Agustín Armas Hernández
Estén seguros los lectores que no hablaré de Chernobyl, la
lejana ciudad de Ucrania, en Rusia, y de sus espantosos efluvios, eso es deber
de «los verdes», sino sobre un lugarcito cercano y muy conocido en este Valle
de la Orotava. En todas partes o comarcas del orbe terráqueo, existen
rinconcitos pintorescos o privilegiados, y por ende muy visitados tanto por los
exóticos turistas cuanto por los propios com paisanos. Lugares de encuentro y
distracciones, de charlas y sorpresas agradables.
Pues bien, nuestro entrañable Puerto de la Cruz (antaño,
«Puerto de Orotava»), siempre Marinero y agrícola, y hoy la «Ciudad turística»
de Canarias; tan conocido y visitado por innumerables turistas, peninsulares y
extranjeros, ha dejado ya de ser netamente marinero y agrícola, para
convertirse en una población que vive casi exclusivamente del turismo. Los
turistas (ya no se habla de peregrinos o romeros, como en otros tiempos) sin
duda han traído, en estos 30 ó 40 años últimos, progresos y bienestar material
a los portuenses, y obviamente a todas las siete islas. Pero, según enseña la
sabiduría popular, no todo el monte es orégano, ni oro todo lo que reluce.
Cuando un famoso político de hace algunos años era ministro
de Turismo, se decía como slogan: «España es diferente». Hoy día, por
desgracia, ya no lo es tanto. Me refiero al terreno de la moral, pues en otras
áreas todos nos alegramos de estar integrados plenamente en Europa; sí, la
«vieja Europa», según expresan los americanos, admirando su antigua cultura y
protagonismo en la historia del mundo. No le echemos toda la culpa a los
extranjeros, pues somos suficientemente malos para romper todas las trabas y
barreras. Lo cierto es que desde entonces se han, introducido en Canarias y en
toda la nación modas y costumbres muy distantes de la moral tradicional, muchos
se alegrarán de que se hayan roto todos los tabúes, pero recuerden por la
historia, «maestra de la vida», que cuando en una nación! o reino se disuelven
todas las leyes de la moralidad, sobre viene entonces la ruina de ese estado o
imperio; según, nos enseña el filósofo Platón, por este motivo, la corrupción
moral, llegó la destrucción de la Atlántida con sus atlantes. Y recordemos que
creyendo a los eruditos, estos «siete peñones» son resto de ese continente
hundido en tiempos del diluvio universal. Los ancianos recuerdan aquella
honestidad de costumbres, rayando en lo tímido y lo pudoroso, y lamentan la
presente perversión. Los jóvenes piensan que todo era cazurrería, hipocresía y
asunto de mojigatos.
Yo, que ahora tengo algunos años, querría permanecer
equilibrado entre ambas. Lamento esta corrupción moral que acarreará pronto su
castigo; pero también me alegro del progreso reciente y, en nuestro centro de
estudios, me pongo al día sobre todo lo actual y novedoso. Para que no me
consideren demasiado pesimista, no quiero insistir en que se ha perdido el amor
al prójimo, la honestidad y la vergüenza. Cualquier persona inteligente lo
reconoce. Vengamos por fin a «la Ranilla», la popular calle portuense, ¿quién
no conoce en la isla este ranillero barrio marinero? mejor dicho, que era
marinero, pues dejó de serlo. Claro que si por causas imprevistas, o «muy
previstas para algunos», cesan los simpáticos turistas, ¿qué harían mis
queridos convecinos?, ¿volverían a ser marineros y auténticos ranilleros, como
nuestros padres y abuelos? Dejó esta calle de ser popular y bulliciosa, lo que
atraía mucho a los visitantes, igual que la amabilidad y simpatía de la gente.
¡Aunque reconozco, en gracia a la sinceridad, que no todos los nacidos en ese
barrio somos simpáticos! ¿Por qué ha venido la decadencia al famoso barrio de
la Ranilla?, ¿será por haberse cerrado muchas calles al tráfico rodado, para
convertirlas en peatonales? Eso por supuesto, pero creo, más bien, que fue por
falta de viviendas. Muchas familias han tenido que trasladarse a otros barrios,
dejando huérfana y solitaria esa popular calle portuense. ¿Conciben Vds.
marineros, que no estén contactando siempre con el mar?, y Con este mar muy
bravo y alterado frecuentemente, en el norte de la isla. ¿Volverán de nuevo el
bullicio y la alegría a la Ranilla? ¿Será solamente un sueño, una ilusión?
Sería un hecho, si los ediles municipales creyesen conveniente promover, para
ellos, la construcción en ese barrio de bloques de viviendas junto al muelle
pesquero, produciría la vuelta a casa de muchos marineros del citado barrio.
¡Qué en estas próximas fiestas en honor al Gran Poder de Dios y de la Virgen
del Carmen, sean el preludio y comienzo de tan grata noticia!
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