Agustín Armas Hernández
Diversidad de pueblos y paisajes adornan nuestra geografía
canaria. Nuestra isla, en especial, sorprende a los turistas y demás visitantes
por su belleza sin par y sus contrastes climatológicos. Vengan de la España
peninsular o del extranjero, hallándose muchas personas tan a gusto en las
islas, que repiten una y otra vez su estancia entre nosotros. Aunque al
presente, tienen poco de «afortunadas» estas «siete peñas», conservan empero,
como siempre la suavidad y benigno clima que les dio fama. No es extraño que
numerosas personas dejen sus respectivos países para instalarse aquí
definitivamente. Nosotros, los nativos, como es obvio, sentimos el amor y
atractivo por nuestras cosas: costumbres, paisajes, poblaciones, atuendos,
etc., todos visitamos con frecuencia determinados lugares; sea por su cercanía,
por el tipismo de sus edificios o paisaje, por la estética de sus plazas o la
belleza de sus monumentos. Yo, que trazo estas líneas, como casi todos los
naturales del Puerto de la Cruz, me siento estrechamente vinculado con la
vecina Villa de la Orotava. Decir que la visitaba desde mi tierna edad es algo
que pasa de contado. Pero mi vinculación con ella ha ido en aumento, y mi
cariño por sus gentes, aunque bien sé que ha decaído enormemente aquella
religiosidad de otros tiempos.
Buenos amigos y parientes afines tengo allí, en
la Villa de Arriba concretamente. En la parroquia de San Juan Bautista, hace ya
largos años, celebré mis nupcias, presididas por el Rvdo. P. Antidio Viñas, a
petición expresa de los contrayentes. Inútil, pues, recalcar mis lazos y
afectos con dicho templo. En su interior vence numerosas imágenes sacras de
belleza y expresión algo sublime; de modo que quienes las contemplan quedan
fuertemente impresionados, por muy agnósticos o escépticos que sean. A mí,
personalmente, desde mi primera visita, me impresionaron tres de ellas muy
vivamente.
Deja para los artistas apreciar su valor estético. Para mí
resultaron de una hermosura, y expresión hierática, sobrenatural, dejando
huella en lo profundo de mi alma y corazón. Son la Virgen de Gloria, la del
Carmen y el Señor de la Columna. Dirán los expertos que otras de más valor se
encuentran por muchos sitios. Nada tengo que objetar. Expreso solamente mis sentimientos.
Descendiendo a lo práctico voy observando —con gran pena— desde hace dos o tres
años, y en esa otrora piadosa Villa, la falta de asistencia a las celebraciones
litúrgicas, igual que a las procesiones. Algunos querrán echar toda la culpa a
los ministros sagrados, y eso no es justo.
Otros pensarán que son los hermanos
cofrades, quienes hicieron en su día promesa de acompañar las sagradas
imágenes. A mí me parece hay otras causas más importantes: la televisión y la
playa. A muchos de esos hermanos cofrades —no citaré nombres— se les puede ver
bañándose en las múltiples playas de nuestro litoral durante esos días y horas
en que salen las referidas procesiones.
¡Qué dolor para los divinos corazones
de Jesús y María! Como me dice mi amigo el teólogo-parapsicólogo: «El gran
castigo está próximo, pues el mundo está más corrompido que en los tiempos del
diluvio universal». Y añade que la corrección comenzará por el Vaticano y por
nuestra España rebelde. Recemos, pues, y hagamos penitencia, como pidió la Virgen
de Fátima.
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