Isidoro
Sánchez García
En 2014,
cuando se cumplían sesenta años de la declaración del Teide como Parque
Nacional, se me ocurrió celebrar la efemérides con la edición de un opúsculo
que titulé EL TEIDE DESDE MI VENTANA y se lo dediqué a mis tres nietos. Hice la
presentación para justificar mi pequeño proyecto y me acompañaron Nora Frias,
arquitecta del equipo de Inparques, de Venezuela, quien me había propuesto la idea, y los
amigos y compañeros Milagros Luis Brito y Manuel Durbán. La descripción de cada
una de las doce fotos que coloqué en el trabajo me las hizo un grupo de
personas, amigas de Canarias y observadoras singulares del padre Teide.
Ahora, en la
recta final de 2017, una década después que la UNESCO incluyese al Parque
Nacional del Teide en la lista de Bienes Naturales del Patrimonio Mundial, he
querido ofrecer a los amigos de la naturaleza un breve texto para recordar el
papel del Teide en el mundo del vulcanismo y de la geografía de las plantas.
Además quiero editarlo a la entrada de 2018, el Año Europeo del Patrimonio
Cultural.
Circunstancias
de la vida, entre ellas “El Espíritu de Yelowstone”, me permitieron ser director del Parque
Nacional del Teide durante más de un quinquenio, entre 1974 y 1980, y trasladar
mi residencia desde La Orotava hasta el Puerto de la Cruz por razones
familiares. Mi esposa me llevó en 1967 para la ciudad turística y con los años
me fui a residir a la zona de El Tope, desde donde puedo contemplar el Teide
todas las mañanas, cada vez que abro la ventana de mi oficina, como me sucedía
en La Orotava cuando vivía en la casa de los abuelos maternos cerca de la plaza
de la Constitución. Lo cierto es que
cada día lo primero que hago al levantarme es abrir la ventana del despacho y
mirando para el poniente y para arriba, distingo al Teide, ese Pecho de Amazona
que definió Gerardo Diego. Casi siempre tiene un traje de levantar distinto y a
lo largo del día parece adoptar
posiciones diversas. Tomo fotos y la mejor del día la envío a mis amigos del
mundo. A Canarias, a Madrid, a Lisboa, a
Bruselas, a Caracas, a Alemania, a Suecia, a Venezuela, a Cuba, al Perú y a los
Estados Unidos. En fin, a medio planeta.
Acompañé las fotos, una por mes, con textos de
esos amigos que se enamoraron del Teide en cuanto lo conocieron. Unas veces
eran canarios y otras foráneos, de Europa y América, principalmente. Hombres y
mujeres, geólogos, ingenieros forestales, biólogos, arquitectos, historiadores,
guías, ecologistas, profesores y poetas. Quise adornar al volcán, al centinela
del Atlántico, de literatura fotogénica y por ello las imágenes trataron del
Teide visto desde la ventana de mi despacho a lo largo de las estaciones del
año. Tanto en el verano como en el invierno, en el otoño como en la
primavera. Fueron tomadas con una cámara
Olympus desde la casa familiar, no muy lejos de los llanos de La Paz y del
Jardín Botánico, donde el prolífico naturalista prusiano, Alejandro de
Humboldt, midió la altura del Teide. Ahora las fotografías las plasmo con mi
móvil.
Solo les pido
que cuando contemplen las fotos escuchen la voz del volcán y entiendan lo que
les quiere decir desde las alturas. Hace años, el mensaje lo captó en Cuba la
amiga nonagenaria Thelvia Marin, antes de marcharse a los cielos del Caribe, y
por ello me escribió desde La Habana, en junio de 2013, para decirme:
Isidoro, con
su hermosa Conjunción de Planetas ha logrado el milagro de hacerme
recorrer, junto al selecto grupo de
visitantes, ese mágico camino que conduce al imponente y misteriosos Teide.
Leyéndolo no
solo me saturé de ese paisaje diferente sino que reviví las conversaciones, los
encuentros y los avatares que usted y yo hemos
compartido; redescubrí las emociones de Humboldt; creí escuchar a Alejo
Carpentier, a quien reconocí, con sus acento francés al pronunciar la “R”; y sentí la presencia de Dulce María
Loynaz, a quien visité en su casa y le dediqué un poema donde las rosas se
mezclan con las espinas y una gota de sangre se diluye en la nevada cumbre del
volcán que duerme.
No hay comentarios:
Publicar un comentario