Iván López Casanova
¿Que cuál es la riqueza oculta más valiosa del ser humano?
Su intimidad: no solo es su interioridad, sino su núcleo más preciado. Y
siempre los enamorados se intercambian aquello que es su fortuna más hermosa:
«Sé que en tu casa tienes un jardín / al que siempre te asomas y te asombras. /
¿Cuándo me invitarás a que lo vea?», reza el poema “Intimidad” del tinerfeño
Carlos Javier Morales en su reciente Una luz en el tiempo, Antología poética,
reflejando bien el mejor regalo del amor.
Por eso, en este tiempo de tanto desamor la intimidad se
encuentra muy deteriorada y, como dice Javier Gomá sobre la tendencia de muchos
escritores −a la que bautiza, con guiño irónico, como «literatura maleducada»−,
hay tanta gente que airea «en público sus vergüenzas esperando que por alguna
ignorada razón esa impúdica exhibición despierte nuestra curiosidad», tantos
que exponen sin pudor sus inmundicias ante extraños.
Por cierto, la crítica que Gomá endilga a estos escritores
exhibicionistas, aduciendo −con sorna− la injusticia de que «por muchos traumas
que el desdichado haya padecido en su vida se atribuya el derecho a convertir
su obra literaria en una terapia y obligue al público, que no le ha hecho
ningún daño, a ser testigo mudo de ella», se podría aplicar a más de uno −y de
una− en la playa, con el calificativo de maleducados incluido. Y con el añadido
del filósofo respecto de esa mala literatura: «En la mayoría de los casos uno
pagaría por no verlo».
¿Qué le queda al ser humano como propio si desmantela su
intimidad por ganar cuatro duros, para no ser tachado de moralista o por no
haber educado su corazón, por no haber refinado sus instintos para civilizarlos
y aprender a convivir? Porque no somos islotes incomunicados, sino seres
entrelazados que necesitan aprender a ser libres juntos.
La intimidad debe crecer, primero, en uno mismo a través de
la reflexión sobre la propia vida para ser protagonistas de nuestra vida y para
no ser marionetas de las modas culturales. Habitamos, entonces, nuestro mundo
interior, lo frecuentamos con una presencia activa en ratos de soledad
acompañada de silencio.
Junto a esto, «el amigo, con su presencia, con su atención,
nos ha ayudado a terminar de pensar nuestras propias ideas», afirma Miguel
Ángel García Martí. Y me sirve para destacar la importancia de la conversación
en confidencia con el amigo, algo que es muy enriquecedor: porque mejora el
autoconocimiento, porque consuela con su sola presencia, porque refuerza la
amistad, porque recibimos consejo…. ¿Sin esto, qué es la amistad?
Por último, la cultura: «El arma para poder interpretar en
calve de verdad nuestra realidad exterior, el mundo que nos rodea (…). Y nos
permite también despejar parte de ese misterio que somos cada hombre». Palabras
certeras de García Martí que exponen bien cómo la adquisición paulatina de
cultura alimenta la sabiduría y agiganta el tesoro de la intimidad.
Después, hay que aprender a ofrecer la intimidad a quien se
ama: a mayor cercanía afectiva, más apertura de la intimidad. Y lo contrario:
resguardar lo íntimo a los extraños, curiosos, manoseadores y ladrones, a todo
aquel que, sin el respeto que merece la persona, ofrece su intimidad a
cualquiera –músculos, sensualidad descarada−, tal vez porque en su pobreza o en
su carencia de amor, quiere saltarse el trabajo precioso del mundo interior y
llegar a la intimidad de modo urgente, pero superficial −amores de barro−.
«Y tu infancia, dime, ¿dónde está tu infancia?, / que yo la
quiero. / Las aguas que bebiste, / las flores que pisaste, / las trenzas que
anudaste, / las risas que perdiste. ¿Cómo es posible que no fueran mías? / (…)
No me escondas tu infancia. / Pídele a Dios que nos desande el tiempo. /
Volverá tu niñez y jugaremos».
Así, Gerardo Diego: compartir la intimidad y los recuerdos
niños. El gran tesoro.
Iván López Casanova, Cirujano General.
Escritor: Pensadoras del siglo XX y El sillón de
pensar.
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