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sábado, 2 de diciembre de 2017

EL SOL DE LA INFANCIA

Iván López Casanova

Hace pocas semanas describía Juan Cruz Ruiz con cuánto entusiasmo había subrayado la frase de Albert Camus «el sol que reinó sobre mi infancia me libró de todo resentimiento». Y la quiero transcribir ahora porque se está nublando el tiempo para la infancia, porque en esta sociedad individualista la primera víctima es, sin duda, el niño. Y tenemos que protegerlo para pueda desarrollar su personalidad madura. (Por cierto, pienso que a lo que se refiere Camus es al calor afectivo familiar más que al astro rey).

En este sentido, en su obra Violencia y ternura Rof Carballo incluye un precioso ensayo sobre “Poesía y delincuencia”, donde enfatiza la importancia de que el niño se halle rodeado de una red relacional de cariño estable y de una «urdimbre afectiva» sólida para que se desarrolle en un ambiente de «confianza básica». Sin ella, la persona al crecer «verá el universo o la creación como inextricable laberinto o como caos confuso y la desesperación constituirá, aun en vidas aparentemente equilibradas y tranquilas, una constante amenaza». De nuevo, la necesidad del ambiente familiar que equilibre y sane la personalidad futura.

Pero frente a la ternura, señalaré dos fuerzas que ejercen una gran violencia contra el mundo infantil: el consumismo y la pornografía. Los chicos jóvenes y los adolescentes se caracterizan por la casi exclusiva tendencia a pasarlo bien en todas las situaciones; pues bien, la sociedad abusa de ellos y los marca con su influencia consumista. Respecto a la inflación de lo sexual, afirma Gregorio Luri en Mejor educados que «el encuentro de nuestros hijos con la pornografía en internet está teniendo lugar en torno a los once años».

Por eso, cuidar el ambiente de confianza familiar significa tratar a los niños como niños, educarles sin caprichos, sin que sean el centro de la atención en todo momento; pero también sin abandonos, sin dejarles demasiado tiempo ante el televisor o con juegos de ordenador para que se entretengan, porque les daña, como afirman todos los expertos en educación; y acaban haciéndose perezosos, distraídos e, incluso, viciosos. «Me pongo nervioso o me enfado cuando no puedo o no me dejan navegar», recoge Luri como respuesta de un 30% de jóvenes españoles.

Escuchaba en una conferencia al juez Emilio Calatayud cómo hasta hace poco tiempo cuando los hijos llegaban a casa, sus padres podían respirar con confianza porque ya estaba en territorio seguro. Pero que ahora, al llegar a nuestro hogar y acceder a internet, pueden tener acceso a las corrupciones más brutales en cualquier parte del planeta. «Esto es una droga», sentenciaba en referencia al teléfono móvil para los chicos jóvenes.

Janell Burley Hofmann, madre de cinco hijos, solucionó el problema del móvil con el de trece años haciéndole firmar un contrato: «1. Es mi teléfono. Yo lo compré. Yo lo pagué. Yo te lo presto. ¿A qué soy genial? 2. Yo siempre sabré la contraseña. 3. Sé educado. Coge siempre, siempre, la llamada de mamá y papá. 4. Entregarás el teléfono a mamá o a papá a las 7:30 de la mañana cada día de colegio y a las 9:00 de la tarde durante el fin de semana. Estará apagado toda la noche y se volverá a encender a las 7:30 de la mañana». Y seguían otras cláusulas, hasta dieciocho. Ha sido alabada por muchos pedagogos.

«No se puede creer sinceramente en ningún valor si no se está dispuesto a rechazar su contravalor», nos dice Gregorio Luri con sabiduría. Y esto supone una acción educativa fuerte para construir el amor a la templanza y la sensibilidad ante tantas personas que no tienen ni para comer un plato de sopa, para rechazar el consumismo como verdadero contravalor. También para educar y enseñar a amar con el cuerpo, detestando con sinceridad lo provocativo, lo obsceno y lo pornográfico: sin contemplaciones.

O sea, mimar a la infancia para que le llegue el sol afectivo.

Iván López Casanova, Cirujano General.

Escritor: Pensadoras del siglo XX y El sillón de pensar.      

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