José Sebastián Silvente
Muchas veces se comenta con cierta ironía que las
auténticas películas de amor deben terminar siempre con la escena de la boda, o
con esa otra escena del típico beso apasionado que parece augurar un futuro
venturoso e inamovible. Y quizás eso es así porque… existe la sospecha de que
lo que viene después, pasado un tiempo, no es ya tan cinematográfico ni tan lacrimosamente
romántico. Cuando las mariposas que revolotean en el estómago del inicio de
cualquier relación vuelan con el tiempo fuera de él, abandonándolo sin
remisión, contribuyen a la rutina, tal vez a la comodidad y muy posiblemente al
desgaste de la convivencia y en definitiva de la pasión y las relaciones
sexuales en la pareja. Esas escenas se tornan, a menudo en escenas que cambian
la vida a un estado agónico, desdibujando todo atisbo de romanticismo y le
confieren un poso triste, solitario, deprimente… desdichado.
Pero… ¿Se puede pensar que con esto todo ha de darse por
concluido? ¿Se puede hacer algo para evitarlo? ¿Se puede recuperar la pasión? Veamos: Para empezar, hemos de tener claro
qué es la pasión. Si entendemos por pasión el pálpito o la aceleración que
nuestro corazón experimenta cuando vemos a nuestra pareja o el hormigueo que
sentimos en el estómago cuando estamos muy muy cerca, entonces lo normal es que
esa situación dure días o semanas. Y más nos vale, porque si no acabaríamos
todos, como mínimo, con cardiopatía. La pasión es otra cosa, la pasión es estar
entusiasmado por alguien; es preferir a esa persona frente a cualquier otra, es
mirar a ese alguien y sentirse afortunado, es querer estar siempre a su lado, y
al contrario de lo que opinaba Ortega, eso debería durar para siempre. La
pasión es esa intensa emoción que moviliza los sentimientos, los pensamientos y
la conducta hacia el otro y nos impele a vivir el disfrute del y con el otro,
dominando nuestra voluntad y perturbando nuestra razón y son muchos y muy
variados los aspectos que entran a formar parte para que se mantenga viva esa
situación de amor vehemente, especialmente manifestado en el deseo sexual.
Cuando, como ocurre desafortunadamente a veces, el paso del
tiempo se lleva esa voluntad de estar juntos es porque de alguna forma hemos
descuidado la relación, hemos dejado de invertir nuestro tiempo, nuestra
energía y nuestros recursos en cuidarnos el uno al otro, lo que lleva a la
rutina. Si a esta realidad le añadimos la existencia de desencuentros que
hieren, ofenden y dañan sueños y proyectos, o problemas graves, no parece muy
normal que una pareja que se pasa en esa situación día tras día tenga muchos
encuentros apasionados en su intimidad.
Pero, ¿esto es determinante? Por fortuna, y yo estoy
convencido de eso, hay una puerta abierta a la esperanza. Si los dos se unen en
un intento de encontrarse de nuevo, libres de cargas, reproches, resentimientos
y responsabilidades, con una actitud positiva, generosa y activa hacia el otro,
pueden recuperar esa chispa que parecía perdida y que conduce a un posible
reencuentro más motivador y, en muchas ocasiones, más pasional que lo que
venían viviendo antes. Obviamente esto no es fácil y tal vez no se sientan tan
atraídos como al principio de su relación, probablemente ya no “beban los
vientos” el uno por el otro y la racionalización haga acto de presencia en
muchos aspectos de la interacción, pero si se cuidan los detalles que agradan
al otro, las caricias sentidas de verdad, la dedicación al placer por el propio
placer por y para uno mismo, pero compartido con el otro, es muy probable que
poco a poco la pasión, esa atracción por el otro, vaya siendo cada vez mayor y
es por ello por lo que debemos luchar para evitar que se instalen el
aburrimiento y la rutina, que la matan, así como matan la falta de planes y
proyectos y fijan un enfoque plano de nuestra existencia juntos. “Acostumbrarse”
a todo lo anterior, como ocurre en infinidad de parejas, puede ser fatal. Es
craso error actuar por inercia, dando por hecho que la otra persona va a estar
ahí siempre. Quizás esto ocurra así en algunos casos, pero… ¿a qué precio? ¿Nos
hemos olvidado de preparar un escenario romántico para un encuentro íntimo…una
cena a dos… susurrar palabras al oído que provoquen un estado sensual…vestirnos
para la ocasión por fuera, pero también interiormente? ¿Es así como queremos
que discurra nuestra vida en adelante? Estoy seguro de que es mucho menor el
porcentaje de síes que de noes.
Por otra parte, es cierto que la llegada de los hijos
supone un cambio radical en la relación de la pareja, pareciendo ser que
decrece esa pasión de antes porque todo, o casi todo, se vuelca en el recién
llegado. Pero como ocurre en otros aspectos de la relación, los cambios más
radicales son temporales y si la pareja se cuida el uno al otro, si se
mantienen las costumbres gratificantes entre ambos y, sobre todo, si no se
entra en las interacciones conflictivas frecuentemente, la pareja puede
sentirse viva y con una vida independiente de su papel de padres. Es muy fácil
caer en dedicar al hijo todo el cuidado y es cierto que durante un tiempo es
así, pero hay que esforzarse en tener muy presente que, si se olvidan del
disfrute mutuo, al final sí que se pierden aspectos íntimos y muy potentes del
vínculo de la relación, convirtiéndose ésta en una relación de papás en
detrimento de una relación de amantes.
Siempre se habla de la falta de ganas de las mujeres cuando
llega la rutina y poco de cuando es a nosotros los hombres a quienes no nos
apetece. ¿Estamos a la par hombres y mujeres en apetencia sexual? Es cierto que
se cae en los clichés de que parece que los hombres siempre tenemos ganas, pero
no siempre es así. Hay factores que lo desmienten: el cansancio y el estrés,
por ejemplo, juegan su papel. Se dice
que la mayoría de las veces el desinterés de la mujer sigue teniendo mucho que
ver con el modo de vivir la sexualidad de ambos. No creo que ese extremo sea
absolutamente cierto. El estereotipo que, sin embargo, parece que sí se cumple
es el del hombre buscando únicamente la satisfacción sexual sin atender a los
preliminares, tan importantes para la mujer. En mi experiencia como psicólogo
he escuchado muy a menudo a muchos hombres que buscan sexo sin haber hecho
ninguna preparación previa, descuidando la atención, el cariño y la ternura, de
lo que muchas mujeres se han quejado. Lo cierto es que esta suma de factores
suele llevar muchas veces a la pérdida de la pasión. No hay que olvidar tampoco
que, desde el punto de vista hormonal y social, hombres y mujeres funcionamos
de manera diferente y es cierto que las fluctuaciones de éstas, en el caso de
las mujeres, son un factor a tener en cuenta, mientras que en los hombres no se
produce casi ninguna variación. Pero salvando esta diferencia, en mi práctica
clínica no he observado nunca que esta desigualdad en cuanto al deseo sexual se
mantenga tan marcada como en la época de nuestros padres, hace algunos años.
Hoy día han desaparecido muchos tabúes y la mujer quiere disfrutar de su
sexualidad y percibe su deseo sexual con claridad, pero sigue reclamando una
actividad sexual con una carga emocional clara, con un juego y con una
dedicación que en muchos casos no es la que recibe de su pareja. Este hecho le
lleva a irse abandonando en la actividad sexual, y termina perdiendo motivación
y deseo. En definitiva, cada vez tiene menos ganas.
Por otra parte, hemos de señalar que a veces es el hombre
quien cada vez tiene menos ganas. Pienso que esto se debe a que cuando sus
expectativas no son las que culturalmente cabría esperar “por ser hombres” se
sienten como inseguros, frustrados, deprimidos, inservibles… y esto comporta un
problema, psicológico que, en la mayoría de los casos, es mayor de lo que es en
realidad.
La pasión puede ser rescatada. Sin embargo, no hay fórmulas
mágicas ya que, como corresponde a los dos miembros de la pareja, no tiene
reglas claras y es imposible establecer un catálogo sobre cómo recuperarla. Son
muchísimos los factores que inciden en ella. Si la pareja sometida a un montón
de presiones, de manera excepcional, se afana en buscar momentos para estar
solos, tranquilos, descansados y dedicados el uno al otro, pueden redescubrir
esa pasión.
El secreto está en saber hacer que esa pasión brille cada
día, como el sol, a pesar de tantas nubes negras.
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