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sábado, 13 de mayo de 2017

PRESENTACIÓN DE LA EDICIÓN RÚSTICA Y DE BOLSILLO DE NOTICIAS DE LA HISTORIA GENERAL DE LAS ISLAS DE CANARIA

Juan-Manuel García Ramos

La Iglesia Católica asumió como tarea doctrinal y pastoral el movimiento de la Ilustración promovido por Carlos III y, a pesar de la losa inquisitorial, esa Iglesia mantuvo en su seno a personalidades tan controvertidas como nuestro don José de Viera y Clavijo.

Nos consta la inteligencia recíproca de institución y sacerdote para enfrentar juntos tiempos complejos en los que la política modernizadora de un monarca, su Despotismo ilustrado, terminó por gravitar en el quehacer religioso de toda una época.

La vida y la obra de Viera y Clavijo es la de un intelectual que logró formarse, leer, investigar y publicar gran parte de su obra dentro de la disciplina eclesiástica, si descontamos de su periodo de madurez los catorce años que estuvo en Madrid (1770-1784) al servicio directo del marqués de Santa Cruz de Mudela, aunque autores como Rodríguez-Batllori anoten en su estancia capitalina la redacción de un tratado de materia eclesiástica y algunos sermones predicados con brillantez en la Villa y Corte.

La Ilustración en la Iglesia de Canarias contó, entre 1769 y 1816, con cinco obispos pertenecientes a esta nueva edad de la razón, de la ciencia y de los derechos de la humanidad.

En el largo pontificado de uno de ellos, el canario Manuel José Verdugo, Viera llegó a ser persona de su confianza y ambos se definieron abiertamente hostiles al Santo Oficio de la Inquisición y fervientes lectores de los enciclopedistas franceses.

Viera encontró en ese Siglo de las Luces la posibilidad de armonizar la fe y la razón y de combatir la ignorancia y la superstición del pueblo con la instrucción pública y el verdadero culto; encontró la posibilidad de cooperar estrechamente con la sociedad civil de los reinados de Carlos III y Carlos IV para el desarrollo y madurez de sus conciudadanos.

Viera no fue a universidad alguna a completar su formación por su precaria salud. Pero sí recibió Viera y Clavijo sus Órdenes Mayores de manos del obispo fray Valentín Morán en el oratorio del Palacio Episcopal de Las Palmas: fue subdiácono el veintidós de diciembre de 1753, diácono el veinte de septiembre de 1755 y el presbiterado o sacerdocio el tres de abril de 1756, a los veinticuatro años de edad.

Un año después de ser ordenado sacerdote, Viera se trasladará a La Laguna, tras abandonar el Puerto de la Orotava, hoy Puerto de la Cruz, donde había iniciado el ministerio de la predicación como diácono y sacerdote y donde había tenido su primer tropiezo con el Tribunal de la Inquisición al haber sido acusado de luteranismo por el padre dominico fray Antonio Peraza.


En La Laguna, Viera destacó como clérigo y gran predicador, y entabló una relación con los miembros de la Tertulia de Nava en cuyo seno Viera promovió los primeros periódicos de Canarias: Papel hebdomadario, Gacetas de Daute, una tertulia fundada y capitaneada por don Tomás de Nava-Grimón, V marqués de Villanueva del Prado; una relación que marcará para siempre su código de valores cívicos e intelectuales: «su falta de confianza para con lo que dice y piensa la gente, la necesidad de convencerse por sus propios medios, su afán de comprenderlo todo y de buscar el nexo lógico de todos los acontecimientos y de todos los hechos naturales», como define su actitud el mismo Alejandro Cioranescu en su Introducción a la sexta edición de las Noticias de la Historia General de las Islas Canarias bajo el sello de Goya Ediciones en 1967.

Feijoo y el padre Isla, Montaigne y Descartes, Voltaire y Rousseau marcando el paso de una mentalidad propia del pensamiento dieciochesco: el escepticismo elegante expresado con el garbo de la sintaxis francesa y la rápida precisión de la latina.

Viera y Clavijo pone fin a su etapa madrileña (1770-1784) y regresa a Canarias, tras el fallecimiento de su discípulo, el hijo del marqués de Santa Cruz, y contraído nuevas nupcias el mismo marqués con una joven austriaca, la condesa doña Mariana Waldstein, que nunca simpatizaría con Viera. Viera comprendió que esa etapa capitalina de su vida, esas relaciones con la élite de su tiempo, y la fiesta cosmopolita de esos años, que le había permitido recorrer la Europa culta de su tiempo y conocer y tratar celebridades como Benjamín Franklin o Jean Le Rond D’Alembert, o ser nombrado académico supernumerario de la Real Academia de la Historia española, había acabado para siempre.

Pero Viera no convirtió su regreso a Canarias en una abdicación de sus tempranas vinculaciones eclesiásticas, ni de su compromiso cívico y mucho menos en una inmovilización de su prolífica pluma.

Don Julio Sánchez Rodríguez, en su libro José de Viera y Clavijo. Sacerdote y Arcediano, nos ha situado con minuciosidad indagatoria en el ambiente que encontró Viera en el cabildo catedralicio de Canarias. En la obra citada se nos da cuenta de las funciones de los entonces tres arcedianos de la diócesis única de Canarias (con sede en Las Palmas de Gran Canaria desde 1435, como antes lo había estado en Telde, en 1351 o en el Rubicón en 1404; la diócesis nivariense no se creará hasta 1819): nos habla de las funciones del arcediano de Canaria, de Tenerife y de Fuerteventura, y nos habla también de la actividad de Viera en esos años que van desde su regreso de Madrid, en noviembre de 1784, hasta su muerte, en febrero de 1813: Viera director de la Real Sociedad Económica de Amigos del País de Gran Canaria, Viera introductor de la primera imprenta en la isla, Viera de nuevo como predicador distinguido, Viera archivero de la Catedral de Santa Ana, Viera fundador y pedagogo del Colegio de San Marcial del Rubicón, Viera gobernador del Obispado de Canarias antes de que tomara posesión de él don Manuel José Verdugo, Viera autor de libros y traducciones (Racine, Pope…) publicados en los tórculos de la Real Sociedad Económica, Viera episcopable y, por fin, fallecimiento y sepultura de Viera el 21 de febrero de 1813.

El 22 de enero de ese mismo año, noventa votos contra sesenta habían suprimido provisionalmente en las Cortes de Cádiz el Tribunal de la Inquisición y en esa decisión había tenido mucho que ver el sacerdote y diputado gomero Antonio José Ruiz de Padrón.

Tanto la biografía de Viera y Clavijo como su bibliografía nos exigen un recorrido que es imposible acometer en un acto como este, donde hemos sido convocados para hablar de la obra más trascendental de nuestro autor.

Nos referimos a los cuatro tomos de su Noticias de la Historia General de las Islas Canarias aparecidos entre 1772 y 1783 y estampados en la imprenta de Blas Román. El empeño editor y su vocación y profesión de historiador han implicado a Nicolás González Lemus en una aventura muy de agradecer desde el punto de vista de los lectores. La edición rústica y de bolsillo que pone en nuestras manos en colaboración con el profesor Antonio de Béthencourt Massieu, fallecido el pasado 30 de marzo, poco antes de ver culminada la empresa, presenta un formato muy cómodo para acercarnos una vez más al ambicioso trabajo de Viera y Clavijo con las claves de la modernidad impresora.


A partir de ahora me he de mover en cuatro formatos de estas Noticias de Viera. El de don Alejandro Cioranescu de 1967, de la Editorial Goya, que manejé siempre: dos tomos con cubierta en símil piel negra, octavo mayor y papel biblia, con ilustraciones; el que tuve el honor de encargarle para la Biblioteca Básica Canaria que dirigí a don Antonio de Béthencourt Massieu, que fue el responsable del estudio preliminar y de la selección de textos, pues no era edición completa; el que ahora presento de Nicolás González Lemus y Antonio de Béthencourt Massieu, en rústica y bolsillo; y el último del que tengo noticia, de Manuel de Paz Sánchez para Ediciones Idea, cinco tomos, el último de índice onomástico y de bibliografía, una nueva edición crítica que supuestamente actualiza la de don Alejandro Cioranescu, tenida hasta ahora como canónica. Vamos a ver en qué corrige esta nueva edición  de De Paz el trabajo riguroso de don Alejandro, al margen de algún que otro desajuste detectado entre lo que denomina De Paz el Borrador, refiriéndose a los borradores de los siete primeros libros-capítulos de la Historia de Viera, conservados en la Real Sociedad Económica de Tenerife, y la edición príncipe, y entre la edición príncipe y la edición que conocemos de 1967, que al fin y al cabo poco pueden alterar la lectura global que seguiremos haciendo del texto de Viera y Clavijo. La sólida formación humanística de don Alejandro Cioranescu y su conocimiento exhaustivo de las fuentes documentales de la historia de Canarias lo han convertido en un aval muy difícil de poner en duda a la hora de enjuiciar nuestros textos historiográficos primeros.

La Historia de Viera tenemos que considerarla el proyecto más abarcador de todo lo que ha sido el rastreo de nuestro pasado, una recuperación de ese tiempo donde, por lo general, ha prevalecido el fragmentarismo narrativo y la visión atomizada e interesada. Una historia comprensiva. Viera dice sin complejos que con él empieza la Historia y se supera la Crónica en Canarias, y su metodología para subir ese escalón es la misma que las de muchos cronistas de Indias: derribar los textos anteriores, en este caso y preferentemente, las páginas de 1676 de Juan Núñez de la Peña, también las de 1604 de Antonio de Viana y las de 1764 de George Glas, y poner las cosas en su sitio. Sus fuentes para la antigüedad serán Antonio Porlier y sus lecturas clásicas; Abreu Galindo y la crónica francesa, para la parte medieval, la vida indígena y la conquista; los apoyos en sus amigos,  para la época posterior a la conquista.

Siempre he sentido predilección por el respeto con el que Viera describe y recrea lo que él mismo denomina el «cuerpo de nación original» que conformaba el pueblo guanche, y la denuncia sin cuartel de muchas de las atrocidades cometidas contra esa población aborigen por parte de algunos conquistadores. En esa revisión de lo sucedido, Viera llega a titular uno de los apartados de su Historia como «Lamentable extinción de la nación guanchinesa».

Pero el trabajo de Viera está muy por encima de estas predilecciones mías. Viera sitúa su labor en el prólogo de su primera entrega en 1772: «… en la ejecución de este nuevo proyecto me he propuesto seguir un plan, de suyo vasto, pero indispensable para desempeñar la idea de una historia natural y civil, pues a la verdad yo no creería haber trabajado útilmente en estas Noticias, si no me internase en la descripción topográfica de cada una de las islas. De forma que todas sus ciudades, villas, aldeas, pagos, montes, puertos, mares, en una palabra, toda su geografía; todas sus excelencias…; los usos, costumbres… de sus primitivos habitantes; los descubrimientos, conquistas y últimos establecimientos de los europeos; la nobleza, sucesión, privilegios y servicios de las casas más distinguidas…; los sistemas eclesiástico, político, económico y militar de todos los tiempos; los varones ilustres…; todo esto, digo, exornado con las reflexiones, disertaciones y notas que el fondo de las mismas materias dieren naturalmente de sí…».

En todo este quehacer Viera despliega sus dos vocaciones: la de historiador y la de literato. Esas dos debilidades están presentes a la par en sus Noticias y le dan a su relato de los hechos acontecidos a lo largo de los siglos la frescura de una prosa que nos deja leer sus libros muchos años después como si hubieran sido caligrafiados ayer mismo.

En Viera y Clavijo encontramos la concepción que Tácito tenía de la historia: «Considero que la más alta función de la historia es no dejar sin conmemorar ninguna acción valiosa y reclamar la reprobación de la posteridad de los dichos y hechos depravados». También Tácito pensaba que la historia debía ser literatura y que debía conmover la mente de los hombres a través de sus sentimientos.

Ese pálpito es el que siguen destilando los cuatro tomos de las Noticias de Viera y Clavijo que hoy presentamos en un formato a la altura de los tiempos y con un estudio preliminar que nos sitúa perfectamente en el magnífico siglo XVIII insular que tuvo al Viera historiador como a uno de sus más excelsos representantes, junto a la poesía de Cristóbal del Hoyo Solórzano, a las fábulas de Tomás de Iriarte o el ensayismo de José Clavijo y Fajardo.

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