Lorenzo de Ara
Me dijo ayer
una amiga que estoy pesadito con el árbol de Navidad colocado en el muelle. Que
también doy la matraca queriendo que la persona que dio la orden de situarlo en
ese sitio, precisamente donde muchas veces hablaba con mi padre de la pesca y
de la tradición marinera, me responda directamente: “Hola, Lorenzo, fui yo”. Ya
aclaré en su momento que mi interés por el arbolito nada tiene que ver con una
caza de brujas. No quiero que arda en la noche de San Juan. Otras cosas sí. Es
que desearía saber el porqué de su instalación. Y sobre todo por qué no se
instaló a la entrada de la Depuradora, o por fuera de la casa de algunos de los
ediles del grupo de Gobierno. ¿Por qué no en el Ayuntamiento? ¿Y en el interior
del antiguo Hotel Taoro? ¿Por qué no por fuera del Iders?
Mi amiga,
mucho más inteligente que yo, me pide que escriba sobre el Brexit, que analice
lo que está pasando y puede llegar a pasar tras la aberrante decisión de Trump
declarando que Jerusalén es la capital de Israel. Que escriba sobre corrupción,
economía, sobre lo bien que lo hace Antonio Lucas, Ignacio Camacho, David
Gistau, Pérez-Reverte, Javier Marías, Arcadi Espada, Sánchez Dragó. Pero le
respondo que no. Y se enfada la pobrecita.
“Pues escribe
sobre Roberto Arlt, vamos”. El no la golpea con más fuerza. “No te interesa
nada de lo que te digo”. Al contrario. Tú eres inteligente, yo un mediocre que
escribe sobre banalidades y cosas por el estilo.
Mi amiga
trabaja en Madrid. Tiene mi misma edad. Nos conocimos haciendo teatro en Santa
Cruz. Qué tiempos. Ella defendió siempre que Lorenzo llegaría a ser el mejor
autor y director de la escena española. Y también el mejor guionista y director
de cine, con permiso del manchego Pedro Almodóvar. Ella lo adora, yo lo odio.
Nada hay del cine de Pedro que merezca ser visionado por los cíclopes del
futuro.
Pero la
realidad es que es ella la que se metió el mundo en el bolsillo. Triunfó y
triunfa, sobre todo en teatro. Es una actriz respetada. E.E. es mi amiga.
Pero no crean
que perdí el hilo de mi artículo. El arbolito es un adefesio. ¿Un insulto? Pues
no, la verdad. Tampoco hay que tomarse las cosas a la tremenda.
Pasa igual con
la ornamentación navideña. Un asquito, pero no hay que alarmarse en demasía.
Nos soy de los que destituyen a un Gobierno por estas meteduras de pata.
Lo que afirmo
es que putadita a putadita, o sea, periclitando la confianza de los ciudadanos
con acciones infantiles, un buen gobierno puede llegar perder la confianza de
los votantes.
¿Que algunos
votantes del PP y de Lope Afonso dejarán de hacerlo por este jodido árbol
colocado en nuestro muelle? ¡Ni hablar!
Pero a más de
uno y a más de dos le están entrando ganas de acercarse a algún concejal para
decirle con el máximo respeto: “¡¿Pero tú qué coño te has creído!?”
Yo me muero de
ganas.
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