Evaristo Fuentes Melián
En La Orotava
Gran exhibición teatral de Rafael Álvarez El Brujo, con una
obra de su autoría titulada “Misterios del Quijote”, en el escenario de la Sala
Auditorio Teobaldo Power de La Orotava, el pasado viernes día 12 de mayo.
Quiero hacer un ejercicio en mi flaca memoria, recordando
algunos de los golpes recibidos en la fabulosa actuación—teatro puro, puro
teatro—de El Brujo.
La escenografía y luminotecnia fue tan sencilla como bien
organizada; ese juego de luces con pocos elementos materiales, en especial solo
dos focos o uno, con el impresionante colofón final, de aquella luz
unidimensional y cenital en picado, reflejando límpido y blanco el pelo canoso
y alborotado de El Brujo, mientras la faz de su rostro aparecía desdibujada y
oscurecida. Fue un plano magistral, sobresaliente en luminotecnia.
Entre los golpes de El Brujo hay uno muy singular: cuando,
sin perder el tono de su monólogo, le pide a su técnico iluminador que ponga
más intensidad de luz, que la secuencia era en la tarde y parecía de noche.
Define luego a un palurdo de Sanlúcar de Barrameda, gente
de pueblo a quien no se le entiende lo que habla, que en Canarias tradicionalmente
llamamos mago. Tengo la anécdota que en
su día me contó un profesor peninsular destinado a Tenerife, que al llegar por
vez primera al aeropuerto de Los Rodeos y buscar un taxi, no entendía ni papa,
nada, de lo que decía balbuceante y torpe en su manera de hablar el taxista. Me
congratulo de que a El Brujo le pasara lo mismo en algún lugar de la España
peninsular, de cuyo nombre prefiero no acordarme.
Enlazando con esta anécdota, podemos comentar las
características que destaca El Brujo del taxista de Madrid, un retrato
prototípico que coincide con la experiencia que los isleños hemos vivido al
llegar por vez primera a la capital de todas las Españas. El taxista madrileño
parece saber más de El Quijote que el experto, aunque seguramente sin haberlo
leído. Y en su charla verborreica da varias vueltas a la manzana e incluso
podría ir hasta Toledo con su rollo inaguantable.
Un autor posterior—de cuyo nombre tampoco puedo acordarme
ahora--defiende en un libro que el Quijote no estaba loco, que ese papel lo
interpreta Alonso Quijano haciéndose el loco para darle más énfasis a sus
críticas de los aconteceres de su tiempo en el mundo rural del siglo XVII.
Una cadena de metáforas dejó patente la imaginación
clarividente de El Brujo en su oratoria, en relación con los molinos de viento
y su atacante lanza en ristre.
Y, en fin, otros muchos golpes con los que en una hora y
media aproximadamente (por mi cronómetro fueron 1 hora y 24 minutos) nos
impresionó y nos alegró la noche El Brujo. Con sus tablas veteranas en el Arte
de Talía hizo que la sala, llena a rebosar, prorrumpiera repetidas veces en
grandes carcajadas y sinceros aplausos.
Espectador
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