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sábado, 13 de mayo de 2017

MANUEL VELÁZQUEZ, GUARDIA MUNICIPAL DURANTE LA POSGUERRA EN SAN JUAN DE LA RAMBLA

Ángel Tomás Beltrán Hernández

Dedicado a mí padrino, Paco González de la Rosa, agente de Policía Local retirado.

Después de tratar otras curiosas biografías de la comarca, es oportuno presentar un nombre que ha permanecido en el olvido: Isidoro Manuel Velázquez y Álvarez, un carismático personaje del municipio de San Juan de la Rambla, en Tenerife. Este artículo estudia la dimensión pública de su figura como Guardia Municipal, en un tiempo donde la economía, la política y la sociedad de las Islas Canarias experimentaron transformaciones importantes. Manuel Velázquez después de cursar estudios de Teología en el Seminario de La Laguna y de ser ordenado diácono, emprendió en 1923 un viaje a Cuba como misionero. Residió en la ciudad de Manzanillo donde conoció a Victoria Eugenia Perea Morales, por la que renunció a su carrera eclesiástica. En una de las cartas que envió a sus padres, destacaba la belleza de la joven así como su condición social, ya que pertenecía a una familia acomodada, propietarios de varias empresas y tierras.

Durante años, Velázquez se dedicó a la gestión de algunos de los negocios familiares, debido a su alto nivel de formación e ideas innovadoras. Sin embargo, la fragilidad política del gobierno cubano  hizo que planteara su retorno a Canarias. Embarcó junto a su esposa e hijos en La Habana a bordo del Marqués de Comillas, también conocido como el “Machuca y Limpia” . Hicieron escala en Nueva York, donde un fuerte temporal les obligó a permanecer allí durante 12 días. Cuando las condiciones meteorológicas fueron propicias, retomaron la travesía hasta que el buque atracó en Vigo. Después de varios días en la ciudad gallega, pondrían rumbo a Cádiz donde se hospedaron una temporada. Se casaron por lo civil en Gibraltar, cuando ya tenían 5 hijos. Para su regreso a Tenerife, aún les quedaba hacer escala en Gran Canaria y desde allí subieron a bordo de una falúa, en la que llegaron al puerto de la capital tinerfeña. Aquella pequeña embarcación, apenas tenía capacidad para 300 personas y estaba en pésimas condiciones técnicas e higiénicas.


Isidoro Manuel Velázquez y Álvarez en 1939 con la indumentaria de guardia municipal. Cedida por la familia Velázquez
Regresó a su localidad natal, ignorando la responsabilidad de su futuro empleo. En principio, había acordado un puesto de trabajo en el Ayuntamiento de Santa Cruz, pero su contacto falleció y se frustró esa posibilidad. Por este motivo, su padre Tomás Velázquez Cubas , le propuso llenar la vacante para guardia municipal que se había producido en San Juan de la Rambla, sustituyendo en el cargo a José Prats Saperas, que no gozaba de buena salud. El documento en el que Prats pide ayuda económica y confirma su cese, quedó redactado en estos términos: “Estimado amigo: El portador de la presente José Prats Saperas, Guardia Municipal de este pueblo durante unos veinte años, por motivos de salud marcha a su país, Barcelona, acompañado de su mujer e hijo, por lo que le [agradeceríamos] que dada su situación económica y circunstancias [especiales], viera la forma de embarcarlos con el menor gasto posible” . Meses después de esta solicitud, Velázquez se incorporó al cuerpo y bajo la supervisión del veterano Prats, pasó por un proceso de instrucción hasta el año de 1936. Sus competencias eran muy variadas y evolucionaron según los cambios políticos, entre ellas estaba la vigilancia en las calles, intervenir en altercados, hacer detenciones, recluir al delincuente hasta que pasara a disposición judicial, etc. El armamento, parte importante de la indumentaria, se componía de una pistola de la marca Astra, modelo 300, un sable, un cuchillo y unos grilletes . Antes de que finalizara la fase de adiestramiento, se aprueba su nombramiento oficial que reza así: “San Juan de la Rambla primero de agosto de mil novecientos treintaicinco. (…) La presidencia da cuenta de haber nombrado con fecha primero del año al Guardia Municipal interino a D. Manuel [Velázquez] en quien [ilegible] concurren condiciones y aptitudes para el desempeño del mismo y [según] acuerdo de ésta Corporación de 13 del pasado mes. La Corporación queda enterada” . Su sueldo era de 1.200 pesetas anuales, aunque existe un documento en el archivo de Prats que indica una subida de salario, llegando a la friolera, para la época, de 2.000 pesetas al año .

Finalizada la Guerra Civil, el 1 de abril de 1939, comenzó la etapa de Posguerra. El archipiélago se vio inmerso en una grave crisis económica caracterizada por una política autárquica, que ocasionó serias dificultades de abastecimiento. Además, con el estallido de la Segunda Guerra Mundial, se vieron limitadas las exportaciones a mercados extranjeros debido a la recesión económica de Europa . El 14 de mayo de 1939 el régimen franquista estableció la cartilla de racionamiento, con cantidades fijadas por decreto del Gobierno. Por lo general, Velázquez era el responsable de distribuir las raciones , siendo a partir de entonces cuando adquiere mayor protagonismo y prestigio. Aquellos que ostentaban el poder llegaron a presionarlo, para que desviara una parte de lo que le correspondía a cada ciudadano y lo entregara a determinadas familias, pero él, al no estar de acuerdo con esta gestión, ideó una estrategia para aprovisionar a la población ramblera, con lo que se ganó el sobrenombre del “guardia de la posguerra”. El sistema era sencillo: ante la carencia de alimentos o fármacos, ataba un cesto de mimbre con una cuerda y lo dejaba colgando de una ventana trasera de su casa que daba a un barranco. El momento clave para recoger lo acordado era a medianoche. En el diario de Victoria Perea consta un hecho concreto: el de Basilio Hernández , quien padecía una enfermedad crónica y no disponía de los medios económicos suficientes para costearse la medicación. Desesperado, se dirigió al guardia municipal para explicarle su situación. Velázquez le comentó que esa semana iría al Realejo y que podría adquirirse la medicina . Le explicó el plan que había diseñado, aunque Basilio, ya lo conocía de oídas. Desafortunadamente, no pudo conseguir el medicamento en la farmacia de Realejo Bajo y tuvo que esperar unos días hasta que lo adquirió en Santa Cruz. La noche en que convinieron para entregar la medicación, Hernández permaneció escondido en una cueva del barranco más de dos horas, por temor a que lo descubrieran. No obstante, en torno a las dos de la madrugada, decidió coger el contenido del cesto. En agradecimiento, quiso obsequiar al guardia regalándole un terreno familiar, pero este no lo aceptó, pues entendía cuan precaria era su situación.

Procesión en el barrio de Santa Catalina, años 1940. La flecha señala a Manuel Velázquez. Cedida por la familia Velázquez.
La política laboral de posguerra se caracterizó por la represión, la sobreexplotación y el descenso de los salarios, entre otros efectos. El mercado negro creció, siendo los precios hasta tres veces superiores que los del mercado oficial . En repetidas ocasiones, nuestro protagonista llegó a interceptar a quienes comercializaban de forma ilegal. Un vecino de San Juan de la Rambla, recuerda escuchar a su padre que “el guardia Velázquez dejó ir a una mujer que vendía a escondidas”, a cambio de dos pescados y varias cucharadas de aceite y café . Con respecto a este último producto, sólo unos pocos podían permitirse el lujo de degustar un buen arábigo, el resto tenía que conformarse con la achicoria . En la memoria colectiva ha perdurado que “en casa del guardia”, su mujer siempre ofrecía una taza de café o de achicoria, a quienes solicitaban que les leyera la correspondencia que sus familiares enviaban desde tierras extranjeras.

Manuel Velázquez fue dejando un rastro de su intensa actividad y con el tiempo, prestó sus servicios en La Guancha. Según cuenta la tradición oral, en una procesión del barrio de Santa Catalina, sofocó un disturbio por parte de un grupo de personas que generaban revuelo. Bastó un simple silbido para atenuar la situación, mientras se acercaba a las puertas de la ermita. En otra ocasión, recibió el aviso de que se estaba produciendo un robo en una finca privada, en las inmediaciones del Mazapé. Al llegar al lugar, comprendió que no se trataba de tal delito, sino de que un grupo de personas recolectaba madera para tener leña con la que calentarse, acondicionar su vivienda, etc. Otro acto relevante de su trayectoria, fue cuando escoltó el entierro de un bebé desde el Camino de los Difuntos hasta el cementerio de San Juan, en una tarde de lluvia. Acompañando a la comitiva hasta el camposanto, ante la duda de que estuviera cerrado. El grupo lo formaban unas 15 ó 20 personas, que hicieron parte del camino descalzas para no estropear su único calzado. Los familiares portaban ramos de flores y al concluir el sepelio se despidieron de Velázquez con notada admiración y respeto.
En 1948, el reputado guardia municipal solicitó una excedencia para trabajar como jefe de cocina en el acuartelamiento de Los Rodeos. El motivo de esta decisión era reservar parte de sus ganancias y fundar una casa de comidas en San Juan de la Rambla. Sin embargo, falleció de un ataque al corazón un año más tarde a la salida del trabajo. Un trágico final para un hombre adelantado a su tiempo, que aventurándose a lo incierto, dejó su tierra, se enamoró y comenzó una nueva vida lejos de su hogar. Los vaivenes políticos del país que lo acogió le obligaron a retornar a Canarias, para luego vivir en primera persona una de las etapas más controvertidas de nuestra historia reciente. Pese a los casi setenta años que han transcurrido desde su fallecimiento, ojalá estas líneas sirvan de modesto homenaje, no sólo para evocar su memoria, también para que sus descendientes se sientan orgullosos de la encomiable labor del apodado “guardia de la posguerra”.

DOCUMENTACIÓN
Las fuentes documentales que fundamentan este trabajo son: el diario personal de Victoria Perea y el archivo de José Prats Saperas, ambos desconocidos e inéditos. Además, se ofrece una relación de personas que han contribuido con sus testimonios o compartiendo otros conocimientos durante varias entrevistas. En primer lugar, hay que agradecer a Juan Velázquez y a Mary Pérez que se hayan involucrado en este trabajo. A Juan Casasayas, por facilitar el contacto con el actual propietario del archivo de Prats en Manresa. Por último, a José Juan López, profesor de español en el Nation Ford High School en Fort Mill School District, Carolina del Sur (EE.UU), por incluir en el programa de su asignatura anteriores trabajos del autor de este reportaje.

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