José Melchor Hernández Castilla
“Adolphe
Coquet, arquitecto francés (1841-1907). Cursó sus estudios y desarrolló su
actividad en Lyon. Sus obras más notables en Francia son: El Hospital General
de Viche (1885-1887) y el Sepulcro de los Niños, de Rhone. Viajó dos veces a
Tenerife. La primera, en 1882, para realizar el mausoleo situado en los
jardines del antiguo Hotel Victoria, en la Orotava; y la segunda en 1889, para
realizar los planos del Edificio Sanatorio del Taoro-Gran Hotel Jardín -Hotel
Taoro-” (Delgado Luis, José A, 1982; en Coquet Adolphe, 1884. “Una Excursión a
las Islas Canarias”).
Adolphe Coquet era secretario adjunto de la
logia de Lyon “Asile du Sage”. A su llegada a Tenerife, fue recibido por la
Logia Tinerfe nº114 de Santa Cruz de Tenerife, que fue recogida en su revista,
dirigida por Patricio Estévanez y Murphy (Paz Sánchez, Manuel de, 2007. Anuario
de Estudios Atlánticos. Nº53. Página 325).
De su primera visita a Tenerife, Adolphe
Coquet escribió el libro “Une excursion Aux Iles Canaries”, editado en 1884 en
Francia, y en 1982 en España (páginas 33-37): “La Orotava es la residencia
preferida de la nobleza. Muchas casas tienen por encima de la puerta de la
entrada un escudo de mármol donde están grabadas las armas familiares… En la fachada, balcones de madera,
destacados y cubiertos, con los postigos cerrados, que se abren al paso de los
transeúntes y dejan ver rostros graciosos con miradas inquisidoras. Un techo de
tejas y paredes enlucidas con cal, con una decoración pintada de negro o rojo,
grabada a veces a la manera de los graffiti italianos. En el interior, un patio
cubierto de flores que trepan a lo largo de los muros y una bella escalera de
madera, con pinturas vivas y elegantes barandas de balaustres, que comunica el
patio y las amplias galerías con vidrieras que rodean el primer piso. Grandes
puertas de dos batientes se abren en este ancho corredor, dejando penetrar el
aire fresco en las diferentes habitaciones de la vivienda. Como en todos los
países cálidos, las salas son espaciosas y altas, emblanquecidas con cal y sin
colgaduras. En La Orotava, el techo sigue la pendiente del tejado y parece, por
encima de la cabeza, una nave invertida. Es el sistema de los árabes, es su
arquitectura, encontrándola hasta en el ajuste ingenioso de las puertas, en los
trabajos de compartimentos hábilmente combinados.
Al anochecer, después de la puesta del sol, la noble sociedad de La Orotava hace sus visitas y se reúne. Las señoritas dejan entonces los postigos indiscretos de sus ventanas, se ponen la atractiva mantilla y, sin olvidar, el inevitable abanico, que manejan de la manera más graciosa, vienen a tomar parte en esas reuniones íntimas que son, junto con las ceremonias de la iglesia, su principal distracción.
En este pueblo, que ha conservado todas sus tradiciones religiosas, y las ceremonias de la iglesia se celebran con gran pompa y toman el carácter alegre o triste, siempre solemne, particular a la nación española. Los hombres llevan trajes oscuros en señal de duelo y las mujeres se envuelven en grandes velos negros. Interminables procesiones recorren la villa. Al son de la música lánguida, cuyo ritmo monótono me ha perseguido durante mucho tiempo, la muchedumbre pasea las estatuas que representan los personajes de la pasión: santos vestidos con suntuosas vestimentas; un Cristo flagelado, todo chorreante de sangre, hecho con un realismo que sólo los artistas españoles saben llevar hasta sus últimos límites.
Por la noche, con antorchas, la procesión
vuelve a salir serpenteando a través de las calles escarpadas, desde conde las
antorchas brillan por encimada de mi cabeza como estrellas movientes. La banda
prosigue con el mismo ritmo lamentable que me parece oír todavía, acompañada
del canto de los fieles. Los miembros de las hermandades con sus largos hábitos
de seda roja, el alcalde, los principales personajes, toda la población, llevan
cirios y escoltan religiosamente a las santas imágenes, que se continúan
paseando con solemnidad.
Recomiendo este espectáculo extraño a los
pocos turistas que van a La Orotava. En medio del silencio de una ciudad adormecida
y la calma profunda de esta Naturaleza canaria, es una aparición inesperada que
llega a sorprender al viajero.
¡Amo este silencio y esa oscuridad que,
después de un día cálido y brillante, viene a envolver al valle! A veces, a la
pálida luz de las estrellas, el horizonte parece ampliarse. A lo lejos, las
montañas perfilan netamente su silueta y el mar expone sus reflejos. Todo
parece dormir; sólo algún guitarrista retrasado viene, al pasar, a lanzar sus
acordes, que se pierden muy pronto en la noche…
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