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martes, 16 de mayo de 2017

RECUERDOS DE JUVENTUD (I)

Hans Kamella

Estos apuntes he escrito para perseverar los recuerdos a los años de guerra y posguerra.  También deben enseñar a nuestros hijos y nietos que suerte tienen ellos vivir en los tiempos actuales, sin guerra y sin privaciones. Sin embargo, estas líneas están dedicadas a mi madre, que siempre ha logrado pasar estos tiempos difíciles lo mejor que posible. Gracias.

En la madrugada del día 21 de octubre de 1.940 nací en el hospital católico Burggrafenstr.1 en Berlin-Tiergarten. La Burggrafenstrasse está situada cerca del parque “Tiergarten, con el barrio diplomático, y el Parque Zoológico. En realidad, una tranquila zona residencial de lujo, pero en esta noche era todo diferente. Uno de los primeros grandes bombardeos sobre Berlín se llevó a cabo esa noche. Durante mi nacimiento se fue la luz y mis primeras horas de vida fueron iluminadas por velas, acompañados por el staccato de los cañones antiaéreos y del ruido infernal de las explosiones de las bombas alrededor del hospital.  Ciertamente ningún comienzo esperanzador de la vida. Mi padre podía solo con gran dificultad llegar al hospital, debido al caos en las calles. El “Führer “había salido esta misma mañana para reunirse con General Franco en Hendaye.

Mis padres tenían en esta época una tienda de comestibles en la Gotzkowskystr.10, Moabit. Mi padre había abierto este negocio el día 30 de septiembre de 1.939 (Comienzo de la guerra). El día 13 de abril de 1.941 fue bautizado en la iglesia del Redentor en la orilla vikingo del rio Spree con agua del rio Spree. Mis primeros dos años fueron bastante normales a pesar de las restricciones de tiempo de guerra. Los cumpleaños tuvieron que ser celebrados en una habitación oscura. Que no podía penetrar luz al exterior con el fin impedir la orientación a los bombarderos enemigos. Para hacer la tarta de cumpleaños mis padres tenían tener mucha fantasía por la carecía de muchos ingredientes. Incluso mi abuela tenía ciertos problemas con la economía de guerra. Desde que era conocida como una “Planta Carnívora”, que a menudo tenía que sacrificar parte de su cartilla de racionamiento para comprarme un par de salchichas.

Todo eso cambio durante el año, cuando los cuando los bombardeos eran cada vez más violentos y más frecuentes. Ahora se alternaban los ingleses y los americanos para volar y bombardear día y noche. En junio una bomba de fosforo alcanzo nuestra casa. Nosotros podríamos escapar del infierno de llamas, pero todas nos pertenencias en la vivienda y en el negocio se quemaron. Todavía puedo recordar como corríamos por la calle ardiendo hasta la orilla del rio. En esta tormenta de fuego era casi imposible de respirar. Encima el olor a seres humanos quemados. El infierno no puede ser peor. Más adelante describí mis impresiones a mi madre y ella confirmo estas impresiones. Mi padre fue convocado a la “Wehrmacht”. No volvería a ver el hasta la Navidad de 1948.


Mi madre y yo fueron evacuados al pueblo donde nació mi padre, Murow en la Alta-Silesia. Murow tenía una importante industria de vidrio. Mi abuelo trabajaba allá como maestro soplador de vidrio hasta su muerte temprana en la primera guerra mundial. Al principio vivíamos en la casa de unos parientes, Fam.Wochnik, hasta que mi madre podría alquilar una vivienda en la casa del director de la fábrica de vidrio, Sr. Zimpelmann, La familia Zimpelmann tenía dos niños que eran un poco mayores que yo, así que al menos tenía unos compañeros de juego. También mi tío abuelo Paul se ocupó de mí. Siempre estaba para bromas, me llevo de pesca y de construir barquitos de papel en la Budkowitzer Bache. Mi madre encontró trabajo en un aserradero del Sr. Jaroschowitz. Al lado del aserradero estaba una finca rural, un verdadero paraíso para nosotros los niños. En el otoño se cocinaban en todas las casas jarabe de azúcar. Sobre todo, el pueblo volaba una nube de dulce fragancia. Se comía jarabe en cada oportunidad hasta que este salió uno de las orejas. Luego fuimos al bosque a recoger setas y bayas. La guerra estaba muy lejos y disfrutamos de la vida en esta maravillosa naturaleza. Este idillo termino el día 24 de enero de 1.945 abruptamente.


Mi madre acababa poner la mesa de desayuno cuando recibimos la noticia del avance del ejército soviético. Tuvimos que dejar todo atrás, solo una bolsa con el más necesario podíamos llevar, e ir corriendo a la serrería. En el aserradero ya estaban listos para salir algunos carros tirados por caballos. Más de la mitad del pueblo se habían reunido para salir en dirección Oeste. Era un día frio de invierno con 25 Grados bajo cero y mucha nieve. A pesar de estas condiciones meteorológicas adversas tenía que caminar para no morir del frio. Yo solo tenía zapatos de lona, y para protegerme del frio tenía mis pies envueltos en papel de periódico y trapos. El resto de mi ropa era igualmente pobre. Luego estaba el hambre constante, no había comida caliente. Hemos sido testigos de cómo madres lanzaron sus bebes congelados fuera del carro.


En los pueblos donde pasábamos no nos dieron la bienvenida con los brazos abiertos, ni nos dieron comida o ninguna otra ayuda. Nos consideraron como traidores porque las autoridades locales todavía creían en el mundo perfecto y en la victoria final. No podría haber un colapso del frente oriental.

Dos días después de nuestro paso tuvieron que huir también o fueron expulsados más tarde. Después de varios días de marcha nos encontramos un caballo muerto en la carretera. Los hombres cortaron el cadáver hinchado enseguida y asaron la carne en aceite de motor que habían encontrado en alguna parte. No hay una cena en un restaurante de cinco estrellas que puede saber mejor.

Al final de esta parte de la Odisea llegamos a Glatz en las montañas gigantes (Riesengebirge). Mi madre decidió separarse del grupo e intentar llegar a Berlín. El resto del grupo siguió a Dresden donde la mayor parte de la gente murió en el bombardeo asesino. El jefe del grupo, Sr. Jaroschowitz fue baleado antes por un polaco, que había llevado por lastima. En Glatz nos llevó un campesino con su trineo tirado por caballos a su casa. Fue como en un sueño, sentar debajo de una manta caliente y pasear por el mágico paisaje de las montañas nevadas. Una vez en la casa, la mujer de la casa frio huevos y bacón en una sartén gigante en una cocina acogedora, caliente. Este sentimiento de seguridad que hemos tenido allí, después de días de privación, no se puede describir con palabras. Pero si, había que seguir. Mi madre consiguió entrar en un tren militar con destino Berlina. Como hizo eso es inexplicable para mí, pero madres se desarrollan en estas situaciones excepcionales fuerzas y capacidades que ya rayan en lo sobrenatural. Creo mi generación debe un agradecimiento especial a sus madres. Este tren militar transportaba altos oficiales alemanes a Berlina. Lo que permaneció en mi memoria. en cada compartimento que abrimos sentaba solamente un oficial quien nos prohibió con voz áspera entrar. (Kommandostimme). Finalmente terminábamos en el coche cocina pelando papas. Cerca de Breslau teníamos una larga parada por el fuerte bombardeo de la ciudad. Para mí, como niño lucio todo como unos gigantescos fuegos artificiales, las municiones de los cañones antiaéreos, los aviones cazas y los “árboles de navidad”, las marcas que establecen los pilotos de los bombarderos con el fin de focalizar la meta.

A mediados de febrero llegamos a nuestro destino Berlín. Por desgracia, durante un bombardeo fuerte, así que tuvimos que refugiarnos en el bunker del Zoo que estaba lleno hasta el tope. Solamente en una de las torres de los cañones antiaéreos podíamos instalarnos. Los soldados jóvenes, casi niños, con sus cañones no podían evitar que una “alfombra de bombas” cayera después de la otra. En su mayoría eran bombas de fosforo cuales convirtieren persones, que habían escapado de una sepultura en las casas destruidas, en antorchas humanas. Después del cese de alarma íbamos a pie, unos 15 km, a través de la ciudad en ruinas a la vivienda de mis abuelos en Britz, un suburbio al sur de Berlín. Allí, la destrucción no era tan fuerte y allí podíamos por fin descansar. Todavía estábamos vivos. Pero también aquí había continuamente alarma por ataques aéreos y casi al diario teníamos ir a un bunker. Una maleta con ropa, comida y los documentos más importantes estaba siempre a mano. El día 21 de abril escapamos de un ataque de la artillería soviética solamente con mucha suerte. Mi madre y yo estábamos en las Galerías Karstadt en el Hermannplatz, para “organizar “cosas necesarias antes que la SS-División noruego “Nordland” ocupo el edificio. Un poco más tarde este edificio se derrumbó en un ataque de la artillería soviética. Mucha gente murió en este ataque. Mi madre intento, con una carretilla de mano, cargado con un par de cosas, escapar de os rusos y llegar al rio Elbe donde estaban los americanos. Este intento fracaso por un ataque con granadas. Tuvimos que volver.

Mis abuelos vivían en la Lauterbergerstr. al lado del canal de Teltow. Al otro lado del canal había una fábrica de carne, lleno con conservas y carne. El día 26 de abril de 1.945 queríamos, juntos con muchos vecinos, coger los más que posible de estas mercancías. La línea del frente se había acercada un poco menos de un kilómetro. SS Soldados noruegos de la “División Nordland” custodiaban el edificio y nos impidieron entrar en el edificio. Luego nos obligaron a punta de pistola cruzar el canal. A continuación, el edificio con toda la mercancía y el puente fueron destruidas. Otra vez nada de comer. A partir de ahora vivíamos en el sótano, solamente de vez en cuando podíamos salir a la calle. El panorama fue terrible. En cada una de las farolas en nuestra calle, ocho, colgó un soldado alemán con un cartel en el cuello “Soy un traidor”, fueron en la mayoría soldados niños ejecutados por los fanáticos de las SS de la “División Nordland”. Cuando los rusos habían cruzado el canal con un puente de madera y el primer ruso con un” Kalaschnikow “entro en el sótano, buscando soldados alemanes, sabíamos que lo peor ha quedado atrás. Cuando estaba permitido salir del sótano nos ofreció una imagen terrible. La calle estaba sembrada de cadáveres en la escalera encontramos soldados alemanes y soviéticos muertos, los cerebros colgaron en la pared. Para entrar en la vivienda teníamos que pasar por encima de ellos. Fue espantoso.

La vivienda estaba muy dañada. Ni una ventana era intacta, las paredes entre las habitaciones derrumbadas, pero teníamos un techo encima de la cabeza. Los bombardeos y los combates en las calles ya eran historia. Único los lanzacohetes “Stalinorgel” hicieron en los próximos días con sus disparos hacia el Aeropuerto de Tempelhof un ruido espantoso. La ocupación soviética comenzó. Tuvimos mucha suerte porque en nuestra casa se estableció la comandancia soviética y el oficial superior hablo el alemán muy bien y no tolero abusos de sus soldados.

Un día el oficial invito a todos los residentes a un concierto de piano. El toco excelente el instrumento. Después del concierto el conto a nosotros que toda su familia perdió su vida por soldados alemanes. Nunca olvidare esta escena. Creo que teníamos unidades ucranianas en nuestra zona. En la calle tenían sus carretas “Pinje”, carretas tirados por pequeños caballos, custodiados por soldados femeninas. Ellos cocinaron en la calle para sus camaradas. Pronto era amigo de las chicas y me dieron cada día comida, casi siempre sopa con carne de caballo, me dejaron montar caballo y me enseñaron ruso. Un poco de felicidad en el caos total. Nosotros jugamos con munición, en tanques destruidos y trepamos en las ruinas de las casas. Un amigo mío de cinco años perdió ambos brazos al jugar con cartuchos, una zona de juego muy peligrosa. Una vez encontré una espada de un oficial alemán con diamantes, pero no podía quedarme con él, porque la posesión fue castigada con la pena de muerte.

Un poco más tarde me enferme de disentería o de tifus, no había medicamentos y apenas médicos. Durante varios días me encontraba en un estado de coma con poca esperanza de recuperación. Pero de alguna manera escape. Probablemente el cielo y el infierno estaban cerrados por estar repleto. Más tarde tuve todavía tuberculosis, mis pulmones lucían en los rayos X como un colador. No era de extrañar por estas raciones de comida que recibimos. Debido a la desnutrición grave con el más mínimo esfuerzo tenía ataques de debilidad y me deje caer inconsciente por unos minutos. De mi padre no teníamos noticias. No sabíamos si está vivo, en un campo de prisioneros de guerra o está huyendo de un campo. Cuando los americanos tomaron posición el día 4 de julio de 1945 en nuestra parte de Berlín, podía mi madre averiguar por fin que mi padre era internado en un campo de prisioneros de guerra cerca de Varsovia.

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