Salvador
García Llanos
En la pequeña
intrahistoria del fútbol portuense, hay que consignar el breve capítulo que
protagonizaron los equipos de empresas de hostelería, por lado, y los de
aficionados y enteramente amateur por otro. Tuvieron sus antecedentes en un
denominado campeonato de adheridos, allá por los años cincuenta, que terminó
siendo reconocido por la Federación Tinerfeña de Fútbol.
Los torneos de
hostelería y aficionados venían a llenar el tiempo estival, cuando paralizaban
las competiciones oficiales. El Peñón, aún con cancha de tierra, quedaba
disponible. Los equipos participantes abonaban una reducida cuota para gastos
de uso y mantenimiento, a veces un duro o diez pesetas por jugador o ficha.
Hubo de todo:
rivalidad, calidad, entusiasmo, emoción, goles de nivel, paradas, lesiones,
discusiones y hasta agresiones... Algunos encuentros registraban una notable
afluencia de espectadores, muchos de ellos extranjeros que, animados por los
empleados que les atendían o servían en el hotel, acudían curiosos para
apoyarles. Los que éramos devoradores de fútbol a tan temprana edad
disfrutábamos.
Que
recordemos, hubo al menos dos ediciones del campeonato de hostelería. Las
Vegas, Valle Mar, Tenerife Playa, Bélgica, Oro Negro, Taoro, Dinámico,
Martina... En una final Valle Mar-Oro Negro, los graderíos estaban casi
repletos, como si de un partido oficial se tratara. En esa ocasión, el duelo
entre José María Salazar, central del Oro Negro, y Antonio Méndez (q.e.p.d.),
delantero centro del Valle Mar, fue épico.
Luego
disputaron competiciones los aficionados, si bien, al principio, no sin
discusión, hubo acuerdo para admitir hasta dos jugadores federados por equipo.
Team Playa, Estrella del Norte, Ucanca, Chiclaneros, Once Amigos, Peseta,
Royal, Ye-Yé, Cilantro, Durazno, Peña Celtic, Cariocas, Super 2000, Nuevo Club,
Puerto Cruz Aficionado, Peñita, Cima Club, Oriental... son nombres para el
recuerdo de quienes practicaron, se esmeraron, emularon y entretuvieron a
muchos seguidores durante las épocas veraniegas.
Algunos
episodios memorables. Por ejemplo, cuando se enfrentaron Peseta y Royal, el
primero con once futbolistas y el segundo con seis. A pesar de la inferioridad
numérica, Royal resistió y llegó al desempate mediante penaltis.
Sorprendentemente, transformó más que su rival y pasó a la siguiente ronda.
O cuando en
plena prohibición de fichar extranjeros, Gilberto Hernández, al frente de
Cariocas, concertó con un ciudadano italiano, Alessandro Pietro Riva, su
participación en un partido decisivo: “¡No puede jugar!, alineación indebida,
se le descuentan los puntos”, se escuchaba en el exterior de los vestuarios,
mientras se tensaban los ánimos. El caso es que, al final, no disputó el
encuentro.
Tiempos de
entretenimiento y diversión futbolera. El Peñón no descansaba en verano. Y
muchos gozaban con lo que era algo más que un sucedáneo balompédico en plena
década de los sesenta.
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