Lorenzo de Ara
Lo peor que le puede suceder a un gobierno es convertirse
en un gestor robotizado. Cuando ya no tiene piel, cuando la sangre no corre por
sus venas, cuando se divorcia de la calle, del pueblo que le votó o que no le
votó, es entonces, precisamente entonces, cuando ese gobierno está, sin
saberlo, cavando su propia tumba electoral.
El triunfo en la gestión muchas veces entorpece las
acciones más humanas de un gobierno. En la esfera municipal, tal torpeza es
casi siempre sinónimo de fracaso.
En el Puerto de la Cruz he sido testigo de cómo varios
gobiernos se volcaron en la gestión pura y dura, y de manera consciente,
sellaron el contacto con la calle. En definitiva, se ausentaron del mundo. No
olieron al vecino durante cuatro años. Eso sí, muchos de sus componentes
profundizaban en los vericuetos de la maquinaria municipal. Siempre con el fin
de obtener la bendición de la calle, pero la calle estaba a millones de años
luz. La realidad de la calle no era en absoluto la realidad del gobierno, y
mucho menos, la de los robots que ocupan el poder.
Hay que tener mucho ojo en el Puerto de la Cruz cuando se
falla en la comunicación más directa. Sin la fluidez comunicativa, o sea, si se
apuesta por la robótica y se descuida el roce humano, lo que está
favoreciéndose es el movimiento de las placas tectónicas que unen al ciudadano
con su representante municipal.
Ni siquiera se gana cercanía acudiendo a los medios. Estoy
hablando de otra cosa. La desaparición del rostro humano del político municipal
se paga con la decapitación en la urna.Así que vayan tomando nota los que quieran. Gestionar es
siempre importante, y gestionar bien, mucho mejor aún.
Pero si el alcalde y los
concejales del gobierno se encierran en una burbuja donde solo cabe el yo
mayestático, ciertamente el que hoy es alcalde, y junto a él los que gobiernan,
estarán cavando la tumba. Dando un paso enorme hacia el abismo llamado
oposición. Al tiempo.
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