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sábado, 6 de mayo de 2017

LA EMIGRACIÓN DE UN ISLEÑO (1953-1965)

Texto y fotos: Ángel Tomás Beltrán Hernández

Dedicado a Vanessa Llanos, Sonia Méndez y Yanira Perera

Sirviendo de aporte a la Intrahistoria en el fenómeno migratorio de canarios a América, este artículo pretende demostrar la pluralidad de la Historia, a través de las palabras de un isleño natural de Buen Paso, en el municipio de Icod de los Vinos, norte de Tenerife. En los últimos años, la historiografía ha estado en continua expansión, produciéndose la descentralización de la disciplina, es decir, los nuevos tiempos han propiciado enfoques diferentes, diversificando los campos de estudio e investigación. La Guerra Civil Española supuso para Canarias una crisis económica de graves consecuencias. Acabado el conflicto bélico, el 1 de abril de 1939, comenzó la etapa de posguerra. Desde 1939 hasta 1975, el sistema político español, fue una dictadura que concentraba el poder en la persona de Francisco Franco, caracterizándose por la autarquía. El estallido de la Segunda Guerra Mundial agravó la situación en las islas, viéndose limitadas las exportaciones a mercados extranjeros debido a la recesión económica de Europa. El flujo migratorio venía produciéndose desde hacía siglos, en diferentes ciclos y por diversos motivos. No obstante, este escrito enfatiza en el recuerdo de Agustín Llanos González que el 1 de febrero de 1953, emprendió su marcha a Venezuela. “Estuve navegando 12 días me parece que fueron, en el Urania II; era el último viaje que hacía. Eran todo literas dentro y tenía tornillos por todos sitios. Era un barco grande que daba miedo” cuenta Agustín Llanos. En los años previos a su éxodo ejercía de agricultor, ganadero y en la extracción de aguas en la galería Las Ánimas. Recorriendo más de 1.500 metros de galería, sin sueldo fijo y en deplorables condiciones laborales. “Estuve trabajando empujando carros pa´ fuera ¡ay mi madre! eso era trabajar” destaca el informante.

Al embarcar en la capital tinerfeña, llevaba dos maletas de madera que él fabricó. Muchos isleños cargaban en el equipaje productos de demanda como azafrán u orégano, entre otros. En la plaza La Paz, compró dólares de forma clandestina, costándole el pasaje 12.000 pesetas. El viaje fue vía directa y acompañado de un primo. El barco estaba en óptimas condiciones técnicas e higiénicas, por tanto, los 12 días navegando no son de desagradable recuerdo. Desembarcaron en La Guaira el 13 de febrero de 1953. En principio, se dedicaron a la venta ambulante, pero el margen de beneficios era corto. Poco después, Agustín trabajó en una panadería, se encargaba del reparto desplazándose en bicicleta. En menos de un año, llegó a estropear nueve pantalones por las posaderas. No tuvo necesidad de idiomas, excepto en ciertas localidades que hablaban un dialecto que define como: “más raro que el diablo”. Destaca recetas gastronómicas que desconocía, no siendo todas de su agrado. “Me acuerdo que íbamos a comer pasando de Barquisimeto pa´lante, al restaurante La Chiva Negra, entré y pedí un plato de sopa y me trajeron sopa de tortuga”. Los precios eran razonables, pero el tipo de comidas, no compensaba el bajo coste a juicio del isleño.

El gofio se consumía en grandes cantidades en Cagua, Maracay y especialmente en Caracas existiendo varios molinos, el isleño recuerda uno fundado por canarios. El negocio se llamaba Gofio la lucha, porque sus regentes practicaban la Lucha Canaria, tradición vernácula del archipiélago que marcó un hito en tierras extranjeras. La luchada era un evento concurrido, participaban luchadores profesionales y aficionados llegando a inscribirse personas de diferentes países. Apodos como Pollo Ravelo y El Orejita han perdurado en su memoria. El símbolo del deporte canario, trascendió más allá de sus fronteras hasta convertirse en una práctica habitual de primerísima fila, igualando en popularidad a la Lucha Libre. De este último deporte, Bernardino la Marca, El Zorro Italiano y Dragón Chino fueron luchadores muy pintorescos.

Agustín Llanos González (izquierda) con el autor del reportaje

En fechas como Navidad, Carnaval o Semana Santa procuraba llenar el vacío de la familia. Por lo general, las festividades carecían de importancia al permanecer lejos de los suyos. Cuando llegó a Venezuela, lo hizo en Carnavales, momento de apogeo para la crítica y el humor. En comparación a Canarias, llamó su atención la magnitud de estas fiestas, disfrutándose con exagerada ironía y bromas. Recuerda a una señora disfrazada portando un escobillón que, al pasar por él, lo elevó sobre su cabeza como queriendo asestarle un golpe. Reaccionó de inmediato para defenderse de lo que parecía un intento de agresión, por suerte, todo quedó en un pequeño mal entendido. Por otra parte, la Semana Santa se vivía con devoción, numerosos fieles arropaban los actos religiosos con riguroso respeto, no consumían carne en Viernes Santo y guardaban luto.

Con el tiempo, el isleño trabajó de camionero, siempre mostró interés por la mecánica, aprendiendo el oficio de manera autodidacta. En una ruta habitual, hizo un alto en la ciudad de Güigüe, para recoger a un conocido que hacía autostop. Iban conversando en el trayecto, circulando a velocidad reducida hasta que en la curva conocida como: “Curva del Venado”, avistó un furgón de mantecados a un extremo de la carretera. Cuando su camión quedó frente al feriante, de origen italiano, sintió un fuerte estruendo en el lateral de su vehículo. Desconcertado, frenó e inmovilizó el camión en medio de la vía, al bajar, vio a un niño malherido. El pequeño, después de comprar un helado, cruzó a toda prisa y sin mirar. Justo detrás, se detuvo una guagua de transporte de personal con destino a Acarigua, sus pasajeros eran peones de la construcción. También viajaba un sargento de la Guardia Nacional que, ordenó al dueño del negocio ambulante, el traslado del joven al hospital de Güigüe. Siendo testigo presencial de los hechos, el sargento, tranquilizó a Agustín explicándole que no era culpable de delito puesto que, la imprudencia fue del menor, le hizo un parte y lo acompañó a comisaría. En las dependencias policiales, estuvo retenido a la espera de juicio. Como el accidente coincidió con la Semana Santa, le concedieron un permiso especial de salida. Por otro lado, el padre del pequeño, quiso aprovechar la situación visitando con regularidad al isleño para reclamarle dinero. Al muchacho lo trasladaron al Hospital Central de Valencia, presentaba fractura de clavícula y una pierna rota. El fuerte sentimiento de culpa, hizo que Agustín costeara la totalidad de los gastos. Dejó de hacerlo, cuando comprobó que ese señor utilizaba el accidente para intentar enriquecerse. En la celebración del juicio, todos los pasajeros del vehículo de transporte de personal, incluido el sargento, declararon en favor de Agustín. El progenitor llevó un testigo, que cambió de bando al comprobar la inclinación de la balanza. Más tarde, se supo que era un testigo comprado.

Tras ser puesto en libertad, volvería a comisaría para retirar la documentación. Su proceso judicial coincidió con la caída del gobierno de Marcos Pérez Jiménez en 1958, cambiando la situación en todo el país. En consecuencia, recibió un trato inesperado por los representantes de la ley. Tras comprobar su caso, dos policías corruptos, le exigieron una cantidad desorbitada de bolívares. Ante tal circunstancia, Agustín explicó que su detención le ocasionó gastos desmesurados y no podía abonar la elevada cuantía económica. Los agentes, ni se inmutaron al escuchar su declaración, así que, le indicaron la salida dejándole bien claro, que se encontraba en otra Venezuela. No vio otra solución que, solicitar la nueva documentación, tras la caída de Jiménez.

Agustín mientras cargaba la cuba, años 60. Foto cedida por la familia Llanos

Con los años su hermana emigró y crearon una empresa de transporte en 1961, una sociedad que comenzó con ocho camiones. Agustín se encargaba de la inspección técnica de los vehículos, dada la destreza adquirida como mecánico. Participaron en obras de adecentamiento de carreteras y trabajaban dependiendo del lugar de residencia, en su caso, desde Extranjería hasta Hoyo la Puerta. En 1965, el tenaz isleño que partió con la meta de labrarse un futuro, regresaba a Tenerife acompañado de su hermana y su cuñado a bordo del Santa María. Meditó su retorno a Canarias, porque estaba adaptado en Venezuela. Sin embargo, se replanteó su opinión, debido a la insistencia familiar. En el viaje de vuelta hicieron escala en Curazao, Puerto Rico y Miami. Sólo se trajo un reloj de pulso y un loro que tenía de mascota. La travesía duró más de lo esperado, porque el buque recibió el aviso de un petrolero para socorrer a un operario, de nacionalidad inglesa. En Tenerife, regresaría a su localidad natal, ignorando que ya formaba parte de una constante histórica de las Islas Canarias.

Decía Sabino Berthelot que el isleño es atrevido y temerario en el peligro. Durante la entrevista, el autor no sólo se percató de ello, sino de que aquellos años lo curtieron y, además, fueron definitorios para él y para los que se aventuraron a lo incierto, ya fuera por pobreza, caciquismo, etc. Este trabajo, suponía un reto, rescatar del olvido nuevos datos de la emigración canaria desde la perspectiva de la gente corriente. Un testimonio con el que nuestros paisanos se sentirán identificados, al evocar la gallardía de sus años de juventud. La siguiente cita de Abrahám Lincoln, es fiel reflejo del carácter y vivencias del protagonista, a la vez que concluye su laudable Historia: “Al final, lo que importa no son los años de vida, sino la vida de los años”.

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