Evaristo
Fuentes Melián
Aquí transcribo mis impresiones de entonces:
“Yo estuve en
Lanzarote y desafiando la aspereza y sequedad del terreno recorrí toda la isla.
Llegué por la ruta del norte hasta la Vista del Rio, y allí contemplé
extasiado, a poca distancia bajo mis pies,
la legendaria isla de La Graciosa, con Alegranza y Montaña Clara.
También conocí Haría, desde la altura de un bonito refugio. Y me acerqué a La
Cueva de Los Verdes, única en el mundo. Esta cueva de siete kilómetros de largo
sería la atracción principal de cualquier centro turístico. Y unos cientos de metros
más abajo, hacia el mar, el Jameo del
Agua, maravilloso oasis de paz, que haría las delicias del más exigente turista
internacional.
Y cogí al día
siguiente los caminos del sur, y me acerqué al Islote de Hilario, Timanfaya y
las Montañas de Fuego. El volcán hierve aún encendido bajo mis pies. Otro
estupendo y coquetón refugio nos alivia la sed del camino áspero y pedregoso,
caliente y volcánico. Y luego recorrí playas de arenas negras, como la de El
Golfo, y de arena dorada como la cadena de playas vírgenes que se extienden
desde aquí casi hasta Arrecife.
La capital
tiene calles largas, rectas y llanas. Tiene cines con películas nuevas y
estrenos casi a diario. Hay buenas cafeterías y se ve movimiento en las calles
y en los bares. En pocas palabras: es una ciudad viva, no está anquilosada, no
vive de recuerdos, sino con el rostro mirando hacia el futuro, un futuro que yo
vaticino lleno de prosperidad”.
Hasta aquí mis
impresiones de hace medio siglo. De mi texto de entonces se sacan dos conclusiones:
1ª, que el turismo era todavía
incipiente. Y 2ª, que había salas de cine cotidiano. Luego los cines han ido
desapareciendo y el turismo creció desmesuradamente con el sector de la
construcción, en especial desde que Cesar Manrique murió en un desgraciado
accidente el año 1992.
Espectador
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