Salvador García Llanos
Fin de semana para completar el programa carnavalero.
Últimos días para vibrar y sufrir, que de todo hay en esa viña de
carnestolendas, hasta debates de idoneidad de fechas, como si estas no
estuvieran ya señaladas en el calendario y como si un cambio fuera la panacea
de los retrocesos advertidos gradualmente. En fin, Piñata para divertirse y
prepararse para el siguiente trance, la Semana Santa de recogimiento y vacación
que todos quieren aprovechar.
Sin ánimo comparativo alguno, un repaso a los periódicos de
hace treinta años refleja el relieve adquirido entonces por el Carnaval
portuense. Desde la presentación de candidatas infantiles y adultas, que se
acercaban a la decena en ambas modalidades, a las actuaciones de agrupaciones
en varios escenarios y a la celebración de dos bailes de disfraces, ambos con
fines benéficos: uno convocado por la Asociación de Amas de Casa en el hotel
'El Tope', presidida por María Teresa Yanes Vega, y al que asistieron unas
quinientas personas, con actuación de dos orquestas y de la fanfarria 'Ritmo
musical', de Los Realejos; y otro, del Rotary Club del Puerto de la Cruz, que
tuvo lugar en el hotel 'Maritim', también con nutrida asistencia. Estos bailes
han desaparecido de la programación carnavalera.
Hubo, según las crónicas, un gran entierro de la sardina,
incinerada en los alrededores del refugio pesquero. Reina de los festejos,
miembros de la corporación municipal y decenas de viudas, viudos y doloridos
acompañaron el recorrido iniciado en la avenida Colón y en alguno de cuyos
tramos estaba completamente a oscuras. El número se consolidó en un breve lapso
de tiempo y era, sin duda, de los más esperados.
Y llegamos al coso del sábado de Piñata, tal día como hoy.
Un coso convertido en una suerte de apoteosis, hasta el punto de que años más
tarde aparecía en la programación oficial como coso-apoteosis. El periódico
Jornada informó de que un día antes había inscritas veinte carrozas,
pertenecientes “en su mayoría, a las asociaciones de vecinos, agrupaciones de
Carnaval y entidades sociales, culturales y empresariales”. Algunas de ellas
procedían de otras localidades. El mismo periódico señaló que los príncipes del
Carnaval de Düsseldorf, aquel año Rolf II y Claudia I, irían, junto a la
delegación de aquella ciudad alemana, a bordo de una carroza especial. Jornada
también editorializó sobre el intercambio, iniciativa promocional que cumplía
en 1987 quince años de celebraciones.
El coso del 87 debió ser extraordinario. El periódico El
Día, insertaba título en primera página: “El desfile más brillante de los
últimos años”. En crónica interior, recogía la participación de unas siete mil
personas, una temperatura próxima a los treinta grados y un seguimiento de unos
ciento cincuenta mil espectadores agolpados en hoteles, avenidas, vías y plazas
portuenses. Según los datos que aportaba la comisión municipal de Fiestas,
intervinieron en el coso “cerca de treinta murgas, una docena de comparsas,
cinco fanfarrias y unas treinta agrupaciones lírico-musicales, además de
multitud de grupos espontáneos y no organizados”. Con profusión fotográfica, El
Día destacaba que el desfile duró cerca de tres horas y que discurrió en medio
de una gran fluidez y aceptable organización.
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