apellidada Évora,
me hizo escribir: “Las lágrimas de Miami”, cuando recordé a su pariente Juan Évora
en el escenario de la universidad del condado de Miami Dade College.
Como Andreas, Juan permaneció fiel a la
naturaleza contemplado alguna que otra puesta de sol o bebiendo leche de alguna
de las cinco cabras que ordeñaba o saboreando la mejores mieles del Teide, si
bien conoció la construcción de carreteras en los años de 1940, del parador de
Turismo en los años de 1950 y del teleférico en los años de 1960.El actual
centro etnográfico de Boca de Tauce sirve para recordar a Juan Évora en
Tenerife, como a Andreas Egger lo mantiene vivo la novela de Robert Seethaler
en Europa, principalmente en Austria y Alemania. En el caso de Juan Évora tengo
la ventaja que lo conocí físicamente durante décadas y permanece en mi recuerdo
cada vez que miro al Teide desde mi ventana portuense.
Isidoro
Sánchez, ingeniero de montes
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