Juan Antonio Gómez Jerez
Aún no había amanecido y ya estaba en la orilla del mar,
caminando por la playa sintiendo como la arena fría y húmeda acariciaba mis
pies, sentía como mis dedos se hundían en ella, y sentía el contacto dulcemente
áspero de la arena, como si fuera un suspiro de mar al pisarla, como si la
playa se hubiera llenado de merengues de mar.
Sentía el crujir de los granos de arena y como me hundía un
poco en cada pisada, sentía aquel olor a mar y de la mañana que embriagaban mi alma.
Olor que endulzaba mis manos y mis ojos, y envolvía de colores el silencio. Era
como una medicina maravillosa que hacía bucle a mí alrededor.
Miré hacia el horizonte, el sol ya empezaba a desperezarse
y estiraba sus primeros rayos de luz para despertarse y levantarse de su cama
de estrellas, iba cambiando su pijama rojo, por una chaqueta amarilla de luz
brillante. Se preparaba poco a poco para
empezar un largo día de trabajo; aún en la mesita de noche, la luna brillaba
tenue para que él pudiera terminar de despertarse del todo; al ir abriendo los
brazos, su luz se fue extendiendo por doquier, sin dejar un rincón a oscuras ni
falto de su energía.
El mar seguía acariciando mis pies dulcemente,
sigilosamente se metía entre mis dedos y los envolvía con su sal y su aroma. Yo
miraba al horizonte y disfrutaba con el espectáculo de colores que el Sol me
brindaba en cada amanecer.
Cada mañana desde hacía tiempo, daba este paseo mañanero
antes de ir a trabajar al Centro de oficinas que se encontraba cerca de la
playa. No podía remediar no ver cada día aquellos amaneceres tan imponentes.
Ese día pude llegar un buen rato antes de empezar a
trabajar. Estiré mi toalla en la arena, me senté en ella, saqué mi termo de
café con leche y mi bocadillo y desayuné viendo aquel amanecer maravilloso. El
aroma del café escalaba hasta mis sentidos, miré hacia arriba y pude contemplar
aquellas nubes de colores, desde el amarillo, pasando por el naranja, rojo y
violeta en una serie de tonos que disfrazaban las nubes de carnaval cuyo rey
era el Sol, esto me hacía comprender lo afortunado que era al poder ver cada
día este espectáculo que me ofrecía la vida, como un musical de colores; me
sentía afortunado por cada una de las cosas de las que podía disfrutar. Me
sentía muy agradecido por cada cosa que la vida me dejaba disfrutar.
Hacía tan sólo unos días que el médico en mi última
revisión me había indicado que el cáncer ya estaba muy extendido, que ya era
muy tarde para detenerlo. Me indicó que dejara de trabajar y me acogiera al
tratamiento para el dolor. Le dije que prefería mantener el ritmo de mi vida
hasta el último momento, y que, en el caso de necesitarlo, ya me pondría en
contacto con él. No quedó conforme, pero aceptó…
Sentado en mi toalla y mirando para el horizonte miré al
sol cara a cara, me sonrió.
Yo estaba con mi desayuno y a lo lejos veía como se
acercaba una embarcación, pero no se podía ver a nadie en ella, aquella no era
una playa de pescadores, con lo cual me extrañó ver ese tipo de embarcación.
No sé por qué razón se me pasó por la cabeza que aquello
era una patera, pero seguía sin ver a nadie. Se fue acercando, efectivamente
era una patera, me levanté y me acerqué para ver si había alguien a quien
socorrer, la imagen me impactó, me sentí sobrecogido porque había varias
personas medio revueltas, medio despiertas, otras inconscientes. No daba
crédito.
Cogí el móvil y llamé a emergencias. Yo sólo no podía hacer nada así que pedí
ayuda a otras personas que había por la playa y entre unos cuantos pudimos
empezar a socorrer a aquellas personas. Ni me imaginaba de dónde venían ni lo
que habían pasado durante los días que habían estado en alta mar, pero las
condiciones en las que llegaban eran desagradablemente impresionantes.
Yo estaba muy afectado, intentaba ayudar, fuimos sacando
personas, fuimos dándoles nuestras toallas, agua, comida… lo que teníamos.
Irremediablemente y de repente tuve que secar mis lágrimas
que navegaban hacia abajo, a precipitarse en la arena, a suicidarse en el
olvido. Y yo no quería olvidar lo sucedido. No quería borrarlo jamás de mi
mente. Mo quería que, por ningún concepto, se borrara jamás de mi corazón. Me
sentía vivo.
En ese momento llegaban los servicios de urgencias y ellos
se encargaban profesionalmente de ayudar a todas aquellas personas. Ayudaron a
bajar de la patera a una chica que estaba en un estado avanzado de gestación; nunca
olvidaré sus caras, sus miradas, el estado en el que habían llegado y la
cantidad tan grande de dinero que les habrían pedido por venir, a un primer
mundo disfrazado de quimera y de mentira, de hipocresía.
La chica que estaba embarazada no podía tener más de quince
años, y venía con fuertes dolores y contracciones, así que tuvieron que
asistirla allí mismo, en una de las ambulancias. Durante ese rato estuve
ayudando como podía a todas las personas que necesitaban algo, repartiendo
mantas, agua, comida y mi mirada de cariño y comprensión hacia ellos.
De repente un llanto, risas y aplausos llegaban desde la
ambulancia donde habían asistido a Aammin Nahh; de su nombre me enteré después,
así era como se llamaba la chica que acababa de dar a luz y que en su idioma
significa (Dama de Paz y Armonía) Me acerqué, todos sonreían porque todo había
salido estupendamente, la madre estaba en perfecto estado y la niña también.
Me acerqué, me sentía cansado, pregunté si sabían cómo se
iba a llamar la niña. Nadie contestó. En ese mismo momento perdí el
conocimiento y de ese momento no recuerdo nada más.
Días más tarde me despertaba en la cama de aquel hospital,
me ponían sueros con medicación para el dolor, me encontraba muy débil, muy
débil. Por la ventana podía ver el sol saliendo detrás de los edificios, El Sol
me miró y me volvió a sonreír.
Se abrió la puerta, de repente, y entró la enfermera con
Aammin Nahh y su hija en brazos, me dijeron que estaban muy contentas y que le
habían puesto a la niña Amanecer; sonreí y miré de nuevo para la ventana…
Cerré los ojos definitivamente...
P.D. Desde aquí arriba puedo ver como cada mañana Aammin
Nahh y Amanecer pasean por la playa y miran al Sol con alegría…
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