Agustín Armas Hernández
Siempre que se acerca la fecha de los festejos del carnaval
se me erizan los cabellos intuitivamente. ¿Por qué? se preguntarán muchos.
Pues... muy claro: si nos trasladáramos al tiempo en que los carnavales estaban
prohibidos, veríamos, ¿quién no lo recuerda?, que la gente se divertía de otra
manera que en la actualidad. Así, llana y sencillamente sin «ofender» a nadie;
bastaba dicha prohibición para que todo el mundo lo pasara bien. Las máscaras
con atuendos sencillos, baratos, a veces hasta grotescos, causaban la risa y
algarabía —con sus ingenuas bufonadas—tanto a sus propios acompañantes como a
los que se aglomeraban en calles y plazas para verles pasar; con bastante
frecuencia dichas máscaras pasaban corriendo, perseguidas por los guardias
municipales de turno que tenían órdenes de detenerlas —este hecho,
precisamente, hacía que la algarabía festera en calles y plazas fuera más
acentuada y atractiva—, sin embargo dichas órdenes eran superfluas, sin
fundamento. Los políticos dirigentes de aquellos años —sobre todo los de
«Tenerife», por ser los más flexibles y tolerantes—al mismo tiempo que daban la
orden de captura y arresto, —acercándose diplomáticamente al oído del policía—,
les decía «per-síganles pero... sean tolerantes».
Hasta tal punto fue así, que los últimos años, antes de levantarse la prohibición en toda España, dichas fiestas ya se celebraban autorizadas en nuestro pueblo, «Tenerife», como fiestas de invierno. Pues... bien, ahora con el nuevo sistema político, democrático, tolerante hasta extremos insospechados —y en algunos casos como el que nos ocupa, no deseado— hacen que los gamberros de turno se crezcan de tal forma, que lleguen sin el más mínimo escrúpulo —amparándose en esa tolerancia— a molestar de tal forma a los pacíficos ciudadanos, que más desearíamos que no se permitieran —como antaño— las fiestas, para no ver como en años anteriores, las parodias burlescas sobre temas y funciones de la liturgia católica cristiana. Conviene recordar aquí por medio de este prestigioso medio, la obligación que tienen —ante Dios y ante los hombres—nuestros dirigentes responsables del orden público, de advertir que estas cosas no vuelvan a suceder, teniendo en cuenta lo arraigada que está en nuestro pueblo la religión católica.
Ustedes pueden imaginarse, por ejemplo, lo que le pasaría a un iraní que intentara mofarse públicamente de la religión islámica en el centro de Teherán? O a un judío burlándose de la religión hebrea en medio de sus compatriotas? ¡Imposible! No lo permitirían. Esto sólo es posible en nuestro pueblo desmoralizado. Muchos de nuestros dirigentes políticos se han dedicado estos últimos días a visitar las diferentes agrupaciones carnavaleras, murgas, rondallas, Etc. ¿Con qué objeto? Ah... sí, con vistas a que todo salga bien. Pero... se han ocupado de advertir sobre las graves consecuencias que puede acarrear la mofa religiosa de cualquier signo? Concluyendo: divertirse, si: pero sana y limpiamente, sin molestar a nadie. Difícil será que no se cometan desmanes. Por tanto, toda precaución será poca. No debemos pretender que nuestros carnavales sean los más famosos, sino los más decentes. Las personas sensatas nos advierten cada año que no se derroche el dinero; que no se agraven más los acuciantes problemas económicos. También deberían terminar antes del Miércoles de Ceniza (1 de marzo de este año), pues la cuaresma es tiempo de penitencia y no de diversión. Si no la respetamos, sentiremos muy pronto la cólera del Omnipotente, como nos previenen los oráculos y las profecías.
Hasta tal punto fue así, que los últimos años, antes de levantarse la prohibición en toda España, dichas fiestas ya se celebraban autorizadas en nuestro pueblo, «Tenerife», como fiestas de invierno. Pues... bien, ahora con el nuevo sistema político, democrático, tolerante hasta extremos insospechados —y en algunos casos como el que nos ocupa, no deseado— hacen que los gamberros de turno se crezcan de tal forma, que lleguen sin el más mínimo escrúpulo —amparándose en esa tolerancia— a molestar de tal forma a los pacíficos ciudadanos, que más desearíamos que no se permitieran —como antaño— las fiestas, para no ver como en años anteriores, las parodias burlescas sobre temas y funciones de la liturgia católica cristiana. Conviene recordar aquí por medio de este prestigioso medio, la obligación que tienen —ante Dios y ante los hombres—nuestros dirigentes responsables del orden público, de advertir que estas cosas no vuelvan a suceder, teniendo en cuenta lo arraigada que está en nuestro pueblo la religión católica.
Ustedes pueden imaginarse, por ejemplo, lo que le pasaría a un iraní que intentara mofarse públicamente de la religión islámica en el centro de Teherán? O a un judío burlándose de la religión hebrea en medio de sus compatriotas? ¡Imposible! No lo permitirían. Esto sólo es posible en nuestro pueblo desmoralizado. Muchos de nuestros dirigentes políticos se han dedicado estos últimos días a visitar las diferentes agrupaciones carnavaleras, murgas, rondallas, Etc. ¿Con qué objeto? Ah... sí, con vistas a que todo salga bien. Pero... se han ocupado de advertir sobre las graves consecuencias que puede acarrear la mofa religiosa de cualquier signo? Concluyendo: divertirse, si: pero sana y limpiamente, sin molestar a nadie. Difícil será que no se cometan desmanes. Por tanto, toda precaución será poca. No debemos pretender que nuestros carnavales sean los más famosos, sino los más decentes. Las personas sensatas nos advierten cada año que no se derroche el dinero; que no se agraven más los acuciantes problemas económicos. También deberían terminar antes del Miércoles de Ceniza (1 de marzo de este año), pues la cuaresma es tiempo de penitencia y no de diversión. Si no la respetamos, sentiremos muy pronto la cólera del Omnipotente, como nos previenen los oráculos y las profecías.
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