Cristina Tavio
¿Qué
pensarían de alguien que por no comulgar con sus ideas te insultara, te
amenazara o te deseara la muerte? Estoy convencida de que todos coincidiríamos
en condenar este tipo de actitudes porque una cosa es que tengamos distintos puntos
de vista, y otra muy diferente es atentar contra la dignidad de nuestros
semejantes.
Pues
parece que lo que consideramos normal y respetuoso en el trato “cara a cara” se
olvida muchas veces en las redes sociales. Celebrar la muerte de una persona,
amenazar a alguien o a su familia por ideas políticas o desearle algún mal
parece que se han convertido en actitudes que ya no nos escandalizan como debieran.
Ha
pasado recientemente con la muerte del Fiscal General del Estado, José Manuel
Maza, en que hemos podido leer comentarios muy desafortunados o con la
secretaria primera de la Mesa del Congreso, Alicia Sánchez Camacho; tras colgar
su intervención sobre la aplicación del artículo 155, un usuario ha lamentado
que no haya sido víctima de los conocidos como “La Manada”, los cinco jóvenes
acusados de una supuesta violación múltiple en los Sanfermines.
Les
podría poner millones de ejemplos similares de tuits con un denominador común:
la impunidad de estos ataques hechos desde el total anonimato. Creo que los que
utilizan las redes sociales con el fin de insultar, vejar o intimidar a otra
persona sin dar la cara son unos cobardes.
Hace
un tiempo fui víctima de una campaña de acoso y derribo que, lejos de
desanimarme, me inspiró a formular una Proposición No de Ley para evitar este
tipo de violencia. Pero, sobre todo, la hice con el fin de realizar una labor pedagógica de difusión, sensibilización y
concienciación social, para que los usuarios supieran que hay comentarios que
pueden ser constitutivos de delito y que existen unas leyes que hay que cumplir.
El Partido
Popular también presentó hace un año una iniciativa con la que se pretendía
estudiar la conveniencia de reformar la Ley Orgánica de Protección del Derecho
al Honor, a la Intimidad y a la Propia Imagen delimitando su contenido y
adaptándola al uso de las nuevas tecnologías.
Ahora queremos impulsar un cambio legislativo para
estudiar posibles vías para acabar con el anonimato y evitar acoso, amenazas,
insultos graves y posibles conductas delictivas. Tanto en aquella ocasión como
en ésta, ya he escuchado las primeras voces críticas diciendo que queremos
coartar la libertad de expresión.
Nada más lejos de la realidad. Ahora bien, una cosa
es prohibir por prohibir y otra distinta es permitir que las redes se
conviertan en un escenario de ataques gratuitos bajo la premisa equivocada de
esta mal entendida libertad de expresión.
Igual que la realidad y nuestros hábitos van
cambiando, tendremos que valorar si las normas actuales son suficientes para
garantizar un clima de convivencia óptimo y de respeto, también en estos nuevos
espacios de comunicación.
Personalmente, llevo dos años esperando la sentencia
por las barbaridades que tuve que leer y que prefiero no recordar. Y todo
porque alguien de forma malintencionada y como revancha política tergiversó mis
palabras. Y ahí es donde radica el mal uso de las redes sociales; cuando las
manipulamos en el peor de los sentidos o cuando las utilizamos para generar
odio contra alguien.
Sigo
creyendo que estos canales deberíamos utilizarlos tal y como haríamos si usted
y yo nos encontráramos en la calle y diéramos nuestra opinión. Estoy segura de
que sobrarían los insultos y las agresiones y que podríamos hacerlo desde la mesura
que debe prevalecer en cualquier relación social.
La
pérdida de valores, e incluso me atrevería a decir de humanidad, que se está
produciendo nos tendría que hacer reflexionar, porque es responsabilidad de
todos, interactuamos o no en ellas: usuarios, jueces, padres y madres, comunidad
educativa, Fuerzas y Cuerpos de Seguridad del Estado, por poner algunos
ejemplos.
Mi
solidaridad con todos lo que han sufrido este tipo de violencia y mi repulsa
total a los que la ejercen. Tolerancia cero, también en las redes
sociales.
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