Iván López
Casanova
La imagen de
la Aurora (para ella, con mayúscula) fue una metáfora utilizada –y querida− por
María Zambrano para exponer su razón poética, «tal como si fuera el abrazo sin
par del cielo y tierra». Y como el amanecer entremezcla luz y oscuridad, ella
exponía su idea de que la razón entrelazaba actividad –esfuerzo de la
inteligencia− y pasividad –donación recibida en el corazón limpio de los
poetas−.
Esto ocurre en
el deslumbrante poema “Me basta así” de Ángel González: «Si yo fuese Dios / y
tuviese el secreto, / haría / un ser exacto a ti; / lo probaría / (a la manera
de los panaderos / cuando prueban el pan, es decir: con la boca), / y si ese
sabor fuese / igual al tuyo, o sea / tu mismo olor, y tu manera / de sonreír, /
y de guardar silencio, / y de estrechar mi mano estrictamente, / y de besarnos
sin hacernos daño / −de esto sí estoy seguro: pongo / tanta atención cuando te
beso…».
La idea de que
el ser amado se presenta como único, y la emoción de que sea así, resulta un
elemento universal del amor −«a nadie te pareces desde que yo te amo», también
cantaba Neruda −; sin embargo, no está de más añadir la maravillosa
consideración de Gustave Thibon: «No amamos a un ser porque sea único, sino
que, al contrario, llega a ser único porque lo amamos. Es el amor el que nos
eleva a la exis¬tencia irreemplazable e inmortal». Si no, ante el menor
problema en una relación, podemos empezar a dudar de la persona amada −en vez
de reaccionar desde un amor incondicional−: ya que esta persona es única, ¿cómo
debo afrontar esta situación para solucionarla? Entonces, se saldrá fortalecido
de las pequeñas o grandes crisis por las que atravesarán todas las parejas.
Continúa Ángel
González: «Si yo fuera Dios / podría repetirte y repetirte, / siempre la misma
y diferente, / sin cansarme jamás del juego idéntico, / sin desdeñar tampoco la
que fuiste / por la que ibas a ser dentro de nada; / ya no sé si me explico,
pero quiero / aclarar que si yo fuese / Dios, haría / lo posible por ser Ángel
González / para quererte tal como te quiero». Porque el amor transforma y nos
hace ser mejores.
La semana
pasada, explicaba Sebastián Calani en una charla sobre relaciones de pareja que
no se puede amar sin esperar nada a cambio, en el siguiente sentido: al amar,
la otra persona me mejora, y eso es muy bueno esperarlo como contraprestación;
a su vez, mi amor perfeccionará también a la otra persona, y así se establecerá
un maravilloso círculo de donación creciente que está bien expresado en el
poema de Ángel González: «Para aguardar con calma / a que te crees tú misma
cada día, / a que sorprendas todas las mañanas / la luz recién nacida con tu
propia / luz, y corras / la cortina impalpable que separa / el sueño de la
vida, / resucitándome con tu palabra, Lázaro alegre, / yo, / mojado todavía de
sombras y pereza».
Y termina:
«Oigo. / (Escucho tu silencio. / Oigo / constelaciones: existes. / Creo en ti.
/ Eres. Me basta)». Silencio: al escritor ovetense le nace un poema divino.
Porque cuando
se llega a la esencia del amor humano se abrazan, como en la Aurora, la tierra
con el cielo. Por eso, el «si yo fuera Dios haría un ser exacto a ti» es lo que
celebramos en la Nochebuena: «El verbo se hizo carne y habitó entre nosotros
(Jn 1:14)», con el mismo olor a recién nacido, con sonrisas y silencios, con una
mano para estrechar y con una boca para besarnos sin hacernos daño y ser pan,
para querernos tal como somos, para resucitarnos con su Palabra. Feliz Navidad.
Iván López
Casanova, Cirujano General.
Escritor:
Pensadoras del siglo XX y El sillón de pensar.
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