Juan-Manuel García Ramos
La Iglesia Católica asumió como tarea doctrinal y pastoral
el movimiento de la Ilustración promovido por Carlos III y, a pesar de la losa
inquisitorial, esa Iglesia mantuvo en su seno a personalidades tan controvertidas
como nuestro don José de Viera y Clavijo.
Nos consta
la inteligencia recíproca de institución y sacerdote para enfrentar juntos
tiempos complejos en los que la política modernizadora de un monarca, su
Despotismo ilustrado, terminó por gravitar en el quehacer religioso de toda una
época.
La vida y la
obra de Viera y Clavijo es la de un intelectual que logró formarse, leer,
investigar y publicar gran parte de su obra dentro de la disciplina
eclesiástica, si descontamos de su periodo de madurez los catorce años que
estuvo en Madrid (1770-1784) al servicio directo del marqués de Santa Cruz de
Mudela, aunque autores como Rodríguez-Batllori anoten en su estancia capitalina
la redacción de un tratado de materia eclesiástica y algunos sermones predicados
con brillantez en la Villa y Corte.
La
Ilustración en la Iglesia de Canarias contó, entre 1769 y 1816, con cinco
obispos pertenecientes a esta nueva edad de la razón, de la ciencia y de los
derechos de la humanidad.
En el largo pontificado de uno de ellos, el canario Manuel
José Verdugo, Viera llegó a ser persona de su confianza y ambos se definieron
abiertamente hostiles al Santo Oficio de la Inquisición y fervientes lectores
de los enciclopedistas franceses.
Viera
encontró en ese Siglo de las Luces la posibilidad de armonizar la fe y la razón
y de combatir la ignorancia y la superstición del pueblo con la instrucción
pública y el verdadero culto; encontró la posibilidad de cooperar estrechamente
con la sociedad civil de los reinados de Carlos III y Carlos IV para el
desarrollo y madurez de sus conciudadanos.
Viera no fue a universidad alguna a completar su formación
por su precaria salud. Pero sí recibió Viera y Clavijo sus Órdenes Mayores de
manos del obispo fray Valentín Morán en el oratorio del Palacio Episcopal de
Las Palmas: fue subdiácono el veintidós de diciembre de 1753, diácono el veinte
de septiembre de 1755 y el presbiterado o sacerdocio el tres de abril de 1756,
a los veinticuatro años de edad.
Un año
después de ser ordenado sacerdote, Viera se trasladará a La Laguna, tras
abandonar el Puerto de la Orotava, hoy Puerto de la Cruz, donde había iniciado
el ministerio de la predicación como diácono y sacerdote y donde había tenido
su primer tropiezo con el Tribunal de la Inquisición al haber sido acusado de
luteranismo por el padre dominico fray Antonio Peraza.
En La
Laguna, Viera destacó como clérigo y gran predicador, y entabló una relación
con los miembros de la Tertulia de Nava ─en
cuyo seno Viera promovió
los primeros periódicos
de Canarias: Papel hebdomadario, Gacetas de Daute─,
una tertulia fundada y capitaneada por don Tomás de Nava-Grimón, V marqués
de Villanueva del Prado; una relación
que marcará para
siempre su código
de valores cívicos
e intelectuales: «su
falta de confianza para con lo que dice y piensa la gente, la necesidad de
convencerse por sus propios medios, su afán de comprenderlo todo y de buscar el
nexo lógico de todos los acontecimientos y de todos los hechos naturales», como
define su actitud el mismo Alejandro Cioranescu en su Introducción a la sexta
edición de las Noticias de la Historia General de las Islas Canarias bajo el
sello de Goya Ediciones en 1967.
Feijoo y el
padre Isla, Montaigne y Descartes, Voltaire y Rousseau marcando el paso de una
mentalidad propia del pensamiento dieciochesco: el escepticismo elegante
expresado con el garbo de la sintaxis francesa y la rápida precisión de la
latina.
Viera y
Clavijo pone fin a su etapa madrileña (1770-1784) y regresa a Canarias, tras el
fallecimiento de su discípulo, el hijo del marqués de Santa Cruz, y contraído
nuevas nupcias el mismo marqués con una joven austriaca, la condesa doña
Mariana Waldstein, que nunca simpatizaría con Viera. Viera comprendió que esa
etapa capitalina de su vida, esas relaciones con la élite de su tiempo, y la
fiesta cosmopolita de esos años, que le había permitido recorrer la Europa
culta de su tiempo y conocer y tratar celebridades como Benjamín Franklin o
Jean Le Rond D’Alembert, o ser nombrado académico supernumerario de la Real
Academia de la Historia española, había acabado para siempre.
Pero Viera
no convirtió su regreso a Canarias en una abdicación de sus tempranas
vinculaciones eclesiásticas, ni de su compromiso cívico y mucho menos en una
inmovilización de su prolífica pluma.
Don Julio Sánchez
Rodríguez, en su libro José de Viera y Clavijo. Sacerdote y Arcediano, nos ha
situado con minuciosidad indagatoria en el ambiente que encontró Viera en el
cabildo catedralicio de Canarias. En la obra citada se nos da cuenta de las
funciones de los entonces tres arcedianos de la diócesis única de Canarias (con
sede en Las Palmas de Gran Canaria desde 1435, como antes lo había estado en
Telde, en 1351 o en el Rubicón en 1404; la diócesis nivariense no se creará
hasta 1819): nos habla de las funciones del arcediano de Canaria, de Tenerife y
de Fuerteventura, y nos habla también de la actividad de Viera en esos años que
van desde su regreso de Madrid, en noviembre de 1784, hasta su muerte, en
febrero de 1813: Viera director de la Real Sociedad Económica de Amigos del
País de Gran Canaria, Viera introductor de la primera imprenta en la isla,
Viera de nuevo como predicador distinguido, Viera archivero de la Catedral de
Santa Ana, Viera fundador y pedagogo del Colegio de San Marcial del Rubicón,
Viera gobernador del Obispado de Canarias antes de que tomara posesión de él
don Manuel José Verdugo, Viera autor de libros y traducciones (Racine, Pope…)
publicados en los tórculos de la Real Sociedad Económica, Viera episcopable y,
por fin, fallecimiento y sepultura de Viera el 21 de febrero de 1813.
El 22 de enero de ese mismo año, noventa votos contra
sesenta habían suprimido provisionalmente en las Cortes de Cádiz el Tribunal de
la Inquisición y en esa decisión había tenido mucho que ver el sacerdote y
diputado gomero Antonio José Ruiz de Padrón.
Tanto la biografía de Viera y Clavijo como su bibliografía
nos exigen un recorrido que es imposible acometer en un acto como este, donde
hemos sido convocados para hablar de la obra más trascendental de nuestro
autor.
Nos referimos a los cuatro tomos de su Noticias de la
Historia General de las Islas Canarias aparecidos entre 1772 y 1783 y
estampados en la imprenta de Blas Román. El empeño editor y su vocación y
profesión de historiador han implicado a Nicolás González Lemus en una aventura
muy de agradecer desde el punto de vista de los lectores. La edición rústica y
de bolsillo que pone en nuestras manos en colaboración con el profesor Antonio
de Béthencourt Massieu, fallecido el pasado 30 de marzo, poco antes de ver culminada
la empresa, presenta un formato muy cómodo para acercarnos una vez más al
ambicioso trabajo de Viera y Clavijo con las claves de la modernidad impresora.
A partir de ahora me he de mover en cuatro formatos de
estas Noticias de Viera. El de don Alejandro Cioranescu de 1967, de la
Editorial Goya, que manejé siempre: dos tomos con cubierta en símil piel negra,
octavo mayor y papel biblia, con ilustraciones; el que tuve el honor de
encargarle para la Biblioteca Básica Canaria que dirigí a don Antonio de Béthencourt
Massieu, que fue el responsable del estudio preliminar y de la selección de
textos, pues no era edición completa; el que ahora presento de Nicolás González
Lemus y Antonio de Béthencourt Massieu, en rústica y bolsillo; y el último del
que tengo noticia, de Manuel de Paz Sánchez para Ediciones Idea, cinco tomos,
el último de índice onomástico y de bibliografía, una nueva edición crítica que
supuestamente actualiza la de don Alejandro Cioranescu, tenida hasta ahora como
canónica. Vamos a ver en qué corrige esta nueva edición de De Paz el trabajo riguroso de don
Alejandro, al margen de algún que otro desajuste detectado entre lo que
denomina De Paz el Borrador, refiriéndose a los borradores de los siete primeros
libros-capítulos de la Historia de Viera, conservados en la Real Sociedad
Económica de Tenerife, y la edición príncipe, y entre la edición príncipe y la
edición que conocemos de 1967, que al fin y al cabo poco pueden alterar la
lectura global que seguiremos haciendo del texto de Viera y Clavijo. La sólida
formación humanística de don Alejandro Cioranescu y su conocimiento exhaustivo
de las fuentes documentales de la historia de Canarias lo han convertido en un
aval muy difícil de poner en duda a la hora de enjuiciar nuestros textos
historiográficos primeros.
La Historia de Viera tenemos que considerarla el proyecto
más abarcador de todo lo que ha sido el rastreo de nuestro pasado, una
recuperación de ese tiempo donde, por lo general, ha prevalecido el
fragmentarismo narrativo y la visión atomizada e interesada. Una historia
comprensiva. Viera dice sin complejos que con él empieza la Historia y se
supera la Crónica en Canarias, y su metodología para subir ese escalón es la
misma que las de muchos cronistas de Indias: derribar los textos anteriores, en
este caso y preferentemente, las páginas de 1676 de Juan Núñez de la Peña,
también las de 1604 de Antonio de Viana y las de 1764 de George Glas, y poner
las cosas en su sitio. Sus fuentes para la antigüedad serán Antonio Porlier y
sus lecturas clásicas; Abreu Galindo y la crónica francesa, para la parte
medieval, la vida indígena y la conquista; los apoyos en sus amigos, para la época posterior a la conquista.
Siempre he sentido predilección por el respeto con el que
Viera describe y recrea lo que él mismo denomina el «cuerpo de nación original»
que conformaba el pueblo guanche, y la denuncia sin cuartel de muchas de las
atrocidades cometidas contra esa población aborigen por parte de algunos
conquistadores. En esa revisión de lo sucedido, Viera llega a titular uno de
los apartados de su Historia como «Lamentable extinción de la nación
guanchinesa».
Pero el trabajo de Viera está muy por encima de estas
predilecciones mías. Viera sitúa su labor en el prólogo de su primera entrega
en 1772: «… en la ejecución de este nuevo proyecto me he propuesto seguir un
plan, de suyo vasto, pero indispensable para desempeñar la idea de una historia
natural y civil, pues a la verdad yo no creería haber trabajado útilmente en
estas Noticias, si no me internase en la descripción topográfica de cada una de
las islas. De forma que todas sus ciudades, villas, aldeas, pagos, montes,
puertos, mares, en una palabra, toda su geografía; todas sus excelencias…; los
usos, costumbres… de sus primitivos habitantes; los descubrimientos, conquistas
y últimos establecimientos de los europeos; la nobleza, sucesión, privilegios y
servicios de las casas más distinguidas…; los sistemas eclesiástico, político,
económico y militar de todos los tiempos; los varones ilustres…; todo esto,
digo, exornado con las reflexiones, disertaciones y notas que el fondo de las
mismas materias dieren naturalmente de sí…».
En todo este quehacer Viera despliega sus dos vocaciones:
la de historiador y la de literato. Esas dos debilidades están presentes a la
par en sus Noticias y le dan a su relato de los hechos acontecidos a lo largo
de los siglos la frescura de una prosa que nos deja leer sus libros muchos años
después como si hubieran sido caligrafiados ayer mismo.
En Viera y Clavijo encontramos la concepción que Tácito
tenía de la historia: «Considero que la más alta función de la historia es no
dejar sin conmemorar ninguna acción valiosa y reclamar la reprobación de la
posteridad de los dichos y hechos depravados». También Tácito pensaba que la
historia debía ser literatura y que debía conmover la mente de los hombres a
través de sus sentimientos.
Ese pálpito es el que siguen destilando los cuatro tomos de
las Noticias de Viera y Clavijo que hoy presentamos en un formato a la altura
de los tiempos y con un estudio preliminar que nos sitúa perfectamente en el
magnífico siglo XVIII insular que tuvo al Viera historiador como a uno de sus
más excelsos representantes, junto a la poesía de Cristóbal del Hoyo Solórzano,
a las fábulas de Tomás de Iriarte o el ensayismo de José Clavijo y Fajardo.
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