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domingo, 14 de mayo de 2017

RAFAEL ÁLVAREZ, EL BRUJO

Evaristo Fuentes Melián

En La Orotava

Gran exhibición teatral de Rafael Álvarez El Brujo, con una obra de su autoría titulada “Misterios del Quijote”, en el escenario de la Sala Auditorio Teobaldo Power de La Orotava, el pasado viernes día 12 de mayo.

Quiero hacer un ejercicio en mi flaca memoria, recordando algunos de los golpes recibidos en la fabulosa actuación—teatro puro, puro teatro—de El Brujo.

La escenografía y luminotecnia fue tan sencilla como bien organizada; ese juego de luces con pocos elementos materiales, en especial solo dos focos o uno, con el impresionante colofón final, de aquella luz unidimensional y cenital en picado, reflejando límpido y blanco el pelo canoso y alborotado de El Brujo, mientras la faz de su rostro aparecía desdibujada y oscurecida. Fue un plano magistral, sobresaliente en luminotecnia.

Entre los golpes de El Brujo hay uno muy singular: cuando, sin perder el tono de su monólogo, le pide a su técnico iluminador que ponga más intensidad de luz, que la secuencia era en la tarde y parecía de noche.

Define luego a un palurdo de Sanlúcar de Barrameda, gente de pueblo a quien no se le entiende lo que habla, que en Canarias tradicionalmente llamamos mago.  Tengo la anécdota que en su día me contó un profesor peninsular destinado a Tenerife, que al llegar por vez primera al aeropuerto de Los Rodeos y buscar un taxi, no entendía ni papa, nada, de lo que decía balbuceante y torpe en su manera de hablar el taxista. Me congratulo de que a El Brujo le pasara lo mismo en algún lugar de la España peninsular, de cuyo nombre prefiero no acordarme.

Enlazando con esta anécdota, podemos comentar las características que destaca El Brujo del taxista de Madrid, un retrato prototípico que coincide con la experiencia que los isleños hemos vivido al llegar por vez primera a la capital de todas las Españas. El taxista madrileño parece saber más de El Quijote que el experto, aunque seguramente sin haberlo leído. Y en su charla verborreica da varias vueltas a la manzana e incluso podría ir hasta Toledo con su rollo inaguantable.

Un autor posterior—de cuyo nombre tampoco puedo acordarme ahora--defiende en un libro que el Quijote no estaba loco, que ese papel lo interpreta Alonso Quijano haciéndose el loco para darle más énfasis a sus críticas de los aconteceres de su tiempo en el mundo rural del siglo XVII.

Una cadena de metáforas dejó patente la imaginación clarividente de El Brujo en su oratoria, en relación con los molinos de viento y su atacante lanza en ristre.

Y, en fin, otros muchos golpes con los que en una hora y media aproximadamente (por mi cronómetro fueron 1 hora y 24 minutos) nos impresionó y nos alegró la noche El Brujo. Con sus tablas veteranas en el Arte de Talía hizo que la sala, llena a rebosar, prorrumpiera repetidas veces en grandes carcajadas y sinceros aplausos.

Espectador

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