Ángel Tomás Beltrán Hernández
Dedicado a mí padrino, Paco González de la Rosa, agente de
Policía Local retirado.
Después de tratar otras curiosas biografías de la comarca,
es oportuno presentar un nombre que ha permanecido en el olvido: Isidoro Manuel
Velázquez y Álvarez, un carismático personaje del municipio de San Juan de la
Rambla, en Tenerife. Este artículo estudia la dimensión pública de su figura
como Guardia Municipal, en un tiempo donde la economía, la política y la
sociedad de las Islas Canarias experimentaron transformaciones importantes.
Manuel Velázquez después de cursar estudios de Teología en el Seminario de La
Laguna y de ser ordenado diácono, emprendió en 1923 un viaje a Cuba como
misionero. Residió en la ciudad de Manzanillo donde conoció a Victoria Eugenia
Perea Morales, por la que renunció a su carrera eclesiástica. En una de las
cartas que envió a sus padres, destacaba la belleza de la joven así como su
condición social, ya que pertenecía a una familia acomodada, propietarios de
varias empresas y tierras.
Durante años, Velázquez se dedicó a la gestión de algunos
de los negocios familiares, debido a su alto nivel de formación e ideas
innovadoras. Sin embargo, la fragilidad política del gobierno cubano hizo que planteara su retorno a Canarias.
Embarcó junto a su esposa e hijos en La Habana a bordo del Marqués de Comillas,
también conocido como el “Machuca y Limpia” . Hicieron escala en Nueva York,
donde un fuerte temporal les obligó a permanecer allí durante 12 días. Cuando
las condiciones meteorológicas fueron propicias, retomaron la travesía hasta
que el buque atracó en Vigo. Después de varios días en la ciudad gallega,
pondrían rumbo a Cádiz donde se hospedaron una temporada. Se casaron por lo
civil en Gibraltar, cuando ya tenían 5 hijos. Para su regreso a Tenerife, aún
les quedaba hacer escala en Gran Canaria y desde allí subieron a bordo de una
falúa, en la que llegaron al puerto de la capital tinerfeña. Aquella pequeña
embarcación, apenas tenía capacidad para 300 personas y estaba en pésimas
condiciones técnicas e higiénicas.
Isidoro Manuel Velázquez y Álvarez en 1939 con la indumentaria de guardia municipal. Cedida por la familia Velázquez |
Regresó a su localidad natal, ignorando la responsabilidad
de su futuro empleo. En principio, había acordado un puesto de trabajo en el
Ayuntamiento de Santa Cruz, pero su contacto falleció y se frustró esa
posibilidad. Por este motivo, su padre Tomás Velázquez Cubas , le propuso
llenar la vacante para guardia municipal que se había producido en San Juan de
la Rambla, sustituyendo en el cargo a José Prats Saperas, que no gozaba de
buena salud. El documento en el que Prats pide ayuda económica y confirma su
cese, quedó redactado en estos términos: “Estimado amigo: El portador de la
presente José Prats Saperas, Guardia Municipal de este pueblo durante unos
veinte años, por motivos de salud marcha a su país, Barcelona, acompañado de su
mujer e hijo, por lo que le [agradeceríamos] que dada su situación económica y
circunstancias [especiales], viera la forma de embarcarlos con el menor gasto
posible” . Meses después de esta solicitud, Velázquez se incorporó al cuerpo y
bajo la supervisión del veterano Prats, pasó por un proceso de instrucción
hasta el año de 1936. Sus competencias eran muy variadas y evolucionaron según
los cambios políticos, entre ellas estaba la vigilancia en las calles,
intervenir en altercados, hacer detenciones, recluir al delincuente hasta que
pasara a disposición judicial, etc. El armamento, parte importante de la
indumentaria, se componía de una pistola de la marca Astra, modelo 300, un
sable, un cuchillo y unos grilletes . Antes de que finalizara la fase de
adiestramiento, se aprueba su nombramiento oficial que reza así: “San Juan de
la Rambla primero de agosto de mil novecientos treintaicinco. (…) La
presidencia da cuenta de haber nombrado con fecha primero del año al Guardia
Municipal interino a D. Manuel [Velázquez] en quien [ilegible] concurren condiciones
y aptitudes para el desempeño del mismo y [según] acuerdo de ésta Corporación
de 13 del pasado mes. La Corporación queda enterada” . Su sueldo era de 1.200
pesetas anuales, aunque existe un documento en el archivo de Prats que indica
una subida de salario, llegando a la friolera, para la época, de 2.000 pesetas
al año .
Finalizada la Guerra Civil, el 1 de abril de 1939, comenzó
la etapa de Posguerra. El archipiélago se vio inmerso en una grave crisis
económica caracterizada por una política autárquica, que ocasionó serias
dificultades de abastecimiento. Además, con el estallido de la Segunda Guerra
Mundial, se vieron limitadas las exportaciones a mercados extranjeros debido a
la recesión económica de Europa . El 14 de mayo de 1939 el régimen franquista
estableció la cartilla de racionamiento, con cantidades fijadas por decreto del
Gobierno. Por lo general, Velázquez era el responsable de distribuir las
raciones , siendo a partir de entonces cuando adquiere mayor protagonismo y
prestigio. Aquellos que ostentaban el poder llegaron a presionarlo, para que
desviara una parte de lo que le correspondía a cada ciudadano y lo entregara a
determinadas familias, pero él, al no estar de acuerdo con esta gestión, ideó
una estrategia para aprovisionar a la población ramblera, con lo que se ganó el
sobrenombre del “guardia de la posguerra”. El sistema era sencillo: ante la
carencia de alimentos o fármacos, ataba un cesto de mimbre con una cuerda y lo
dejaba colgando de una ventana trasera de su casa que daba a un barranco. El
momento clave para recoger lo acordado era a medianoche. En el diario de
Victoria Perea consta un hecho concreto: el de Basilio Hernández , quien
padecía una enfermedad crónica y no disponía de los medios económicos
suficientes para costearse la medicación. Desesperado, se dirigió al guardia
municipal para explicarle su situación. Velázquez le comentó que esa semana
iría al Realejo y que podría adquirirse la medicina . Le explicó el plan que
había diseñado, aunque Basilio, ya lo conocía de oídas. Desafortunadamente, no
pudo conseguir el medicamento en la farmacia de Realejo Bajo y tuvo que esperar
unos días hasta que lo adquirió en Santa Cruz. La noche en que convinieron para
entregar la medicación, Hernández permaneció escondido en una cueva del
barranco más de dos horas, por temor a que lo descubrieran. No obstante, en
torno a las dos de la madrugada, decidió coger el contenido del cesto. En
agradecimiento, quiso obsequiar al guardia regalándole un terreno familiar,
pero este no lo aceptó, pues entendía cuan precaria era su situación.
Procesión en el barrio de Santa Catalina, años 1940. La flecha señala a Manuel Velázquez. Cedida por la familia Velázquez. |
La política laboral de posguerra se caracterizó por la
represión, la sobreexplotación y el descenso de los salarios, entre otros
efectos. El mercado negro creció, siendo los precios hasta tres veces
superiores que los del mercado oficial . En repetidas ocasiones, nuestro
protagonista llegó a interceptar a quienes comercializaban de forma ilegal. Un
vecino de San Juan de la Rambla, recuerda escuchar a su padre que “el guardia
Velázquez dejó ir a una mujer que vendía a escondidas”, a cambio de dos
pescados y varias cucharadas de aceite y café . Con respecto a este último
producto, sólo unos pocos podían permitirse el lujo de degustar un buen
arábigo, el resto tenía que conformarse con la achicoria . En la memoria colectiva
ha perdurado que “en casa del guardia”, su mujer siempre ofrecía una taza de
café o de achicoria, a quienes solicitaban que les leyera la correspondencia
que sus familiares enviaban desde tierras extranjeras.
Manuel Velázquez fue dejando un rastro de su intensa
actividad y con el tiempo, prestó sus servicios en La Guancha. Según cuenta la
tradición oral, en una procesión del barrio de Santa Catalina, sofocó un
disturbio por parte de un grupo de personas que generaban revuelo. Bastó un
simple silbido para atenuar la situación, mientras se acercaba a las puertas de
la ermita. En otra ocasión, recibió el aviso de que se estaba produciendo un
robo en una finca privada, en las inmediaciones del Mazapé. Al llegar al lugar,
comprendió que no se trataba de tal delito, sino de que un grupo de personas
recolectaba madera para tener leña con la que calentarse, acondicionar su
vivienda, etc. Otro acto relevante de su trayectoria, fue cuando escoltó el
entierro de un bebé desde el Camino de los Difuntos hasta el cementerio de San
Juan, en una tarde de lluvia. Acompañando a la comitiva hasta el camposanto,
ante la duda de que estuviera cerrado. El grupo lo formaban unas 15 ó 20
personas, que hicieron parte del camino descalzas para no estropear su único
calzado. Los familiares portaban ramos de flores y al concluir el sepelio se
despidieron de Velázquez con notada admiración y respeto.
En 1948, el reputado guardia municipal solicitó una
excedencia para trabajar como jefe de cocina en el acuartelamiento de Los
Rodeos. El motivo de esta decisión era reservar parte de sus ganancias y fundar
una casa de comidas en San Juan de la Rambla. Sin embargo, falleció de un
ataque al corazón un año más tarde a la salida del trabajo. Un trágico final
para un hombre adelantado a su tiempo, que aventurándose a lo incierto, dejó su
tierra, se enamoró y comenzó una nueva vida lejos de su hogar. Los vaivenes
políticos del país que lo acogió le obligaron a retornar a Canarias, para luego
vivir en primera persona una de las etapas más controvertidas de nuestra
historia reciente. Pese a los casi setenta años que han transcurrido desde su
fallecimiento, ojalá estas líneas sirvan de modesto homenaje, no sólo para
evocar su memoria, también para que sus descendientes se sientan orgullosos de
la encomiable labor del apodado “guardia de la posguerra”.
DOCUMENTACIÓN
Las fuentes documentales que fundamentan este trabajo son:
el diario personal de Victoria Perea y el archivo de José Prats Saperas, ambos
desconocidos e inéditos. Además, se ofrece una relación de personas que han
contribuido con sus testimonios o compartiendo otros conocimientos durante
varias entrevistas. En primer lugar, hay que agradecer a Juan Velázquez y a
Mary Pérez que se hayan involucrado en este trabajo. A Juan Casasayas, por facilitar
el contacto con el actual propietario del archivo de Prats en Manresa. Por
último, a José Juan López, profesor de español en el Nation Ford High School en
Fort Mill School District, Carolina del Sur (EE.UU), por incluir en el programa
de su asignatura anteriores trabajos del autor de este reportaje.
No hay comentarios:
Publicar un comentario