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sábado, 23 de diciembre de 2017

EL ABRAZO DEL CIELO Y LA TIERRA

Iván López Casanova
 
La imagen de la Aurora (para ella, con mayúscula) fue una metáfora utilizada –y querida− por María Zambrano para exponer su razón poética, «tal como si fuera el abrazo sin par del cielo y tierra». Y como el amanecer entremezcla luz y oscuridad, ella exponía su idea de que la razón entrelazaba actividad –esfuerzo de la inteligencia− y pasividad –donación recibida en el corazón limpio de los poetas−.

Esto ocurre en el deslumbrante poema “Me basta así” de Ángel González: «Si yo fuese Dios / y tuviese el secreto, / haría / un ser exacto a ti; / lo probaría / (a la manera de los panaderos / cuando prueban el pan, es decir: con la boca), / y si ese sabor fuese / igual al tuyo, o sea / tu mismo olor, y tu manera / de sonreír, / y de guardar silencio, / y de estrechar mi mano estrictamente, / y de besarnos sin hacernos daño / −de esto sí estoy seguro: pongo / tanta atención cuando te beso…».

La idea de que el ser amado se presenta como único, y la emoción de que sea así, resulta un elemento universal del amor −«a nadie te pareces desde que yo te amo», también cantaba Neruda −; sin embargo, no está de más añadir la maravillosa consideración de Gustave Thibon: «No amamos a un ser porque sea único, sino que, al contrario, llega a ser único porque lo amamos. Es el amor el que nos eleva a la exis¬tencia irreemplazable e inmortal». Si no, ante el menor problema en una relación, podemos empezar a dudar de la persona amada −en vez de reaccionar desde un amor incondicional−: ya que esta persona es única, ¿cómo debo afrontar esta situación para solucionarla? Entonces, se saldrá fortalecido de las pequeñas o grandes crisis por las que atravesarán todas las parejas.

Continúa Ángel González: «Si yo fuera Dios / podría repetirte y repetirte, / siempre la misma y diferente, / sin cansarme jamás del juego idéntico, / sin desdeñar tampoco la que fuiste / por la que ibas a ser dentro de nada; / ya no sé si me explico, pero quiero / aclarar que si yo fuese / Dios, haría / lo posible por ser Ángel González / para quererte tal como te quiero». Porque el amor transforma y nos hace ser mejores.

La semana pasada, explicaba Sebastián Calani en una charla sobre relaciones de pareja que no se puede amar sin esperar nada a cambio, en el siguiente sentido: al amar, la otra persona me mejora, y eso es muy bueno esperarlo como contraprestación; a su vez, mi amor perfeccionará también a la otra persona, y así se establecerá un maravilloso círculo de donación creciente que está bien expresado en el poema de Ángel González: «Para aguardar con calma / a que te crees tú misma cada día, / a que sorprendas todas las mañanas / la luz recién nacida con tu propia / luz, y corras / la cortina impalpable que separa / el sueño de la vida, / resucitándome con tu palabra, Lázaro alegre, / yo, / mojado todavía de sombras y pereza».

Y termina: «Oigo. / (Escucho tu silencio. / Oigo / constelaciones: existes. / Creo en ti. / Eres. Me basta)». Silencio: al escritor ovetense le nace un poema divino.

Porque cuando se llega a la esencia del amor humano se abrazan, como en la Aurora, la tierra con el cielo. Por eso, el «si yo fuera Dios haría un ser exacto a ti» es lo que celebramos en la Nochebuena: «El verbo se hizo carne y habitó entre nosotros (Jn 1:14)», con el mismo olor a recién nacido, con sonrisas y silencios, con una mano para estrechar y con una boca para besarnos sin hacernos daño y ser pan, para querernos tal como somos, para resucitarnos con su Palabra. Feliz Navidad.

Iván López Casanova, Cirujano General.

Escritor: Pensadoras del siglo XX y El sillón de pensar.

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