Salvador García Llanos
La ciudad amaneció el
pasado fin de semana sin uno de los elementos arquitectónicos distintivos de
uno de sus paseos principales y más transitados; pero algunos habitantes no
reaccionaron hasta bien entrada la mañana del lunes, cuando el vacío era
ostensible y las huellas de la desaparición, traviesas incluidas, quedaban al
desnudo. El estupor y la indignación fueron en aumento hasta que, inevitablemente,
desembocaron en las redes sociales y posteriormente, cuando el asunto ya era un
clamor popular, en algunos periódicos y medios audiovisuales.
Uno de los primeros
hoteles de la ciudad, el Marquesa, que data del siglo XVIII, un inmueble
catalogado, declarado Bien de Interés Cultural (BIC), había sido despojado de
uno de los dos balcones de su llamativa fachada, ya evidentemente mutilada. Un balconicidio
pues. Cómo si no hubieran sido suficientes los despropósitos constructivos
que ha padecido, el hotel volvía a sufrir un quebranto no se sabe si reparable,
por muchos apremios y por muchas recomendaciones de recuperación que se hayan
acumulado. A conejo ido...
Prescindamos (por
ahora) de las circunstancias personales que concurran en el presunto infractor,
de los hechos objetivos (deterioro, peligrosidad, inseguridad...) que pudieran
haber sustanciado la retirada y hasta de la inicial inhibición administrativa,
solo modificada cuando el daño ya estaba hecho, para detenernos en la necesidad
de ser más sensibles y cuidadosos con el patrimonio histórico, arquitectónico y
de todo tipo. Difícilmente se encontrará un lugar en la isla, según ha quedado
acreditado, de mayor indolencia hacia sus propios valores tangibles, hacia su
conjunto patrimonial, hacia su acervo, hacia su personalidad urbanística. Nos
gustaría saber qué suerte habrá corrido un acuerdo plenario, adoptado por
unanimidad, de no hace mucho tiempo, encaminado a crear un consejo municipal
que velase por la protección y promoción del patrimonio e impidiese más
agresiones, como esta del balconicidio, cuya justificación es
difícilmente argumentable (Un arquitecto especialista en restauración se llevó
las manos a la cabeza cuando se enteró del hecho: “¡Hasta el Marquesa! No me lo
puedo creer”, exclamó).
Está demostrado que no
sirven ni se tienen en cuenta las medidas preventivas, las directrices de
planeamiento y las ordenanzas específicas. Se respetan poco o se incumplen. La
sensación que se va amasando y que va quedando es que se puede hacer lo que se
quiera pues la permisividad es incomensurable, la inspección apenas existe y,
por lo general, no pasa nada. No puede ocurrir que una tipología urbanística
tan señalada esté amenazada de daños o agresiones.
¿Era ésta la agilidad
que se pretendía con la delegación de competencias urbanísticas? Seguro que no,
nos apresuramos a contestar. Pero hay que verificar las reacciones, con hechos
y con pruebas. ¿Para esto quieren promotores y empresarios menos normas y menos
burocracia? Pues habrá que responderles que benditos sean todos los controles
posibles con tal de evitar los atentados urbanísticos y los caprichos
unipersonales sin el más mínimo respaldo técnico. ¿De qué valen las
protecciones y conservaciones de cascos y perímetros? ¿Es así de tolerante la
administración competente con situaciones similares o es que hay temor a los
descontentos derivados de expedientes de infracción abiertos? Pareciera que a
más corsés y más estrictos ajustes, mayor permisividad.
Solo un hecho positivo
se desprende de este nuevo desmán: menos mal que las consecuencias y las
reacciones habrán servido para frenar otro posible balconicidio: el del
artístico elemento central de la fachada del Marquesa, al que ojalá guarde el
sentido común. Y el celo, un poquito de celo.
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